miércoles, 3 de mayo de 2017

IV SEMANA DE PASCUA (A)


YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS


Cristo es nuestro Pastor y nosotros somos ovejas de su rebaño, y estamos por lo tanto llamados a participar en la victoria sobre el pecado y la muerte.

Los discípulos estaban llenos de ánimo y esperanza para seguir anunciando al Señor, para decir en todos los pueblos y en todas las plazas que Cristo había muerto por todos ellos, que se había entregado para la salvación del mundo. No hacían caso de los ataques sistemáticos de los judíos, que no reconocían a Jesús, que afirmaban que era un blasfemo y un farsante, que no se reconocían culpables de la muerte de “ese”, de ese falso mesías.

La envidia les podía, no lo podían soportar, y es curioso, esos eran los considerados religiosos, lo mismo ocurre en nuestro mundo, muchos de los que dicen ser religiosos, cristianos o católicos, luego resulta que no ven nada en Jesús, no cumplen los mandatos, no vive según el Evangelio, la religión como una forma concreta de actitud, es decir, apariencia religiosa pero fondo ateo.

Hoy escuchamos la voz del buen pastor, aquel que da la vida por sus ovejas, que las cuida, las protege, porque no quiere que ninguna se pierda, porque no quiere que andemos como ovejas sin pastor, porque no quiere que caigamos en manos del mal, de los lobos de este mundo que quieren devorar al rebaño.

¿Qué tenemos que hacer hermanos? Eran palabras de Pedro, y es evidente, tenemos que seguir la voz del buen pastor y ponernos en camino, y a su vez escapar de “esta generación perversa”, que son aquellos que se alejan de la verdad y siguen a la tiniebla, al pecado, es decir, los que viven en ausencia de Dios.

Cristo ha venido al mundo para purificarlo y renovarlo, es una misión salvadora, pero a su vez, también dramática, hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha, ¿creemos que lo fácil es lo mejor para nosotros? El pecado puede apoderarse de nosotros, pongámonos en sus manos y pidamos su amparo para no separarnos del camino que nos lleva a la salvación, venzamos nuestras comodidades y pongamos nuestro corazón en aquello que es verdaderamente importante.

Nosotros tenemos que conocer su voz, y descartar a los farsantes, a los bandidos, y de esta manera le seguimos, no es decir un sí con la boca pequeña, es llevarlo a plenitud y en coherencia en nuestra vida como cristianos.

Javier Abad Chismol




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