martes, 17 de octubre de 2017

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario Ciclo A

TE LLAMÉ POR TU NOMBRE


La búsqueda de la voluntad de Dios, el encuentro con el Señor, su intervención en la historia de la humanidad para que se pueda alcanzar la verdad es lo que se repite a lo largo de la historia de la salvación. Dios ama al hombre, y no quiere que ande extraviado, quiere sacarnos de la esclavitud del pecado, de la codicia, de la autosuficiencia para que encontremos el lugar que nos corresponde a cada uno, y por ello debemos descubrir su voluntad en nosotros.

El Señor es que es, y no hay otro fuera de él, unos porque lo disfrazan, otros porque lo manipulan, otros por que fabrican nuevos dioses o ídolos, que marcan el comportamiento y la actitud humana. En una sociedad como la nuestra, parece que no se quiere ningún dios, y menos que pueda ir en contra de los poderes mundanos y corruptos.

Esforcémonos por la actividad de la fe, el esfuerzo que da el amor, la voluntad de Dios, el aguante y la perseverancia en Jesucristo, nuestro Señor, la fuerza del Espíritu Santo, y la convicción de que no nos deja nunca de la mano. De esta manera la obra de Dios, a través de los hombres y por la gracia se puede ser lumbrera para el mundo, mostrando así una razón para vivir.

En el Evangelio escuchamos una trampa que los judíos hacen a Jesús, como los buenos, los religiosos, los devotos, como quieren pillarle, un texto que muchas veces puede tener ciertas interpretaciones confusos, le preguntaron si era lícito pagar el tributo, los impuestos al Cesar. Jesús que se percató de la maldad de los interlocutores, cogiendo una moneda y viendo la cara del Cesar en ella, les dijo dar al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios.

Una respuesta que deja desconcertado a “los tramposos”, no contesta los que quieren oír, y con ello le da valor fundamental a la voluntad de Dios, y el cumplimiento del mandamiento de la ley de Dios, “amar a Dios sobre todas las cosas”, y no vale, querer estar con Dios por un lado, y aliarse con el mundo por interés, como dice el dicho, “poner una vela a Dios y otra al diablo”, al igual que la tibieza.

En definitiva obedecer antes a Dios que a los hombres, y no dejarse arrastrar por los poderes de este mundo, porque eso llevaría a la doblez y a la incoherencia, de ser religioso, pero a su vez secularizado en la actitud y el comportamiento.

Javier Abad Chismol

                

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