NO DIREMOS “DIOS
NUESTRO” A LA OBRA DE
NUESTRAS MANOS
El ser humano se siente poderoso, se siente casi un dios,
porque quiere dominarlo todo, controlarlo todo, legislar a su antojo al margen
de la Ley Natural de Dios, el hombre cree y siente que el mismo es la medida de
todas las cosas, que puede superar a la divinidad e incluso a su condición de
fragilidad.
Hoy nos enseña el profeta Oseas que no podemos tentar a Dios,
que no podemos hacer dioses a los que veneramos, jugando con la vida de unos y
otros, cayendo del abuso del poder hacia los demás, donde las leyes se llenan
de ideología partidista, con el claro objetivo de relativizar la existencia del
hombre para convertirse en su propio dios.
Oseas invoca a Dios para suplicar el perdón de nuestros
pecados, el alejamiento de Dios, para que se sane nuestra infidelidad, la
infidelidad del hombre y de la sociedad tiene consecuencias, estas son la propia
destrucción del hombre, volver el rostro al Señor es lo que nos conduce a la
salvación, lástima que el hombre hasta que no se encuentra en la desgracia no
le invoca y entonces se llena de lamentaciones.
“Volverán a sentarse a
mi sombra; harán crecer el trigo, florecerán como la vid, su renombre será como
el del vino del Líbano.” Todo volverá en la invocación al único que puede salvar, se romperán los
ídolos falsos, la sabiduría divina de Dios nos ayudará a entender todo esto.
A Jesús le preguntaban cuál era el mandamiento fundamental,
unos piensas que es parte de tradición o las obras de caridad, o todas la
leyes, pero ¿Señor que podrá salvarnos de este mundo egoísta? Es el amor a Dios sobre todas las cosas, dejar que
sea el centro de nuestra vida, y no dejarlo de lado como si fuera un invitado
de piedra, o un comodín que utilizare cuando me haga falta.
Dios es el centro y su amor puro nos llevará al amor al
prójimo y a nosotros mismos, en eso consiste la Ley de Dios, incumplirla
destruye, oremos y pidamos en estos momentos de incertidumbre por toda la
humanidad, por el cese de la enfermedad y el sufrimiento, a nuestro mundo le
falta Dios y romper los ídolos creados con sus manos.
Javier Abad Chismol
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