lunes, 31 de octubre de 2016

TODOS LOS SANTOS

SANTOS ANÓNIMOS

(C-2016)


Aparecía a lo lejos una muchedumbre, enorme, los que vienen de la gran tribulación, los que han lavado y blanqueado sus túnicas con la sangre del Cordero. Es el sueño de Juan en el libro del Apocalipsis, del gran libro de la Revelación y del final de los tiempos, nos encontramos ante la salvación universal de la humanidad, todos los que han vivido y sufrido en este valle de lágrimas, los que han sufrido la persecución, todos ellos salen purificados y salvados.

Es el sello del Dios vivo, es la multitud de todo en nuevo Pueblo de Dios de la Jerusalén terrestre que pasa a la Jerusalén celeste. Todos estamos llamados a esa plenitud, es decir, estamos llamados a ser santos, a semejarnos más al Señor, a quedar purificados de nuestros pecados, de nuestras idolatrías, de lo que nos aleja del amor de Dios, hemos sido bautizados y redimidos por la sangre del Cordero, nuestros pecados no pueden ser eliminados por nosotros mismos, estos quedan purificados y blanqueados por puro amor, por pura caridad.

Descubrimos la llamada a ser santos en las Bienaventuranzas, en la pureza de corazón, en el camino marcado y anunciado en el Evangelio para que podamos alcanzar ese grado de perfección, él está con los que lloran, con los que sufren, con los atribulados. Tenemos que tener hambre de justicia, de solidaridad de caridad, hambre por cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas, de llegar a la máxima plenitud.

Eso es lo que recordamos en todos los santos, hombres y mujeres desconocidos para el mundo pero no ante los ojos de Dios, personas cumplidoras de la voluntad salvífica, es el día de los santos, de los hombres que eran como nosotros, pecadores, débiles y frágiles corporalmente, son los santos anónimos que hoy interceden por nosotros y que les recordamos con cariño y que les pedimos que nos ayuden a ser santos.


Javier Abad Chismol

jueves, 20 de octubre de 2016

SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO C-2016


FUI LIBRADO DE LA BOCA DEL LEÓN


El Señor escucha al afligido, Él nunca abandona al pobre, al que sufre las injusticias de este mundo, aquel que es víctima de los egoísmos humanos. Nuestro corazón no puede vivir sin Dios, no puede dejar de cumplir los mandamientos, si lo hace se destruye, porque renuncia a su condición de ser Hijo de Dios y por lo tanto renuncia al verdadero amor, y se queda con los sucedáneos que nos ofrece el mundo.

Nuestro Padre quiere la justicia, nos manda las leyes que permiten que nuestra sociedad sea justa, es la invocación al Señor que nos escucha, que nos saca de las maldades de este mundo, y si no nos puede sacar, hace que podamos contemplarle desde este valle de lágrimas y alcancemos la plenitud en el sufrimiento y la persecución, solo Él puede dar sentido al sin sentido.

San Pablo se siente angustiado por la persecución, siente que su vida es como una carrera que llega a su fin, porque sus enemigos le están acorralando, es la carrera de la vida cuya corona es el martirio. Pablo ora, como el pobre, suplica como el orante, pide perdón por sí mismo y por sus perseguidores, para que Dios se apiade del ignorante sin escrúpulos que ha caído en manos de la soberbia al eliminar al único Dios, para convertirse en un dios menor, y por lo tanto ser esclavo del pecado y caer en la maldad.
Que nuestra oración sea pura y auténtica, cuanto más cerca estemos de Dios Padre más conscientes seremos de nuestro pecado y de todo lo que nos queda aún por vivir en esta vida, no como el fariseo de la parábola que se sentía perfecto en todo y miraba a los otros por debajo del hombre, en cambio el publicano era humilde al reconocer su pecado y la necesidad del amor y del perdón de Dios.

Vivimos en la sociedad del maquillaje, de la soberbia que esconde el pecado, el mal y las intenciones oscuras, pidamos al Señor un corazón puro, humilde y sencillo, capaz de perdonar, de amar, de reconocer la culpa, sabiendo que Él nunca desprecia un corazón pobre y humillado.

ACOGE A TU SIERVO SEÑOR

Javier Abad Chismol

Párroco 

viernes, 14 de octubre de 2016

SEMANA XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO C-2016


¿QUIÉN NOS DA LA VICTORIA?


La vida parece en muchos casos un campo de batalla, una lucha en la que predominan unos principios sobre otros, una batalla que también se sucede en nuestra propia vida, pero; ¿será necesaria la lucha? Queremos paz, repetimos una y otra vez, no queremos conflictos, y en cambio estos nos asaltan por un lado y por otro.

Es el ataque de los Amalecitas al pueblo de Israel, es la orden de Moisés a Josué para luchar, para defenderse, ¿Qué hizo Moisés mientras Josué  y sus hombres luchaban? Se fue a orar, y lo hizo levantando los brazos, en cuanto los bajaba el Pueblo de Dios perdía en la batalla y cuando los volvía a subir ganaban. Esa es la fuerza de la oración, esa es la fuerza si queremos ganar todas las contiendas de nuestra vida, implorar al Señor para que se haga su voluntad e implorar con  fe para salir victorioso en la lucha de la vida.

Queridos  hermanos, perseveremos en lo que Dios nos ha enseñado, seamos fieles a la Escritura, a la Tradición, al depósito de la fe que hemos recibido desde niños, seamos buenos custodios del gran legado de Dios, que el poder del mundo no lo destruya, nuestra fidelidad se ve siempre reforzada por el infinito amor de Dios, porque esa es la verdadera arma que nos llevara a la victoria, aunque sea una victoria de cruz.

Los poderes de este mundo no temen a Dios porque lo suplantan, el que no tiene temor de Dios no respeta a los hombres y por eso manipula a su interés. Pero cuando se le insiste, y se persevera por la gracia de la fe y la constancia podemos alcanzar la justicia, esa es la labor de los creyentes, luchar, perseverar sin importarnos la fuerza del mal porque el Señor está con nosotros, como lo estuvo con Moisés y con la viuda de la parábola que pedía justicia y al final se le concedió, pidamos con fe y el Señor nos dará lo que necesitamos y saldremos victoriosos.


Javier Abad Chismol