SANTIDAD EN OBEDIENCIA
Y SERVICIO
Jueves 19 de Marzo de 2020, III Semana de Cuaresma
Estamos metidos de llenos en la cuaresma y a las puertas de
una Semana Santa que va a ser muy peculiar, llena de incertidumbre por las
circunstancias actuales, recordamos hoy con devoción al santo artesano, al
hombre de Dios fiel y obediente, hombre sencillo y discreto que acepta la
voluntad de Dios, podíamos decir, que acepta ser el actor secundario, y sabe
cuál es su lugar en la Historia de Salvación. Un papel fundamental en el
misterio de la Encarnación, una misión vital en la venida del Salvador al
mundo.
De San José podemos destacar su sencillez, el ser una persona
trabajadora, por este motivo se le venera en muchos lugares como obrero, porque
es la representación del trabajo, de un trabajo bien hecho, y como también
podemos llegar a la santidad a través del trabajo, porque podemos agradar a
Dios en las pequeñas cosas y con el esmero con que las hacemos, de tal manera
que entendamos que a través del trabajo estamos glorificando a Dios.
Es el artesano que pone esmero en aquello que realiza, que
ensalza los dones de Dios, todo aquello que no ha dado el Señor da a cada uno y
que ponemos al servicio de los demás, ahí se manifiesta la honradez, el trabajo y el esfuerzo, por eso miramos a José,
como hombre trabajador atento a la voluntad de Dios.
A veces da la sensación que hacer lo que Dios nos pide es
algo solo para religiosos/as consagradas, y eso no es así, la llamada es
siempre para todos sin ningún tipo de excepción, y por lo tanto podemos agradar
a Dios en cada cosa que hagamos, sea grande o pequeña, relevante o
insignificante.
A san José se le pone en la misma línea que Abrahán y David,
porque nos ayudan a comprender la importancia que tiene San José, que fue uno
de los elegidos por Dios para que colaborase en la Historia de la Salvación, es
por lo tanto, el tránsito, el paso entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza,
no hay una ruptura, es una continuación, es el cumplimiento.
Es como el caso de Zacarias o de Ana, del anciano Simeón o de
Juan el Bautista, y ya por encima de todos, la Virgen María, cada uno ocupa su
lugar en la Historia Sagrada.
La Escritura nos presenta al Patriarca san José como un nuevo
Abrahán, es el hombre justo y fiel que creyó contra toda esperanza.
José, hijo de Jacob, de Nazaret, no fue elegido para
comprender o para predicar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios; su
misión fue la de aceptar, custodiar y proteger esa iniciativa divina que lo
desbordaba totalmente, y ahí radica su grandeza. Por este motivo vemos que
todas las personas tienen un hueco, una misión en la historia de la salvación
del hombre, sin ningún tipo de excepción.
José obedecía en silencio y aceptando la voluntad divina, que
recuerda la promesa hecha al Rey David y que se cumple en Jesús, el Hijo de
Dios nacido de la Virgen María, cuando el ángel le saluda como “Hijo de David”,
el mismo con que se aclamó a Jesús en la espera de un Salvador.
San José es hoy un modelo para todos nosotros, es el mismo
cumpliendo la voluntad de Dios, acepta el plan de Dios, y se convierte así en
“Padre de los Creyentes”, porque acoge la gracia y la Palabra de Dios, porque
no confía solo en el mismo, ni tampoco en la lógica, confía en la gracia y en
la obra de Dios.
Protegió a María y a Jesús de tantos peligros tal como leemos
en los “Evangelios de la Infancia”, persecuciones, exilio, desconcierto, falsas
acusaciones. El Patriarca de Nazaret vela por nosotros e intercede por cada uno
de nosotros.
Javier Abad Chismol
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