miércoles, 29 de noviembre de 2017

I DOMINGO DE ADVIENTO, B 2017

¡DESPERTAD DEL SUEÑO! ¡VIENE 

NUESTRO REDENTOR!


Isaías nos enseña cual es el camino que nos conduce al Señor, que nos lleva al encuentro gozoso con un Dios que es Padre y que es amor. Él reunirá a todos los pueblos de la tierra, nos llevará a la paz, a la verdadera paz que nos conduce a la libertad auténtica, aquella que hace que el ser humano y la humanidad entera rompa sus cadenas. El Señor es Nuestro Redentor, y nos marca el camino que conduce a la luz, la luz que es la venida de Dios a nuestras vidas y a nuestros corazones.

Nosotros somos la arcilla, Él es el alfarero, hijos suyos somos por amor y en gratuidad, él nos conduce al camino que nos lleva a la liberación de la esclavitud y del pecado.

Hoy vamos alegres a la casa del Señor, hoy vemos como la luz de la venida del Señor empieza a alumbrar los corazones, las casas, los pueblos, hoy comenzamos la preparación de la Navidad y por eso estamos alegres.

Despertemos del sueño, de nuestra ausencia de esperanza, porque llegan días de gloria y de liberación. Despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.

Hoy se nos llama a la dignidad del que vive a pleno día, que no tiene una vida oculta llena de pecado y oscuridad, hoy abrimos nuestros corazones para que la luz del Señor ilumine nuestras vidas y sirva de esperanza a la humanidad entera, nada de pecado y perversión, seamos coherentes con el regalo que el Señor nos ha dado que es la fe que se transforma en obras.

Por la maldad creciente se enfriará el amor de la mayoría, no consintamos que el pecado, la corrupción, la doble moral, nos aleje del amor de Dios, portémonos con la dignidad que corresponde a la llamada de ser seguidores de Jesucristo.

No se trata de una amenaza, es un toque de atención por parte del Señor, como Padre bueno que quiere lo mejor para sus hijos, que quiere que todos se salven y entren por la puerta de salvación. El descuido, el abandono, la dejadez, nos podría llevar a nuestra destrucción, por eso despertad del sueño y levantad la cabeza.

Estemos atentos y estemos en vela, no con temor, sino con esperanza de un encuentro gozoso y dichoso. Estemos alertos al cumplimiento de la voluntad de Dios y de su venida.


Javier Abad Chismol

jueves, 23 de noviembre de 2017

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO 2017


EL SEÑOR VIENE VESTIDO DE 

MAJESTAD




Con esta solemnidad se acaba lo que llamamos el ciclo litúrgico, estamos ya pues a las puertas del Adviento, de la preparación para la Navidad. Hoy ponemos en el centro de nuestra vida al Señor, Él debe ser el Rey de nuestra vida, ha venido a gobernar no como los reyes de este mundo, ha venido a reinar para dar al hombre la paz y la libertad.

Los reyes de este mundo esclavizan al hombre, son los poderes que pretenden hacerse con nuestra vida, reyes, ídolos, mitos, que en definitiva nos dicen que nos vayamos tras ellos. Pues bien hoy tenemos que dejar que el Señor reine, es verdad que su Reino no es de este mundo, es cierto que su trono no lo es, que su corona de joyas no existe, que no tiene ejercito con armas, que no tiene territorio, que no tiene cárceles.

Nuestro Rey gobierna desde el Trono de la Cruz, gobierna con una corona de espinas que simboliza el sufrimiento y el dolor del mundo. Es un Rey solidario con el dolor, con la injusticia, con la pobreza, con las miserias de este mundo, que viene a destronar al Príncipe de las Tinieblas, que quiere que nos vayamos tras él, que querrá una y otra vez matar a Dios y decirte que el único rey es el rey de la tierra, de las pasiones, de la perversidad y del egoísmo.

Cristo es nuestro salvador, nuestro redentor, nos saca de las tinieblas, nos lleva a ser hijos de la luz, y eso supone nuestra redención de los pecados, significa nuestra plenitud y nuestra liberación, en definitiva nos capacita para el amor.

Los reyes de este mundo se imponen y oprimen, en cambio Jesús se nos propone en generosidad y entrega, esa es la gran entrega del amor de Dios, su Reino viene a reconciliar y salvar  lo que estaba perdido.


Recemos y oremos ante el trono de la Cruz, postrémonos a sus pies, los pies del mensajero que nos conducen al camino que lleva la liberación al hombre.

Acerquémonos al misterio del amor de Dios, que viene a nosotros para entregarse por puro amor y en gratuidad. preparemos nuestro corazón para acogerlo y para abrazar su entrega en la debilidad de la encarnación.

Que sea quien gobierna nuestros corazones y quiere hacerse grande en lo débil.

Javier Abad Chismol

jueves, 16 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario A

SABER HACER BIEN LAS COSAS



El Señor nos propone que nos esmeremos en hacer bien las cosas, que nos esforcemos y valoremos todo aquello que realizamos en nuestra vida. Cada uno desde el momento en la vida en que se encuentre, hacer, ver y valorar el gusto por el “buen hacer”, por querer encontrarse con la sabiduría, con el sabor de la verdad, es buscar nuestra vocación.

Para ello se nos muestra la vida como una escuela, un aprendizaje continuo para valorarnos y valorar lo más sencillo y cotidiano, es el valor del artesano, del esmero, cada uno debemos preguntarnos si cuando hacemos nuestra labor lo hacemos con esmero, o con dejadez, si buscamos lo bien hecho o por el contrario acabar lo antes posible.

La propia felicidad la encontramos en lo que vivimos, y para ello el Señor nos ha dado muchos regalos, la propia vida es un regalo, una vida cuyo sentido pleno no se encuentra en este mundo terreno, sino que estamos como una preparación que nos lleva a la plenitud y al encuentro con el Creador, estamos en nuestra existencia como en un entrenamiento que nos lleva a nuestro fin último.

Que miremos al Evangelio, a la Palabra de Dios para que nos enseñe, que sea nuestra verdadera escuela, en donde descubramos los valores de la educación, del respeto, de la solidaridad, del esfuerzo.

Temer al Señor por el no hacer, por el no obrar, por no hacer lo que tenemos hacer, por no vencer nuestro egoísmo, nuestra envidia, nuestra pereza, la tentación de vivir relajados en la vida buscando solo el bienestar y la comodidad, dejando al margen a Dios y anulando la conciencia. Busquemos el esfuerzo, porque realmente vale la pena, porque no nos arrepentiremos, no tengamos prisa por consumir el tiempo, disfrutemos y vivamos la vida en plenitud y no en simpleza.

No digamos “paz y seguridad” anclados en este mundo, porque nuestra existencia es efímera y sucumbirá en su condición, estemos alertas y preparados para que nos pille desprevenidos el final de nuestra existencia terrena y nos sintamos como arrancados de este mundo porque se nos han quitado nuestras seguridades. No nos entreguemos al sueño, sino estemos en vela, vivamos sobriamente, vivamos en el esfuerzo, y busquemos el sentido pleno del ser humano, nuestra existencia tiene sentido desde el desgaste de nuestra vida por el bien, y no quedarnos como puros espectadores como si estuviéramos en una obra de teatro.

No olvidemos la parábola de los talentos, como el Señor reparte dones, cualidades, capacidades, no importa que sean muchas o pocas, lo que importa es que lo que Dios nos ha dado lo hagamos producir.

No estamos en el mundo por casualidad estamos para cumplir una misión y para ello hemos venido al mundo, espabilemos y pongamos en camino, y no escondamos nuestros dones o talentos bajo la tierra, no tengamos miedo en producir y en hacer bien las cosas.

Javier Abad Chismol



miércoles, 8 de noviembre de 2017

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario A

LA SABIDURÍA DE DIOS Y LA 

PRUDENCIA



Tenemos un gran regalo de Dios que se hace presente en nuestras vidas, ¿Quién podrá descubrirlo? Quien lo encuentra tiene un gran tesoro, es la sabiduría, la sensatez y la calma que da saborear la verdad, la sabiduría es radiante que resplandece en nuestras vidas, tenemos que desearla, buscarla y amarla.

Ser prudentes, ser hombres sensatos, sin prisas, en busca de la verdad que da sentido a nuestro existir y obrar, debemos desearla, debemos alcanzarla, debemos llenarnos de ella, porque representa a la misma divinidad, representa el buen hacer de Dios.

Tengamos sed de Dios, tengamos sed de la sabiduría que viene a nosotros, que viene a nuestras vidas, y que debe venir con nosotros para quedarse, ver con los ojos de la sabiduría es ver con los ojos de Dios, es ver más allá de lo aparente, de lo visible, es llegar a ver desde lo alto el lugar que ocupa el hombre en el mundo, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, creado en armonía como culmen de la creación.

Por ello no ignoremos la verdad del hombre, no ignoremos lo que significa la suerte del hombre, porque tenemos que estar llenos de esperanza y de consuelo, porque en la sabiduría de Dios estamos llamados a la trascendencia.

Consuelo, sabiduría y esperanza, nos une al anhelo de vida, de vida en plenitud y en resurrección, conociendo el sentir del ser del hombre, que es terreno pero llamado a la esencia de la resurrección plena que nos lleva a la prudencia de entender los tiempos del hombre y los tiempos de Dios.

Por eso tenemos que estar en vela, tenemos que estar atentos a los signos de los tiempos, al actuar de Dios y al papel del hombre en el mundo, tanto a nivel particular, como de comunidad, como de pueblo de Dios, el cristiano se salva salvando a otros.

Para cuando llegue el esposo, cuando llegue el amado, nos encuentre con nuestras lámparas encendidas, que no nos encuentre durmiendo, como si hubiéramos vivido con la necedad de que nunca llegaría la hora del encuentro y que por lo tanto no podemos estar dormidos.

Por eso nuestra vida debe ser coherente y sin doblez, debe ser autentica, no para aparentar ante los hombres, sino ser honestos ante Dios, que nuestra vida no sea una farsa en apariencia, sino que realmente seamos hijos amados de Dios, a la espera del Mesías, a la espera del Salvador y del juicio de amor.

Javier Abad Chismol




               

                

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario A

EL CAMINO VERDADERO DEL AMOR A

 DIOS ES EL

 DEL SERVICIO


Debemos glorificar el nombre del Señor, debemos esforzarnos en ser coherentes en lo que vivimos y en lo que hacemos, el creyente  debe trasparentar en su vida el amor de Dios, y hacerlo además incluso en el pecado, y todo ello porque somos capaces de pedir perdón. Conocer a Dios no significa ser perfecto, conocer a Dios significa estar en camino, significa esforzarse por alcanzar el amor de Dios como un reto, haciéndolo nuestro primero y luego dándolo a los hermanos.

Bendición y maldición está a nuestro alcance, vivamos como hijos de la luz y no de las tinieblas, alcancemos la meta en sinceridad y en honestidad, busquemos aquello que agrada a Dios para des mascarar al mal y a la corrupción por el pecado.

El profeta nos marca el camino, nos dice que tengamos cuidado en la perversión de la ley y del amor a Dios porque podemos tropezar nosotros y hacer tropezar a los demás, es decir, que en nombre de Dios podemos perdernos y llevar a la perdición a otros. No nos alejemos del camino recto y pongamos en el centro a Dios.

Sigamos agradeciendo a Dios su amor, porque no nos deja nunca de la mano, porque siempre se hace presente, porque su bondad es infinita y acogemos la verdad del Evangelio no como palabra de hombre sino como palabra dada por Dios para nuestra salvación.

El Señor nos propone de nuevo que cumplamos la Ley, pero que vayamos con cuidado en no refugiarnos en la hipocresía y en la falsedad de otros. Cuando uno se vende al mal y es incoherente, y no hace lo que dice, hace un daño muy grande a la fe, porque sirve de excusa para que otros se alejen de Dios por el mal ejemplo o por la incoherencia, ¿a quién seguimos, a Dios o a los hombres?

“pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas”

El amor de Dios supera la incoherencia, la soberbia, el orgullo, la hipocresía, por eso se nos dice que hagamos lo que haya que hacer, la Ley de Dios, pero no nos quedemos quietos por aquellos que han pervertido la misión de Dios, y que con su actitud alejan a hombres y mujeres dispuestos a trabajar por el Reino y que quedan achantadas por los empujones, por los primeros puestos, por los honores, y por los derechos adquiridos.
El amor de Dios se demuestra en el servicio y en el servicio a la comunidad y a las personas, no en los honores, los últimos serán los primeros y primeros irán a las últimas filas, por soberbia y por usurpar el santo nombre de Dios.


Javier Abad Chismol