martes, 27 de febrero de 2018

III Domingo de Cuaresma ciclo B

“YO SOY TU DIOS”



¿Cuántas veces no reconocemos a Dios? ¿Cuántas veces le dejamos al margen en nuestras vidas? ¿Qué lugar ocupa en nuestro día a día? Creer en Dios no es solo decir de palabra que creemos en él, es hacer gestos auténticos de fe, es como decir a una persona que la quieres, pero no le dedicas tiempo, ni la escuchas, ni compartes, el amor al igual que la fe no es solo palabra vacía, es algo mucho más, es una palabra que llega a los más profundo de nuestro corazón y por lo tanto da frutos.

Por ello debemos renunciar a otros ídolos e imágenes a los que damos culto, muchas veces no nos damos cuenta, porque nuestra lengua afirma que cree en Dios, y seguramente será cierto, pero lo dejamos arrinconado y recurrimos a él cuando lo necesitamos, y el verdadero y único Dios se convierte en uno más de los que veneramos junto con los del mundo, junto con nuestros dioses.

Por ello “Yahveh” se reafirma su condición frente a la tentación del hombre a huir, a rechazar o ignorar su condición de hijo de Dios, el castigo de los falsos dioses no son tiranía del único Dios, son las consecuencias del pecado y del culto a los ídolos, a las estatuas con pies de barro, que se desmoronan y arruinan nuestra vida y nuestra existencia. Cumplamos los mandatos de la Ley de Dios, el amor a Dios, el amor al prójimo y el respeto a uno mismo, en definitiva vivir en caridad y humildad y obedecer la voluntad de Dios.

Nosotros predicamos a un Dios, a un Cristo que esta crucificado, que rompe la lógica del mundo, es una necedad para muchos, es una derrota, y nosotros hacemos una victoria y una bandera de la cruz de Cristo. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.

Jesús quiere que amemos bien, que amemos las cosas de Dios con respeto y veneración, que no pervirtamos lo sagrado, que huyamos de la blasfemia de la burla o de todo aquello que deje de lado la verdadera fe, que es en definitiva el amor de Dios que se plasma en la sinceridad y en la humildad.

Jesús se enfrentó en el Templo con los que hacían comercio para las ofrendas, y siente una gran ofensa y echa a los mercaderes por pervertir las cosas de Dios, por desacralizar lo sagrado, por mundanizar. Decía que no se convirtiera la Casa de mi Padre en un mercado, ahí pronuncia las palabras que le servirían para su condena a muerte, porque los sacerdotes, los judíos, los religiosos, no estaban dispuestos a permitir ese ultraje. Cuando Jesús dijo que destruir este Santuario y en tres días lo levantaría. Es verdad que se refería a su muerte y resurrección, pero muchos no lo entendieron.

Amemos al Señor, de todo corazón y con todo el alma, practiquemos la justicia, la sinceridad, la honradez y la humildad, hagamos vida lo que creemos por la fe.

Javier Abad Chismol




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