martes, 10 de abril de 2018

Domingo III de Pascua, Ciclo B


“MATASTEIS AL AUTOR DE LA VIDA”



El pecado, el mal, quiere acabar con la verdad, con el bien, es la eterna lucha del ser humano por vivir en armonía, ¿nace el hombre para el bien o para el mal? La vida o la muerte, el ser humano quiere jugar a ser dios, y jugar a querer dominar unos a los otros.

A Cristo lo quisieron expulsar del mundo, al autor de la vida, ¿puede la criatura matar a su Creador? El hombre en su arrogancia se apropia de cualidades divinas y juega a ser un dios mediocre. ¡Despertemos del letargo de la soberbia humana!¡Vayamos y acudamos a Dios! Él que muere por nosotros y resucita por pura misericordia para salvarnos.

El Señor conoce el corazón humano, y sabe que erramos por ignorancia, el pecado habita en nosotros cuando dejamos de confiar en Dios, cuando queremos ser nuestros propios dioses aunque digamos que creemos en el autor de la vida, porque nuestra fe es creer de corazón con actitud, obras y palabras.

Si decimos conocer a Dios, pero no cumplimos los Mandamientos, somos unos mentirosos, y el pecado que más pudre al hombre es ser hipócrita y falso, decir lo que no sentimos, mentir al prójimo y confabular aparentando ser honrado para fines particulares e interesados. Al Señor lo acusaron de blasfemo, de mentiroso, de alborotador, y era mentira, y lo hicieron en nombre de la justicia y el orden.

Jesús se sigue apareciendo a sus discípulos, y cuentan unos a otros como lo han ido reconociendo, como lo hicieron cuando partió el pan, o como ardía su corazón cuando les hablaba, como creaba desconcierto, como las dudas de Tomas sobre su aparición, y como el Señor le invitaba a que fuera creyente y no incrédulo.

Se nos pide que no surjan dudas en nuestro corazón, que seamos  creyentes de corazón y que nos pongamos en camino, a los discípulos se les abrió el entendimiento y comprendieron, esa es la gracia que pedimos cada uno de nosotros en este tiempo de la Pascua, que Cristo viva plenamente en nuestros corazones y que podamos dar gloria a Dios con nuestras vidas.

Javier Abad Chismol





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