martes, 10 de marzo de 2020

III Domingo de Cuaresma A


¡DAME DE BEBER!


En este peregrinar por la cuaresma nos invaden las dudas del amor de Dios por el hombre, sí realmente el Señor está con nosotros o nos ha dejado de la mano, si Dios se aleja por nuestra infidelidad, o simplemente no somos capaces de verlo.

Ya no hay necesidad de hablar de Dios, hay un gran vacío en la espiritualidad, ¿Dónde está Dios? ¿Solo en mis hermanos? Entonces, ¿Para que los Templos? ¿Para qué la liturgia? ¿Es la Iglesia tan solo una ONG humanitaria o es algo más?

Yo querría que el Señor nos diera de beber de un agua pura que pueda calmar la sed del hombre, que pudiera dar explicaciones al absurdo de la vida, que pudiera poner todas las piezas en su sitio, que todo pudiera tener sentido. Pero estamos en el peregrinar del desierto de la vida, y nos seguimos preguntando si la opción por Dios tal como la entendemos hoy, es válida. En el pasaje del Éxodo el Pueblo de Dios duda de serlo, y en donde Dios mismo cuestiona al Pueblo. El desierto es la vida y es la incertidumbre, es buscar a Dios y no encontrarlo, es buscar la paz en el Señor y no hallarla.

Es el Señor el que sale a nuestro encuentro y nos justifica por el don y el regalo de la gracia y de la fe, solo Él puede darnos la fuerza y el coraje para atravesar el desierto, para sentirnos arropados ante la apariencia de abandono.

Jesús se acerca al pozo de Jacob y le pide a la samaritana que le dé de beber, esta se sorprende porque los judíos y los samaritanos no se tratan. Se establece un dialogo para poder alcanzar la verdadera vida, la vida eterna, el agua del espíritu que lleva a la verdad y a la vida, la verdadera vida, la que permanece para no tener ya nunca más sed.
Hoy le pedimos al Señor que nos dé su agua, que nos calme la sed en el desierto, que podamos caminar hacia la Tierra Prometida.

Pidamos que nos aumente la fe, que le podamos ver en cada momento  y en cada circunstancia, que aprendamos a interpretar la voluntad de Dios para que nuestra vida tenga sentido y no andemos extraviados, que sentimos que el Señor es nuestro Pastor, y que nos da el coraje necesario para tomar decisiones con valentía.

Javier Abad Chismol

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