miércoles, 27 de septiembre de 2017

OCTAVO DÍA DEL NOVENARIO

MARÍA Y EL PODER DEL AMOR




Cuando contemplamos el rostro de María sale de lo más profundo de nosotros un gesto de ternura y de amor, especialmente cuando nuestra Madre del cielo sostiene al Hijo de Dios en sus brazos, gesto de amor, de dulzura, gesto de lo mejor que tenemos dentro de nosotros por ser Hijos amados de Dios.
La vida sin amor no es nada, es vacía, es absurda, porque el amor es lo que da sentido al existir del género humano, el amor es encontrar la razón de ser de nuestra existencia, es poder mirar hacia adelante y ver que tiene un fin todo aquello por lo que luchamos en nuestra vida y que nos indica nuestro lugar en mundo, no como un absurdo, sino como que la vida vale la pena vivirla y hacerlo además con intensidad, con plenitud.
La vida sin amor es como un desierto árido y sin vida, como un jardín sin flores. El amor nos lleva a la inmortalidad, nos acerca a Dios, a nuestro Creador, en cambio el odio, la mentira, la corrupción, nos lleva a la mortalidad, y al sin sentido de la vida. Como María, debemos optar por la vida. Optar por la vida y por el amor es aceptar y cumplir la voluntad de Dios con docilidad de corazón, como María, es decirle al Señor que nos fiamos, a pesar de que no entendamos nada, de que nos cueste distinguir el camino, o incluso a donde vamos, es fiarse de Dios con amor, con confianza y dejar a un lado la razón y la lógica, es aprender a trascender todo aquello que vemos a nuestro alrededor es la forma de empezar a ver a Dios en nuestros hermanos y en todo lo que nos rodea.
El Señor se manifiesta por amor, y lo hace con mayor intensidad cuando le abrimos nuestro carazón, cuando le dejamos que entre en lo más profundo de nuestro ser, de nuestra alma[.
Los mandatos de Dios se resumen en el amor, en amarle sobre todas las cosas, tener el convencimiento que poner al Padre en el centro de nuestra vida, que amarle sobre todo, es amar a la humanidad, es amar a nuestro hermanos, es aceptar con claridad absoluta que quien ama a Dios ama al hermano, ama a los que el Señor nos pone delante en nuestra vida en cada momento, esa es la forma de experimentar la misericordia de Dios, en amar no sólo a los que queremos o amamos, sino a los que salen a nuestro paso en el camino, debemos como María aprender a amar con mayúsculas, una amor además que se expanda a nuestro alrededor.
Es bien cierto que el amor dado no es proporcional al amor recibido, pensemos por un momento el sentimiento de María, que habiendo obedecido la voluntad de Dios, tiene que ver el castigo que esta recibiendo su hijo sin haber realizado nada malo, por predicar el amor de la Buena Noticia, y María guardaba y lloraba con la misma ternura que tuvo cuando tenía a su hijo en brazos, pero ahora lo veía en lo alto de un madero, lo veía ajusticiado injustamente como un malhechor, no olvidemos nunca que el amor no siempre se responde con amor, pero no por ello hay que dejar de amar, de predicar el Evangelio del amor.
Al atardecer de la vida, se nos juzgara por el amor, por el amor que dimos a los demás, y no será un juicio por el amor que hemos recibido, será un examen de esfuerzo, de generosidad plena por amar de verdad, y ese amar verdadero nos habla de perdón, ¿Cómo vamos amar si no somos  capaces de perdonar? El amor no es un estado de perfección, el amor es apertura a crecer como personas, a vivir en un intento de ser cada día mejores, y eso se consigue en el amor a Dios y en consecuencia a nuestros hermanos.
Debemos aprender a ejercitar el amor, cuando alguien te insulta, te ataca, se burla y te hace daño, practica la misericordia de Dios que se manifiesta en lo que podríamos llamar los enemigos, que son aquellos que nos hacen mal o que buscan nuestra perdición. Si el odio, el rencor se apodera de nosotros, la caridad se va marchitando en nuestro corazón, y es entonces que ya no estaremos capacitados para amar, porque no nos saldrá del corazón. Nuestra fuente es el amor del Señor y de nuestra Madre María, es ahí donde conseguiremos la verdadera fuente del amor, el agua viva que nos purifica y nos enseña a amar aunque nos odien, o nos persigan, aunque deseen nuestra perdición; abandonemos los bajos instintos de la venganza o del ajusticiamiento, por muy lícito y justo que nos parezca y llenémonos de la gracia y el poder del amor de Dios.
No hagamos caso de nuestro corazón herido por el mundo, por las personas que están a nuestro alrededor y nos desprecian, o simplemente esperan a ver por donde tropezamos para empezar a atacar; envolvámonos del amor, del amor materno de nuestra madre, un amor que no espera más compensación que la del puro amor.
Contemplemos el rostro de María, contemplemos, la paz del corazón, y podamos descubrir así la fuerza y el poder que se manifiesta en la caridad verdadera y auténtica. Cuando se da amor en lugar de dar odio o sentir rencor, se abre una puerta a la esperanza y a la confianza en el ser humano, en la certeza total y absoluta de que el amor lo traspasa todo, lo invade todo; y esa es su fuerza, el hecho de que no se responde como lo espera el mundo, que la reacción del amor se hace incomprensible para la razón y la lógica humana.
Un corazón encendido aviva la llama de otros corazones, de esta manera la llama del corazón del creyente debe avivar a los hombres, para ser luz para todos, para que esa luz, que es signo de amor, pueda pasar de unos a otros, y además que nos lo creamos de verdad, sin dudar, que no nos dejemos vencer por el mundo y por la falta de ilusión, que no se apague la llama del amor en nuestras vidas, que permanezca encendida, a pesar de la dificultad, de la adversidad, aunque esa llama en ocasiones pueda bajar de intensidad, o incluso parezca que se está apagando, esa llama que es la fuerza del amor se reaviva por la propia caridad y porque el Señor nos enciende en el amor, que es quien nos da la fuerza para poder entregar esa llama y pasarla como un relevo a los demás, es la transmisión de la fe, no basada solo en normas, costumbres o tradiciones, es la transmisión del amor de Dios y de su fuerza.
Que todo lo que hagamos, que todo lo que tengamos que decir y que manifestar sea por puro amor, y para ello no olvidemos que no somos los protagonistas, María y José supieron cumplir su misión para con el Mesías, al igual que Juan Bautista, esa es la fuerza verdadera del amor, que se respetan los lugares y los tiempos, que no hay ambición sino vocación de servicio y entrega. Cuando en nombre del amor o del nombre de Dios nos buscamos a nosotros mismos y nuestro propio triunfo personal es cuando realmente hemos desvirtuado el amor, aunque estemos revestidos de ella, podemos hacer de nuestra misión religiosa nuestro propio trampolín. Aprendamos a poner a Dios en el lugar que le corresponde, no le arrebatemos  por ambición el lugar a la caridad y a la entrega.
El amor del creyente tiene que manifestarse en la entrega, pero una entrega por amor, sin esperar ningún tipo de compensación más que cumplir la voluntad de Dios. Él debe ser el centro de nuestro actuar, el fundamento de nuestra vida que se plasma en los hombres; y por lo tanto nuestra misión es la de llevar a Dios a todos los hombres de palabra y de acto. El amor verdadero es este, no el que el mundo nos vende como amor libre y sin ataduras, como si Dios nos privara de la libertad, algo que no es cierto. El amor de Dios viene a romper las cadenas que nos esclavizan, las cadenas de un amor que pervierte, el del mundo, y que nos hace que acabemos perdidos y desorientados.
María obedecía, amaba, y actuaba en silencio; con la sabiduría que da la fe en el Señor, una sabiduría que no entiende de saber humano y de conocimiento, es la sabiduría de conocer que se está en la verdad, y esto hace que nos pongamos en manos de Dios aun sin saber muy bien que nos acontecerá o que ocurrirá; amar, obedecer, cumplir y descansarse en la única verdad.
Una verdad y un amor que lleva a la libertad, como María que acepto los planes del Padre para Jesús, no creía que su hijo fuera de su propiedad. Algo que piensan algunas madres y esto les hace sufrir, porque cuando el hijo toma algún tipo de decisión les da la impresión de que lo pierden o simplemente que no hace lo que ellas quieren. El amor de María es cumplir la misión que se le encomienda, es fiarse a manos llenas y confiar, esto sin quitar un ápice del sentimiento humano, pero Dios está por encima de ella misma.
Confiemos en el poder del amor, confiemos en el poder de Dios que no viene a privarnos de nada sino que viene a dárnoslo todo, vivamos y sintamos en nosotros la ternura de una madre, de María que es madre nuestra y que nos instruye en la senda del amor, de la entrega y de la confianza en el designio de Dios para toda la humanidad y para cada uno de nosotros.
Javier Abad Chismol




Presentación del libro MARÍA modelo de nuestra fe.

martes, 26 de septiembre de 2017

SÉPTIMO DÍA DE LA NOVENA

LA VERDAD DE MARÍA


Es importante para todo creyente reflexionar  sobre la imagen y la figura de María, es decir, saber qué es lo que se debe creer, que es lo que sebe venerar, y que es por lo tanto lo que tenemos que procesar con autentica y verdadera fe.
La Iglesia nos propone lo que llamamos los dogmas, que son aquellas verdades de fe que el magisterio de la Iglesia a lo largo del tiempo ha ido aprobando para enseñar al Pueblo de Dios, y evitar así el error. Por este motivo es muy importante que conozcamos lo que la Iglesia, que es nuestra madre, nos dice de quien es María, porque a su vez también decimos que María es la madre de la Iglesia y en consecuencia madre nuestra. (DzScho 3011)
Los dogmas deben ser creídos y no puestos en cuestión porque si lo hacemos así, al final no sabríamos que creer, o tendríamos la tentación de ir poco a poco inventándonos nuestra fe, y nuestra religión, por ello es bueno reflexionar en las verdades de fe y de la Iglesia, autorizadas por el Magisterio a lo largo de los siglos. Los dogmas por lo general han ido surgiendo desde las herejías y de los errores de unos y otros y que ha obligado a la autoridad de la Iglesia a decir que debe ser creído y que no debe ser creído
Negar algunos de los dogmas es negar la misma fe en nuestro Señor Jesucristo, porque es negar la autoridad de Dios. Por ello no se puede creer en María sin creer en la Iglesia, que es la que nos lleva a María y a cómo debemos venerarla.
Debemos reconocer a María como Madre de Dios, se nos enseña que María es madre verdadera porque engendró al hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Palabra encarnada, engendrada milagrosamente y virginalmente por obra y gracia del Espíritu Santo. Así se definió en el Concilio de Efeso, y se reafirma en la Encíclica de Pio XI Lux Veritas 11, se matiza que esta verdad no puede ser rechazada, la Iglesia lo ha ido renovando, especialmente cuando se trata de piedad popular que en ocasiones pueden llevar a error, o a un mal uso de lo que significa la devoción mariana.
El dogma que contiene el reconocimiento revelado de María como madre de Dios se podría decir que es el más importante de todos, si negamos que María es madre de Dios, toda la fe revelada podría ser cuestionada, como de hecho a ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, porque es ahí donde se encuentra la economía de nuestra salvación, la intervención divina en la vida del hombre.
María, madre y Virgen es otro de los dogmas marianos, que también puede producir cierto escepticismo desde el punto de vista estrictamente humano. Es la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, es la virginidad perpetua o perfecta.
Por lo tanto María permaneció virgen en el momento de la concepción del Verbo, de Jesús, porque fue hecha Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, esta verdad ha ido evolucionando y clarificándose y recogida por el Concilio Vaticano II (LG 57).
María fue Virgen después del nacimiento de Jesús porque como hemos dicho no tuvo contacto carnal con ningún hombre, viviendo casta y virginalmente con su esposo san José. La virginidad perpetua de María es doctrina universal de la Iglesia desde ya una época muy remota. Esto es lo que debe ser creído por todos y que no debe ser cuestionado aunque pueda desbordar la razón, la medicina o la lógica, la fe trasciende todo esto, no podemos entrar en la especulación ni en las demostraciones cuando de trata de la fe, porque la fe es certeza de lo que no se ve, pero que ha sido revelado a los hombres y que debe ser creído y aceptado en lo más profundo de nuestro corazón.
El dogma de la Inmaculada Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia y sin pecado original, del cual fue preservada de pecado, de la tentación para negar la voluntad de Dios, el SI de María, es un sí para vencer el pecado, para vencer la destrucción del hombre, de la corrupción y la tentativa a vivir alejado del Creador.
Lo podemos también comprobar en LG 61, fue elegida y querida por Dios toda pura y libre de toda mancha o de pecado, ella no estuvo sometida al pecado original, estuvo concebida en gracia y en si pecado. Esto lo podemos ver en la Sagrada Escritura, en Génesis 3, 15, en la que se habla de la victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, sobre el demonio, y cuando el ángel se dirige a María: Dios te salve, llena de gracia (Lucas 1,28) también en LG 56. Este dogma fue definido, el de la Inmaculada Concepción como dogma, como verdad de fe, por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula Ineffabilis Deus (El Dios inefable).
También veneramos con mucha fe que se refiere a como terminó su tránsito en esta vida la Virgen María. Nos preguntamos y se lo pregunta la Iglesia desde todos los tiempos ¿Qué ocurrió con el cuerpo de María?
María al terminar su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste, así se determino el dogma por el Papa Pío XII en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus. No se nos acaba diciendo si la Virgen murió o no, como los demás mortales, decimos que la muerte de la Virgen no es dogma. María murió para configurarse con Jesús, que también se sometió a la muerte, aunque eran libre de pecado y de corrupción. Ahora lo que ha de ser creído es que el cuerpo de la Virgen no sufrió la corrupción del sepulcro, que se estima como consecuencia del pecado original. Es la forma de afirmar que María era Inmaculada, sin macha, es virgen, y sin corrupción alguna, esto es la afirmación anterior de que María es la Madre de Dios.
Esta verdad de fe tiene su raíz y fundamento en  la enseñanza de la Sagrada Escritura, el Papa Pío XII comenta los textos y ciertos lugares bíblicos, por ejemplo en génesis 3,15, que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y sobre la muerte, que es el último enemigo a batir y vencer, la fiesta de la Asunción la celebramos desde el siglo VI. Aquí también se une la realeza de María (LG 68), y también lo podemos ver en el libro del Apocalipsis, como la mujer que está en estado vence al dragón, al mal, al pecado, a la infidelidad (Apoc. 19,16).
María debe reinar nuestras vidas, debe estar presente, porque en ella tenemos garantías de poder descubrir el poder de las tinieblas, y no solo eso, sino que además podamos vencerlo, María es nuestra abogada en los momentos de más dificultad.
Caminar con María es caminar como hijos de la luz porque ella nos ilumina en nuestro camino, es lámpara para nuestros pasos, por ello necesitamos de María, y necesitamos también saber qué es lo que tenemos que creer, y como tenemos venerar a nuestra madre, para no caer en la idolatría, sino saber cuál es nuestra fe, y que es lo que Iglesia nos enseña como madre que es nuestra.
A su vez, la verdad de María nos debe llevar a reconocerla en nuestra vida de cada día, ver qué lugar ocupa en nuestra existencia, porque ver a María es ver al Hijo, y ver al Hijo es ver al Padre, que intercede por todos nosotros para que encontremos el sentido a nuestra existencia, en definitiva, buscar nuestro lugar en el mundo, que ese el ser del hombre y la inquietud que todos tenemos en nuestros corazones.
Ver a María y comprender con ayuda de la fe su verdad, una verdad que se nos ofrece como un regalo por nuestra madre que es la Iglesia, que a través de la tradición y del magisterio ha ido revelando sobre María lo que tenía que ser creído y venerado como verdadero. Una fe pura y auténtica de lo que debemos creer como don y como gracia, y que es superada por la razón, por la lógica o por la ciencia.
La Virgen María según el Concilio de Trento (sesión sexta, año 1547), se nos dice que vivió durante su vida inmune de todo pecado venial en virtud de un privilegio especial de Dios, esto es, que no cometió pecado alguno , porque nunca ofendió a Dios, también tendríamos que aprender cada uno de nosotros a no ofender a Dios, a ser dóciles y su palabra como María, con las palabras al ángel, que se cumpla su voluntad. Deberíamos saber por la fe y por la gracia que cumplir la voluntad de Dios es acertar de lleno en el sentido de nuestra existencia, una existencia que nos lleva a la trascendencia de lo aparente y de lo lógico.
Un escéptico, un científico, un lógico, no encontraría sentido a los dogmas que hemos numerado, porque le serían un imposible, incluso puede producir cierta burla ante el imposible de virginidad de María, o su no corrupción de su cuerpo, pero todo lo creído y venerado es por la fe, es don de Dios, y es gracia, por este motivo la fe no se cuestiona, la fe se abraza como regalo de verdad, una verdad que lleva a la libertad del hombre, porque escoge lo que conviene desde la sabiduría divina que viene de lo alto, como las palabras del mensajero de Dios, del ángel, que también nosotros podamos escuchar en nuestras vidas esas palabras que se nos manifiestan a todos nosotros, en libertad y en plenitud, es el amor a María, en la cual creemos con gran devoción y amor, porque es pilar fundamental de nuestras vidas, porque que es nuestra madre, nuestra maestra y defensora, porque ella nos acompaña hasta el final de nuestras vidas y no nos deja de la mano.
Es importante para todo creyente reflexionar  sobre la imagen y la figura de María, es decir, saber qué es lo que se debe creer, que es lo que sebe venerar, y que es por lo tanto lo que tenemos que procesar con autentica y verdadera fe.
La Iglesia nos propone lo que llamamos los dogmas, que son aquellas verdades de fe que el magisterio de la Iglesia a lo largo del tiempo ha ido aprobando para enseñar al Pueblo de Dios, y evitar así el error. Por este motivo es muy importante que conozcamos lo que la Iglesia, que es nuestra madre, nos dice de quien es María, porque a su vez también decimos que María es la madre de la Iglesia y en consecuencia madre nuestra. (DzScho 3011)
Los dogmas deben ser creídos y no puestos en cuestión porque si lo hacemos así, al final no sabríamos que creer, o tendríamos la tentación de ir poco a poco inventándonos nuestra fe, y nuestra religión, por ello es bueno reflexionar en las verdades de fe y de la Iglesia, autorizadas por el Magisterio a lo largo de los siglos. Los dogmas por lo general han ido surgiendo desde las herejías y de los errores de unos y otros y que ha obligado a la autoridad de la Iglesia a decir que debe ser creído y que no debe ser creído
Negar algunos de los dogmas es negar la misma fe en nuestro Señor Jesucristo, porque es negar la autoridad de Dios. Por ello no se puede creer en María sin creer en la Iglesia, que es la que nos lleva a María y a cómo debemos venerarla.
Debemos reconocer a María como Madre de Dios, se nos enseña que María es madre verdadera porque engendró al hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Palabra encarnada, engendrada milagrosamente y virginalmente por obra y gracia del Espíritu Santo. Así se definió en el Concilio de Efeso, y se reafirma en la Encíclica de Pio XI Lux Veritas 11, se matiza que esta verdad no puede ser rechazada, la Iglesia lo ha ido renovando, especialmente cuando se trata de piedad popular que en ocasiones pueden llevar a error, o a un mal uso de lo que significa la devoción mariana.
El dogma que contiene el reconocimiento revelado de María como madre de Dios se podría decir que es el más importante de todos, si negamos que María es madre de Dios, toda la fe revelada podría ser cuestionada, como de hecho a ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, porque es ahí donde se encuentra la economía de nuestra salvación, la intervención divina en la vida del hombre.
María, madre y Virgen es otro de los dogmas marianos, que también puede producir cierto escepticismo desde el punto de vista estrictamente humano. Es la virginidad de María antes de la concepción del Hijo de Dios, es la virginidad perpetua o perfecta.
Por lo tanto María permaneció virgen en el momento de la concepción del Verbo, de Jesús, porque fue hecha Madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin intervención de varón, esta verdad ha ido evolucionando y clarificándose y recogida por el Concilio Vaticano II (LG 57).
María fue Virgen después del nacimiento de Jesús porque como hemos dicho no tuvo contacto carnal con ningún hombre, viviendo casta y virginalmente con su esposo san José. La virginidad perpetua de María es doctrina universal de la Iglesia desde ya una época muy remota. Esto es lo que debe ser creído por todos y que no debe ser cuestionado aunque pueda desbordar la razón, la medicina o la lógica, la fe trasciende todo esto, no podemos entrar en la especulación ni en las demostraciones cuando de trata de la fe, porque la fe es certeza de lo que no se ve, pero que ha sido revelado a los hombres y que debe ser creído y aceptado en lo más profundo de nuestro corazón.
El dogma de la Inmaculada Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia y sin pecado original, del cual fue preservada de pecado, de la tentación para negar la voluntad de Dios, el SI de María, es un sí para vencer el pecado, para vencer la destrucción del hombre, de la corrupción y la tentativa a vivir alejado del Creador.
Lo podemos también comprobar en LG 61, fue elegida y querida por Dios toda pura y libre de toda mancha o de pecado, ella no estuvo sometida al pecado original, estuvo concebida en gracia y en si pecado. Esto lo podemos ver en la Sagrada Escritura, en Génesis 3, 15, en la que se habla de la victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, sobre el demonio, y cuando el ángel se dirige a María: Dios te salve, llena de gracia (Lucas 1,28) también en LG 56. Este dogma fue definido, el de la Inmaculada Concepción como dogma, como verdad de fe, por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula Ineffabilis Deus (El Dios inefable).
También veneramos con mucha fe que se refiere a como terminó su tránsito en esta vida la Virgen María. Nos preguntamos y se lo pregunta la Iglesia desde todos los tiempos ¿Qué ocurrió con el cuerpo de María?
María al terminar su vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste, así se determino el dogma por el Papa Pío XII en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus. No se nos acaba diciendo si la Virgen murió o no, como los demás mortales, decimos que la muerte de la Virgen no es dogma. María murió para configurarse con Jesús, que también se sometió a la muerte, aunque eran libre de pecado y de corrupción. Ahora lo que ha de ser creído es que el cuerpo de la Virgen no sufrió la corrupción del sepulcro, que se estima como consecuencia del pecado original. Es la forma de afirmar que María era Inmaculada, sin macha, es virgen, y sin corrupción alguna, esto es la afirmación anterior de que María es la Madre de Dios.
Esta verdad de fe tiene su raíz y fundamento en  la enseñanza de la Sagrada Escritura, el Papa Pío XII comenta los textos y ciertos lugares bíblicos, por ejemplo en génesis 3,15, que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y sobre la muerte, que es el último enemigo a batir y vencer, la fiesta de la Asunción la celebramos desde el siglo VI. Aquí también se une la realeza de María (LG 68), y también lo podemos ver en el libro del Apocalipsis, como la mujer que está en estado vence al dragón, al mal, al pecado, a la infidelidad (Apoc. 19,16).
María debe reinar nuestras vidas, debe estar presente, porque en ella tenemos garantías de poder descubrir el poder de las tinieblas, y no solo eso, sino que además podamos vencerlo, María es nuestra abogada en los momentos de más dificultad.
Caminar con María es caminar como hijos de la luz porque ella nos ilumina en nuestro camino, es lámpara para nuestros pasos, por ello necesitamos de María, y necesitamos también saber qué es lo que tenemos que creer, y como tenemos venerar a nuestra madre, para no caer en la idolatría, sino saber cuál es nuestra fe, y que es lo que Iglesia nos enseña como madre que es nuestra.
A su vez, la verdad de María nos debe llevar a reconocerla en nuestra vida de cada día, ver qué lugar ocupa en nuestra existencia, porque ver a María es ver al Hijo, y ver al Hijo es ver al Padre, que intercede por todos nosotros para que encontremos el sentido a nuestra existencia, en definitiva, buscar nuestro lugar en el mundo, que ese el ser del hombre y la inquietud que todos tenemos en nuestros corazones.
Ver a María y comprender con ayuda de la fe su verdad, una verdad que se nos ofrece como un regalo por nuestra madre que es la Iglesia, que a través de la tradición y del magisterio ha ido revelando sobre María lo que tenía que ser creído y venerado como verdadero. Una fe pura y auténtica de lo que debemos creer como don y como gracia, y que es superada por la razón, por la lógica o por la ciencia.
La Virgen María según el Concilio de Trento (sesión sexta, año 1547), se nos dice que vivió durante su vida inmune de todo pecado venial en virtud de un privilegio especial de Dios, esto es, que no cometió pecado alguno , porque nunca ofendió a Dios, también tendríamos que aprender cada uno de nosotros a no ofender a Dios, a ser dóciles y su palabra como María, con las palabras al ángel, que se cumpla su voluntad. Deberíamos saber por la fe y por la gracia que cumplir la voluntad de Dios es acertar de lleno en el sentido de nuestra existencia, una existencia que nos lleva a la trascendencia de lo aparente y de lo lógico.

Un escéptico, un científico, un lógico, no encontraría sentido a los dogmas que hemos numerado, porque le serían un imposible, incluso puede producir cierta burla ante el imposible de virginidad de María, o su no corrupción de su cuerpo, pero todo lo creído y venerado es por la fe, es don de Dios, y es gracia, por este motivo la fe no se cuestiona, la fe se abraza como regalo de verdad, una verdad que lleva a la libertad del hombre, porque escoge lo que conviene desde la sabiduría divina que viene de lo alto, como las palabras del mensajero de Dios, del ángel, que también nosotros podamos escuchar en nuestras vidas esas palabras que se nos manifiestan a todos nosotros, en libertad y en plenitud, es el amor a María, en la cual creemos con gran devoción y amor, porque es pilar fundamental de nuestras vidas, porque que es nuestra madre, nuestra maestra y defensora, porque ella nos acompaña hasta el final de nuestras vidas y no nos deja de la mano.
Javier Abad Chismol

lunes, 25 de septiembre de 2017

QUINTO DÍA DE LA NOVENA 2017

MARÍA  Y JESÚS FORMAN UN MODELO PERFECTO DE HUMILDAD
 



Jesús práctico la humildad en un grado que nos desborda, que nos sobrepasa ¿Qué dios siendo Dios se rebaja a la condición de su criatura? Esto solo se entender desde la clave del amor y de la gratuidad, de una generosidad que desborda la lógica humana.
Como por una especie de inercia toda la humanidad mira hacia arriba, nos fijamos en aquellos que están en el foco de atención, de aquellos que son famosos, que tienen poder, que dominan a los demás. Muchos son los que quieren la fama y el poder para estar por encima, para sentirse poderosos, en esa escalada de ambición siempre salen perjudicados los pobres, los débiles, los desheredados de la tierra. En cambio Jesús miraba a los que estaban abajo, a los más sencillos, tenía una predilección especial por aquellos que parece que en la vida les ha tocado la peor parte, miraba siempre hacia abajo y así manifestaba su humildad.
Jesús nace pobre en la aldea de Belén, en la noche, en las afueras, en una cuadra, apartado del mundo, y sin lugar para el Dios con nosotros, y es un marginado de la época, un irrelevante, y así ha querido que fuese, su madre una joven sencilla, humilde, creyente, y atenta al designio Divino.
Jesús no tiene grandes maestros, ¿Quién le instruyo en su saber? Que se sepa nadie, ningún maestro de la Ley enseño a Jesús su saber, porque su saber no venía del conocimiento humano, su saber venía de Dios, y esa era precisamente su fortaleza. Él vivió en Nazaret, una población sin apenas importancia, por eso producía tanto escepticismo entre la gente, especialmente entre los más doctos de la Ley, ¿Cómo va a salir de ahí el mismo Dios? Les parecía una temeridad, Jesús carpintero, insignificante, antes de comenzar su andadura a los treinta años, a los ojos del mundo y de la gente no había realizado nada relevante.
Vamos viendo ya muchos rasgos de humildad, empezando por el propio misterio de la encarnación, desde el encuentro del ángel Gabriel con María  para anunciarle el nacimiento del Mesías y el mismo nacimiento de Jesús, gestos claros de humildad, en la aceptación de María y en el abajamiento del Mesías, haciéndose pequeño entre los pequeños. Jesús niño, frágil, pobre, débil, necesitado de los demás, ¿Qué dios se hace dependiente de su criatura? Es todo un ejemplo de humildad y de servicio para todo el género humano.
Son muchos los gestos que encontramos en Jesús y en María que nos marcan un camino de humildad y de servicio, vienen a enseñarnos una forma diferente de vivir en este mundo, una forma de decirnos a todos que lo importante para el mundo no es importante para Dios. Los poderes del mundo se hacen fuertes estando por encima de los demás, conquistando tierras y poder, en cambio el poder del Señor es la humildad, es el servicio, es la generosidad, y es poner en primer lugar a los desheredados de la tierra, es una contradicción para el hombre, e incluso para aquellos que esperan un dios justiciero y poderoso que arrase a los que no están con él.
La humildad es una escuela que vivió Jesús en Nazaret junto a su madre, no sabemos muy bien como fueron esos primeros años, porque era tiempo discreto, de preparación, de recogimiento, de estar expectante a que el Señor actuará en el momento preciso.
Esto es confiar en la voluntad de Dios, ponernos en sus manos, también en los momento que parecen irrelevantes, incluso cuando nuestra vida parece que apenas tiene sentido o que carece de ningún valor. El Señor actúa en todo momento aunque no nos los parezca, y es así en la humildad, en la sencillez de Nazaret, donde se forma el plan salvífico de Dios para todos los hombres.
De alguna manera tenemos que tener en cuenta que la humildad se va forjando en el corazón de cada hombre, y que para que la humildad crezca plenamente en nosotros tenemos que estar cerca del Señor y estar bien atentos, como María, a su voluntad, saber vivir en la escuela de Nazaret, en el silencio, en lo pequeño, en lo discreto, esa vida silenciosa y oculta que vivió la familia de Nazaret. Jesús fue un obrero aldeano que supo aguardar y esperar a que llegara la hora de hacerse visible, y no por ello la etapa de Nazaret no había sido importante, al contrario, le había ido forjado en la misión que el Padre le tenía encomendada, Nazaret había sido como su Universidad, en donde habría recogimiento, oración, trabajo sencillo y bien hecho.
Para muchos tanto María como Jesús no eran los candidatos más idóneos, nuestro mundo los hubiera dejado fuera por no ser lo suficientemente cualificados, de hecho muchos afirmaban ¿no esté el hijo del carpintero?  O ¿Qué puede salir de bueno de Nazaret?  Siempre en un plano despectivo, y esa es la humildad que Dios ha querido, para marcarnos de esta manera cual es el camino de perfección y de plenitud.
En la vida pública siguió Jesús la misma dinámica, escoge seguidores incultos, irrelevantes, elogia a los niños y los prefiere, cuando la sociedad del momento los ignoraba , vive rodeado de pecadores , algo que resultaba escandaloso para los fariseos y para los puristas religiosos, acude a las mujeres , a los enfermos , en definitiva a toda clase de marginados, ya se nos va marcando en qué consiste la venida del Reino de Dios, y es algo tan sencillo como la humildad que se plasma en el amor, en especial a los más desfavorecidos de la tierra. Predica que el que se hace pequeño como un niño es el más grande en Reino de los cielos (Mt 18,4).
En la pasión el Señor se entrego a sí mismo, y podía no haberlo consentido como Hijo de Dios, pero quiso que fuera así, para rebajarse al mayor grado de humildad, consentir que fuera ajusticiado como un malhechor, como un malvado, como un delincuente, ¡qué amor tan grande nos ha tenido sin merecerlo! Apareció desfigurado, sin aspecto humano, desecho de los hombres, estimado en nada…  todo para poner al descubierto el pecado de los hombres y de que necesitamos experimentar el mayor grado de amor y de humildad, de ejemplo de gratuidad, de sufrimiento y entrega en la injusticia de los poderosos del momento.
Vemos al Señor en la Eucaristía, vive ahora en lo más oculto, se nos da, se nos entrega en cada momento que acudimos a la Eucaristía, sigue muriendo por nosotros, se nos entrega como alimento.  Muchos hoy no ven al Señor en la Eucaristía, igual que no ven nada en la cruz, porque el maligno les pone una venda en los ojos, y no ven al Señor mismo, hecho uno de nosotros por puro amor, en humildad y entrega. Se arrodilla ante nosotros, se humilla, para limpiar nuestros pecados y darnos posibilidad de redención.
María practicó los mayores gestos de humildad, María es la humildad en sí misma, siempre vivió en actitud de sierva del Señor, no hubo rebeldía, tampoco resignación, acepto con gozo los planes de Dios, es vocación de servicio, de entrega y de amor. “¡He aquí la esclava del Señor!” (Lc 1, 38) Esclava para servir, para darse, para amar.
Estamos llamados a imitar la humildad de María y de Jesús, el cristiano cuanto más profundiza en su existencia, más se da cuenta de su pequeñez, de que necesitamos de Dios, y así desde esa pequeñez y el dejarse hacer por Dios se camina hacia la santidad, ante la humildad de reconocerse pequeño.
Es como un árbol, cuanto más profundas son sus raíces dentro de la tierra, da mejores frutos. Los más pequeños, los que son como niños, serán los más grandes en el Reino de los Cielos.

Pidamos al Señor la gracia de imitar a Jesús y María en su santa humildad y pidamos siempre esa virtud, entreguemos nuestro corazón al Señor, para que Él obre maravillas en nosotros.

Javier Abad Chismol

sábado, 23 de septiembre de 2017

HOMILÍA, CUARTO DÍA DEL NOVENARIO, 2017


MARÍA Y LA LIBERTAD



María dijo entonces: «Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso he hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen.
 Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre».
 María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa.” (Lc 1, 39-56)
Hoy en día hablamos mucho de la liberación de la mujer, hablamos de igualdad de derechos, y planteamos una sociedad en donde no haya ningún tipo de discriminación por ser mujer.
También leyendo las páginas del Antiguo Testamento podemos ver una sociedad patriarcal, y una misión de la mujer de sumisión y obediencia al marido. Los textos están escritos en un contexto histórico en el que la mujer estaba designada a la misión del cuidado del marido y de los hijos. Esa tendencia evoluciona, es más ya en los libros sapienciales  de la Biblia empieza a verse como principio de sabiduría la igualdad del hombre y la mujer en cuanto persona e hijos de Dios, eso sí, diferenciando su papel en el mundo. Evidentemente el papel maternal hacia los hijos es de la mujer, como también decimos que María es nuestra madre, pero no cabe en la distinción hombre y mujer la discriminación negativa hacia esta; si no que tienen la misma dignidad, y son claves ambos en la historia de la salvación, como demuestran la vida de los santos, en donde hombres y mujeres dan gloria a Dios cumpliendo su voluntad y anunciado de palabra y obra el Evangelio de Jesucristo.
Me gustaría que de la mano de María reflexionemos sobre el significado de la libertad, entendiendo que la libertad consiste en la libre disposición de sí mismo, es decir, que podemos escoger dentro de nuestras posibilidades y de nuestras opciones. Pues bien, aunque nos pueda parecer en cierto modo contradictorio, María es la mujer libre por excelencia, y esto es así, a pesar de haberse comprometido y desposado  con José, que era varón justo , en un proyecto un tanto singular del matrimonio.
También en el Sacramento del matrimonio el hombre y la mujer al unirse no pierden su libertad , al contrario, deciden libremente unirse para dar gloria a Dios, el matrimonio nunca debe anular la libertad verdadera de una de las partes o de ambos, libertad, amor, unidad y matrimonio deben ir unidas de la mano. No confundamos libertad, con libertinaje o egoísmo en donde sólo cuento yo mismo y mis apetencias. Ese es uno de los motivos por el cual fracasan los matrimonios, en primer lugar porque dejan fuera a Dios de su familia y de su vida, y luego porque en el mal uso de la libertad anida el egoísmo y no la capacidad de salir de uno mismo para pensar en el otro, el amor es entrega, es renuncia, pero también es libertad.
María es libre y muestra su libertad al decidir libremente  su maternidad en la anunciación , podía haberse negado o revelado, pero María era una mujer profunda de oración y fe, por este motivo reconoció la voz del ángel, del mensajero de Dios. El estar íntimamente unido al Señor hace que podamos descubrir su voluntad, y además tener el coraje de, en libertad, decirle que sí, como María. Eso no hace que estemos inmunes hacia el temor, la incertidumbre, las dudas, lo que ocurre es que la fe no paraliza, sino que a pesar de todo nos impulsa a seguir avanzando.
En la anunciación María no consulta a su esposo, ni familiares, ni a parientes, ni a nadie, obedece directamente a Dios, ella ha recibido una oferta, y ella sola toma esa decisión trascendental, es decir que va a colaborar libremente en el plan de Dios. También nosotros tenemos que estar atentos como cristianos a la voluntad del Señor, que cuenta con nosotros y se nos manifiesta día a día, y por ello tenemos que estar pendientes de los signos de Dios y de cómo nos pide que también trabajemos por nuestra salvación y la de nuestros hermanos.
María asume el encargo con lucidez y libertad, entregando su persona en un Sí rotundo, que se extiende a toda su vida, y de esta manera ella se constituye en la excepcional y singular colaboradora en el orden de la salvación .
María también es libre para visitar a su prima Isabel  (Lc 1 39-45). Es libre para quedarse un tiempo con su prima acompañando a Isabel que iba a dar a luz, y todo ello, sin que José, su esposo, quisiera dominarla con el talante judío de varón y esposo patriarcal.
María también es libre para proclamar el Magnificat , como la mujer nueva, que se une al coro de los profetas, y así anuncia la nueva humanidad, convirtiéndose en la nueva Eva, que viene a rescatarnos del pecado, del demonio y de la muerte.
Pero a su vez, en libertad, nos marca el modelo de familia querido por Dios, toma muchas decisiones con su esposo, como cuando deciden subir a Belén para empadronarse, son decisiones consensuadas desde la fe, y desde la intervención del Señor en sus vidas. Cuando por ejemplo la pérdida de Jesús en el Templo, en donde ambos tienen que plantearse la libertad de Jesús y el designio salvífico , el  amor de los padres a veces se puede volver egoísta, no por mal, sino por posesión de los padres hacia los hijos, amar es desear la libertad, y sobre todo que esa libertad obedezca a la voluntad de Dios.
María no está esclavizada en su matrimonio, y eso que en el pueblo judío, la mujer no pintaba mucho, más bien tenía que someterse al marido, sino que viviendo en la familia con el esposo, María encuentra la libertad que necesita al ser protegida por San José, en el apoyo humano y material y en el plano espiritual, no olvidemos que José no la repudió cuando se enteró que estaba en cinta, que escucho la voz del ángel, y aceptó, como hombre bueno y como hombre de Dios .
¿Somos libres como María? Podíamos analizar en esta reflexión cómo es nuestra libertad, cómo son nuestras ataduras, podemos ser esclavos de muchas cosas, de personas, de situaciones, de miedos, cada uno debe meditar en su corazón, y sin engañarse sobre cómo es nuestra libertad, a qué estamos apegados, y sobre todo, y a la luz de María, ¿Qué no nos permite ser libres? ¿Qué nos frena para descubrir la voluntad de Dios? ¿Qué nos hace una vez descubierta la voluntad de Dios poder realizarla?
María, como en tantas cosas en nuestra vida, debe ser nuestro modelo, vemos en ella entereza, fortaleza, decisión, pero a su vez obediencia. Qué difícil resulta en nuestro mundo hablar de obedecer, o de leyes, más bien hoy se utiliza la libertar para pervertir al hombre, aunque esto ya viene desde el principio de los tiempos, cuando Adán y Eva en su libertad prefirieron la seducción del demonio, la belleza del árbol, de la manzana, la tentación de dominarlo todo, de sentirse el dueño del mundo, su propio dios, quien hace sus leyes a su antojo . Pudieron decir no, y obedecer a Dios, como nuestro mundo, nuestra sociedad que muchas veces prefiere lo cómodo y atractivo, y rechaza el esfuerzo, a la corrección a la renuncia.
También nosotros estamos continuamente en un brete, en no saber qué hacer, o lo que es peor, que no sabemos lo que viene de Dios, de lo que viene de nosotros y lo que viene del mal, ¿Cómo saberlo?
Es sencillo en cuanto lo que hay que hacer, pero difícil en la perseverancia de hacerlo. Es la oración, la contemplación, es dejar y dar la oportunidad a la escucha de Dios, acallar los ruidos, como Jesús en Nazaret, dejar que el Señor vaya obrando en y con nosotros.
Dentro de la humildad y para concluir esta meditación, no olvidemos que estamos en camino de conversión siempre, que la humildad nos hará reconocer y darnos cuenta que estamos en manos de Dios, que es Él quien obra en nosotros, que él es la vid y nosotros los sarmientos . Por lo tanto tenemos marcado un rumbo en nuestra existencia, que es el sueño de Dios para el hombre , y es que estamos llamados a ser santos, y no por nuestros méritos, sino por pura gracia y por puro amor de Dios.
Que María nuestra madre nos ayude a ser sencillos, dóciles a la voluntad divina, que nuestro sí no sea sumisión, sino que sea una decisión plena de libertad y de caridad, sabiendo que en el sí, está la felicidad y la esencia del hombre, que María sea nuestra madre y maestra de Nazaret en la humildad y el servicio desde Dios a nuestros hermanos.

Javier Abad Chismol


jueves, 21 de septiembre de 2017

Domingo XXV del Tiempo Ordinario A


MIS PLANES NO SON VUESTROS PLANES


Estamos llamados a una búsqueda, de hecho el ser humano se pasa la vida buscando, la clave sería saber qué es lo que busca, ¿Dónde está puesto su corazón? ¿Qué planes tenemos en la vida? La verdad es que muchas veces no tenemos en cuenta a Dios, vivimos como si este no existiera, como si lo pudiéramos suplir con cualquier cosa.

No tenemos tiempo para Dios, especialmente en los momentos de plenitud, de salud, de juventud, de proyectos y de planes. Muchos padres acuden a apuntar a sus hijos a la Primera Comunión y no encuentran huecos en la agenda de los niños o en la suya, está repleta de planes, de extra-escolares, de salidas, y si se les dice que hay que ir a misa para tomar la comunión entonces no es posible, porque ellos tienen sus planes, y Dios y sus preceptos no vienen muy bien. No se entiende el compromiso, el plan que  solo es fiesta y tradición pero no hay búsqueda de Dios, y si no me lo facilitan que malos son los curas y la Iglesia, porque no aceptan mis condiciones.

Al igual que en el sacramento del bautismo, promesas de educar en la fe que no se cumplen,  porque no hay compromiso, porque no se adapta a mis planes, y primero busco el convite y luego exijo la fecha.

Hoy se nos pide autenticidad y coherencia y que el malvado, el que se cree poseedor de una verdad equivocada, vuelva a Dios y vuelva a la verdad, una verdad que se debe descubrir, una verdad que son los planes de Dios, y no nuestros engaños y proyectos de auto-gobierno en los que queremos ser autónomos si autoridad y decidiendo nosotros que es dios y que es lo que queremos cumplir o que queremos ignorar.

San Pablo nos propone una vida con dignidad, una vida que agrade a Cristo, aunque haya que sufrir, el sufrimiento vale la pena, si el plan es el plan de Dios, si conseguimos que la voluntad de Dios sea nuestra voluntad, si conseguimos de verdad y de corazón llevar a nuestros hermanos a la fe.

El plan de Dios no es para hundir al hombre, ni para privarle de libertad, el plan de Dios, es que el hombre se realice en esta vida mortal pero con los ojos puestos en el Señor y en la vida eterna, una existencia entendida como un tránsito necesario y vital para la condición humana, y que se abraza a la esperanza.

Desterrando así toda actitud destructiva, una actitud que viene ante la codicia del hombre, o ante la autosuficiencia del ser humano que se pasa la vida planeando y creyéndose lo que no es, preso de la soberbia y de una ambición desenfrenada que le lleva incluso a pasar por encima de los demás sin importar el otro.

De ahí surge el mal del mundo, de un “Yo” demasiado hinchado, de un “Yo” sin más dios que el mismo. ¿Queremos descubrir la bondad del hombre? Acerquémonos a Dios, ¿Queremos descubrir hasta dónde puede llegar la maldad del hombre? Eliminemos a Dios y saldrá lo peor que tenemos dentro, saldrá la maldad, lo que destruye y de nuevo aflorara la comodidad, el placer y el egoísmo.

El Señor no se va a cansar de invitarnos a trabajar por el Reino de los Cielos, sale a nuestro encuentro, al igual que en la parábola de los jornaleros, el dueño salió a contratar a gente a distintas horas del día, unos por la mañana, otros a medio día, y otras ya al caer la jornada.

A la hora de pagar lo lógico es que se pague a cada uno según el tiempo que haya trabajado, pero no así lo el dueño de la parábola, que pago a todos por igual, independientemente de cuando hubieran sido contratados. Es cierto que cuando vieron este gesto, los jornaleros de la primera hora se molestaron por el pago, y les dijo el dueño ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

Así es la venida del Señor, del Reino de los Cielos, misericordia, perdón y conversión, nunca es tarde para volver al camino, a la verdad, es la paciencia santa de un Dios que es amor y que quiere que todos los hombres se salven y entren por la puerta de salvación, porque los planes del Señor no son los nuestros, y fiarse de Él es tener la certeza de acertar en la vida.

Javier Abad Chismol

           

           


miércoles, 20 de septiembre de 2017

PRIMER DÍA DE LA NOVENA 2017, AHÍ TIENES A TU MADRE

¡AHÍ TIENES A TU MADRE!



En la vida estamos en un camino continuo, podemos decir que somos misioneros, porque tenemos una labor que hacer en este mundo, en nuestra comunidad, en nuestra familia, y esa misión sólo se revela desde la acción concreta que se nos ha encomendado a cada uno.
María es el ejemplo de amor puro y entregado, un amor incondicional, que le lleva a acompañar a su hijo hasta el final, es la gran lección de fe que nos da María a todos nosotros, pensar por un momento como se sentiría María a los pies de la cruz, acompañando a su hijo en el monte Calvario.
Cualquier madre se hubiera enfadado de rabia, y en cambio podemos contemplar, mirar la paciencia de María, calla, acepta, esta triste, pero aprende a guardar todo en lo más profundo de su ser, algo que le lleva a tener una gran entereza para poder seguir adelante. Recordar las palabras que os decía y repetía; “María guardaba todas estas cosas en su corazón”, y cuantas cosas tenía que guardad y aceptar sin entender y sin estar de acuerdo, e incluso pareciéndole injustas.
Es un claro ejemplo de actitud ante los problemas de la vida, ante el dolor, la injusticia, la muerte, es como poder convivir con el mal en estado puro, ¿Cómo poder reconciliarnos y convivir con la maldad? Es algo difícil porque siempre nos vendrá una especie de rebeldía a aceptar a un Dios que consiente el poder de las fuerzas del mal.
Es más, imaginaros a María como estaría ¿cómo hacer esto con Jesús?, ¿Qué Padre bueno lo consiente?, ¿Tiene más fuerza el mal que el bien?, ¿Pueden más los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz?  Como podemos ver preguntas y dudas no nos faltan para poder reflexionar y darnos cuenta a su vez que tenemos mucho que aprender de María. Eso no significa tener una actitud de sumisión, se trata de algo mucho más grande, se trata de vivir, sin ceder, sin doblar, sin aceptar el chantaje del mal. El cristiano no es alguien que se resigna, que cae en una sumisión absoluta. El cristiano es aquel que sigue adelante en su misión y lo hace en paz, pero no en la cesión, es decir sin caer en la presión ambiental, en la presión del mundo, es continuar adelante hasta el final.
Seguramente Jesús se podría haber librado de su muerte, del martirio, tuvo  oportunidad de hacerlo, pero entonces seguramente no habría cumplido la misión a la que se le había llamado, por lo tanto morir es vivir, es renunciar por una causa mayor. Cuando Jesús le dice a Pedro de la manera que tenía que morir, Pedro se enfadó ante el anuncio de la muerte de Jesús, y este le dijo que pensaba como los hombres, que se apartara de él, pronunció las palabras de la encarnación del mal, de Satanás.
Si Jesús no hubiera ido a Jerusalén no lo habrían apresado, también sabía cómo lo iban a traicionar  pero aun así fue al huerto de los Olivos. También tuvo posibilidad ante Pilato de librarse de todo, pero no contestaba y callaba, es decir, no cedía ante los chantajes del mundo, que invitan a renunciar a Dios y a la misión.
Este es el fundamento de la vocación cristiana, seguir al Señor en plenitud y en autenticidad, Jesús nos deja a su madre para que sea nuestra intercesora, para que nos acompañe a lo largo de nuestra vida, por lo tanto no estamos solos, estamos acompañados, y aunque nos parezca que estamos solos, o que Dios se ha olvidado de nosotros, eso no es cierto, porque sigue a nuestro lado, porque no nos abandona.
Mirar a María es mirar al modelo de paciencia y de servicio a la voluntad de Dios, María a los pies de la cruz, es el gran regalo que nos da el Señor, para que en el sufrimiento, en el dolor, en la injusticia, en la enfermedad o en la muerte no estemos solos. 
Si recordamos la tradición de la Virgen de los Desamparados, podemos contemplar a María a los pies de la cruz. María que está con aquellos que están solos. La Virgen acompañaba a aquellos que morían solos, desamparados, a aquellos desheredados de la tierra. Esos niños que están a los pies de la Virgen, que son los desheredados de la tierra.
Cuantas injusticias se dan en nuestro mundo, cuantas veces esta María a los pies de la cruz, del dolor, del sufrimiento, de la enfermedad, de los que están más solos. De los niños, de los ancianos, de los enfermos, de las personas con discapacidad. ¿Y qué nos pide María hoy a cada uno de nosotros?
Con las palabras “Ahí tienes a tu madre” se nos dice que es nuestra madre, que es la madre de los creyentes, que es nuestra madre en la fe, y por este motivo le invocamos en su protección para que nos acompañe al igual que hizo con Jesús en el Monte Calvario.
¿Cómo se sentiría María? ¿Qué se le pasaría por la cabeza ante tanto dolor? María rompe toda lógica, ¿Qué madre puede quedar aparentemente impasible ante el sufrimiento de su Hijo? Sólo una mujer de fe, una mujer de Dios, tocada por la gracia, y que es capaz de vencer todos los miedos y rebeldías. Esto no quiere decir que María solo fuera una mujer resignada, no es cierto, María había aprendido a respetar los tiempos de Dios, unos tiempos que en muchas ocasiones no son los mismos que nosotros queremos o pretendemos tener. Jesús afirmaba a su madre que no había llegado su hora, esto nos lleva a respetar esos tiempos de Dios, esos tiempos no son los de nuestro mundo, y esos tiempos solo tienen sentido desde la trascendencia que da la fe.
Dejemos a Dios ser Dios, y que tengamos claro que nada ocurre por casualidad, y aunque sabemos que es muy difícil seguir en la dificultad, hay una gracia especial que nos permite seguir adelante.
María está a los pies de la cruz, del sufrimiento del mundo, del dolor. No podemos negar la condición humana de fragilidad, al igual que no podemos negar el pecado del hombre, la soberbia, que es lo que hace que aflore la injusticia, y todo aquello que sale de un corazón del hombre lleno de rencor y de codicia.
La injusticia viene de la prepotencia del hombre de querer estar por encima de los demás, por ser los mejores, por conquistar más territorios, por imponer a los demás una determinada ideología. Son los conflictos que se dan en nuestro mundo, donde quieren gobernar los poderosos, que consiste en que quieren ser como dioses que lo dominan todo, que dominan a otros países, a otras personas, y eso muchas veces se consigue a cualquier precio, sin importar los derechos e incluso la vida de las personas.
Por este motivo solo la intervención directa del Señor es la que puede hacer cambiar los esquemas del mundo, como hacer de una derrota una victoria, como llevar a éxito el fracaso, como hacer que de la muerte surja la vida, la resurrección, todo ello sólo es posible por la gracia, como don divino que hace que todos los hombres se encuentren con su Creador.
No podemos olvidar que cada uno de nosotros está hecho para el bien y para el mal, es decir, que somos capaces de lo mejor y de lo peor, y que está en nuestra mano que hagamos aflorar en nosotros alguna de esas facetas.
Por eso muchas veces decimos que no es que haya hombres buenos o malos, hay opciones y decisiones, es decir, dependerá de lo que desarrollemos más en nuestra existencia, esa es nuestra plenitud, la opción, la libertad, esa libertad que en muchas ocasiones se convierte en nuestra cárcel o incluso en nuestra condena. Es esa escala de valores, la que nos puede desviar del camino, porque cuando jugamos a deformar la conciencia es cuando provocamos la destrucción del género humano.
Jesús universaliza la figura de María, llamándola mujer como hizo también en las bodas de Cana, de esta manera se hace nuestra madre, nuestra salvadora y protectora.
María nos ayuda a vencer el mal, el pecado, nos da el antídoto contra el Maligno, contra el demonio. La imagen del Apocalipsis  en el que la mujer vence al dragón, a todos los pecados que destruyen al hombre, aplasta la cabeza del demonio, de la serpiente, representa a maría, que de esta manera María se convierte en la nueva Eva, porque vence al mal. Por una mujer entro el pecado en la humanidad, y así por otra mujer, por María nos viene la salvación, nos viene la redención.
Es el gran don que nos deja a todos nosotros Jesús, nos da a su madre, se la da a toda la humanidad, de esta manera nos da la posibilidad de vencer al pecado, de descubrir cuando el mal viene a nosotros, un mal que suele venir revestido de engaño sutil. El demonio nos seduce para que hagamos lo que no debemos, y no sólo nos lleva a una actitud completamente errónea, sino que nos lleva al enfrentamiento directo contra Dios, para que veamos lo injusto y tirano que es Dios, que nos trata mal, que consiente el mal, nos dice en definitiva que Dios es un mal Padre, y por eso está justificada la rebeldía.
María se ha convertido en madre nuestra, María se convierte en madre de la Iglesia, en donde entramos todos, en donde se nos dan los sacramentos, en donde profundizamos en la fe. Necesitamos de nuestra madre la Iglesia, para que podamos  caminar de su mano, como María al lado de Jesús. Un acompañamiento que viene a darnos a todos nosotros razones de nuestra fe, que nos ayuda a caminar, a seguir adelante.
Al igual que María estuvo al lado de Jesús a lo largo de su vida en el mundo, la Iglesia también nos acompaña a nosotros. Desde nuestro nacimiento, desde que recibimos el sacramento del bautismo y quedamos incorporados a la Iglesia, y luego en nuestra vida, en los momentos claves y fundamentales de nuestra existencia.
Nosotros no podemos utilizar a la Iglesia, ni a María, ni a los sacramentos, tan sólo como puros instrumentos. Se nos invita a vivir una fe profunda, que no sea artificial, que no sea instrumental.
Los cristianos no somos personas aisladas que creemos en Jesús, sino que formamos un cuerpo, formamos la Iglesia, cuya cabeza es Cristo, y a su vez un principio vivificador que es el impulso del Espíritu Santo. Por eso es madre nuestra, es madre de toda la humanidad. Por esto es tan importante la misión de todos los creyentes, para que todos puedan saber esto, es madre de todos, de los que están más o menos convencidos, de los que la ignoran, e incluso también de aquellos que persiguen al Señor. Nadie está condenado a priori, el que se condena es el hombre que no quiere, que se niega, que se revela, porque quiere ser el artífice de su propia creación; el hombre que se resiste a aceptar a un Dios creador, es la criatura contra el creador.
Por medio del Hijo, nosotros aprendemos a amar a María, a responder a su amor de madre y de entrega con nuestro propio amor, hacernos semejanza con ella, para que sea nuestra maestra en el amor, aprender a amar en gratuidad y servicio, no hacerlo desde el interés o la compensación afectiva. Amar al otro sin pedir nada a cambio. Debemos saber que muchas veces las personas son desagradecidas, y que servir, entregar nuestro tiempo, ayudar a otros, no va a significar en absoluto agradecimiento, si nuestra esperanza esta puesta en la respuesta humana tarde o temprano quedaremos defraudados.
Por ello tenemos que hacer caso a María para hacer lo que el Señor, nos diga, como decía María a los criados de la boda, para que nuestra vida esté llena de contenido, de vida.
María es el modelo de discípulo de Cristo, que sabe acompañar, que espera, que no pregunta, que acepta la voluntad de Dios, que vence los miedos y es capaz de seguir adelante a pesar de la contradicción. Esa es la grandeza de María, esa grandeza en la pequeñez y en la humildad.
Con María podemos llegar a entender y comprender de verdad quien es Jesús, y de esta manera ella misma se convierte en camino, en su seguimiento incondicional, en el amor en gratuidad.
Javier Abad Chismol



martes, 19 de septiembre de 2017

HOMILÍA BAJADA DE VIRGEN DE LA CABEZA 2017

BAJADA DE LA VIRGEN


Comenzamos hoy con suma alegría nuestras fiestas en  honor de la Virgen de la Cabeza, con la bajada de la imagen de la Virgen nos ponemos en peregrinaje, nos ponemos en camino, para que de esta manera podamos acompañarla con nuestra presencia, con nuestra oración, con nuestro cariño.
La Virgen de la Cabeza significa mucho para todos nosotros en Burjassot, se entremezclan sentimientos variados, no tan solo religiosos, sino también emotivos por el recuerdo que supone para todos nosotros da comienzo a esta Novena, un año más, a esta fiesta que llena nuestros corazones, que llena nuestras vidas y que por lo tanto nos llena de fe y de esperanza.
Escuchábamos en el Libro de Isaías que el pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz, la luz que es para nosotros María, la luz que ilumina nuestra imagen y que transcurre por nuestras calles de Burjassot, para que ilumine nuestro camino en la vida, para que sea nuestro lucero, para que nuestra Madre la Virgen sea nuestra guía y no nos extraviemos.
Para los creyentes María debe formar parte fundamental de nuestra vida, y todo lo que hagamos y vivamos tiene que ir enfocado para que nuestra vida sea tal y como nos plantea el Señor que sea.


El pueblo, la gente, las personas caminan en tinieblas en la ausencia de Dios, por este motivo necesitamos llevar a Dios en nuestras vidas, llevarlo nosotros para así luego poderlo llevar a los demás, solo podremos dar aquello que tenemos, María nos lleva al Hijo, María nos lleva por la senda de la vida para que tengamos luz, para que sepamos el camino. La ausencia de Dios nos hace perdernos, no saber muy bien hacia dónde queremos ir, y por lo tanto estas celebraciones nos sirven para mirar a María, para estar con ella, para conocerla más y mejor, para que en definitiva, veamos en ella a nuestra Madre y a la Madre de toda la humanidad y salvadora nuestra.
Ella es reina, ella es la que debe reinar nuestros corazones y nuestros sentimientos, y ella nos hará cada día ser mejores, cumpliendo los mandatos de la Ley Dios, como dijo María en las bodas de Caná; “haced lo que él os diga”. Obedecer para acertar.
Cumpliendo esto ya sabemos cómo complacer a María, y es algo tan sencillo como cumplir la voluntad de Dios, y ahí María está con nosotros, porque ella paso por la aceptación del designio divino, también nosotros le preguntamos al Señor que hombres y mujeres quiere que seamos, como nos sueña, y cómo podemos alcanzar sentido a lo que vivimos día a día, en lo más sencillo y cotidiano.
El gozo de que en María se acrecienta la alegría, porque la vara del opresor se rompe, porque la justicia y la paz viene a nuestros días, porque además no somos solo espectadores, somos algo mucho más grande, somos participes en la construcción de esa paz social, para que la justicia este presente. Es muy importante que todos nosotros reflexionemos en estos días, cual es nuestra misión, al igual que le ocurrió a María, que nos pide el  Señor, como podemos construir y mejorar nuestro entorno, como los valores del Evangelio pueden insertarse en nuestro mundo actual, como demostrar que Dios no sobra, que nuestro mundo no puede huir del Creador, que no puede renunciar a ser lo que es, que es Hijo de Dios, y que todos tenemos una gran responsabilidad en hacer más agradable la vida a los demás.
Dar a entender que muchas veces la felicidad se busca en el lugar equivocado, hoy la Virgen viene a alumbrar el camino, y venimos a alabar su nombre, porque el nombre del Señor, el nombre de María tiene fuerza para transmitir lo que significa para cada uno de nosotros, es como un antídoto contra el mal y el pecado, por eso la blasfemia destruye al hombre, se convierte en un pecado en apariencia inocente, pero que significa donde está ubicado nuestro corazón, por eso debemos siempre alabar el nombre del Señor, y no desplazarle del mundo, de nuestra sociedad, como si estuviera caduco y obsoleto, no quedarnos solo con la imagen, venerar su nombre, y que la fuerza que sentimos en una imagen es la fuerza que tiene nuestro ser para alabarlo, y de esta manera es cuando se obran grandes cosas en nosotros, de ahí sale la gran fuerza de María para curar las dolencias, para alejarnos del mal y del pecado y poder bendecir por siempre su nombre.
María conservaba todo en lo más profundo de sus sentimientos, de su vida, por eso decimos que era dichosa y llena de gracia, aprendamos también nosotros a esperar, como Ella, sepamos caminar, observar y vivir confiando plenamente en la divina providencia, que es confiar ciegamente en que no estamos solos, que todo en la vida tiene sentido, aunque en muchas ocasiones no seamos capaces de verlo, ahí es donde suple por la gracia y la confianza.
Hoy a nosotros como los pastores en Belén salimos al encuentro del Salvador, se lo decían unos a otros, nosotros al igual que ellos tenemos que salir a dar esta Buena Nueva, esta gran noticia para el mundo, para que no se camine en la oscuridad y no se caiga preso del mal.
Como la estrella que les guía a María, a la Sagrada Familia, así tenemos que salir al encuentro, y hacerlo rápido, dice la Escritura que los pastores fueron corriendo, signo del ansia por encontrarse con el salvador, ¿Quién no quiere salvarse? Todos lo queremos pero a veces no sabemos de qué, por eso necesitamos llenarnos de esperanza.
Los pastores en la época de Jesús eran los últimos, los más irrelevantes, y a ellos se les dio el envío de ir al encuentro, porque el Señor tiene predilección por los pobres, por los pequeños, por aquellos que los poderes del mundo rechaza, así de esta manera se manifiesta la grandiosidad y el amor de Dios, de esta manera hace grande a los pobres, y de esta manera nos dice como tenemos que seguir la luz de la estrella de Belén, es la luz para nuestros pasos, es saber hacia donde debemos encaminarnos.
Y después los pastores fueron a contar a todos lo que habían visto y oído, lo que les habían contado, así tenemos que hacer nosotros, decir que hoy nos hemos encontrado con nuestra Madre, con la Virgen de la Cabeza, y que la queremos acompañar por nuestras calles de Burjassot, porque queremos que alumbre nuestras vidas, nuestras familias, porque pedimos su protección y su amparo, porque queremos caminar siempre de su mano, porque ella nos protege de nuestras debilidades e infidelidades, porque ella no nos deja nunca y por eso queremos venerarla estos días, porque necesitamos a nuestra Madre y porque la queremos, Ruega por nosotros Santa María, y ven a nuestro auxilio.
Javier Abad Chismol
19 de Septiembre 2017


miércoles, 13 de septiembre de 2017

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario A


EL PERDÓN NOS ABRE A DIOS


El perdón es uno de los grandes retos para el ser humano, perdonar a quien te hace mal, a quien te ofende, perdonar que no es consentir el mal de una manera inocente, ni consentir que el mal se apodere de uno, es perdonar con misericordia y comprensión, poniéndose en el lugar del otro, y entender que el pecado es muchas veces fruto de la ignorancia y de la ausencia de Dios.

Perdonar los pecados es un designio divino, es una forma de demostrar la grandeza de Dios y darnos cuenta de nuestra pobreza, es poder demostrar al mundo que la fuerza del amor es posible si contamos con el Creador, si dejamos que Dios sea Dios, y le damos autorización para que entre en nuestras vidas y nos haga hombres nuevos capaces del perdón y de la misericordia.

El rencor y el odio pudre nuestro corazón, la sed de venganza solo lleva a la insatisfacción, amar y perdonar regenera el alma y purifica los sentimientos. El libro del Eclesiástico nos dice que el perdón es sabiduría y que el rencor es necedad, el perdón nos hace ser mejores personas y el odio solo nos llevara a nuestra propia destrucción, al no perdonar nos destruimos a nosotros mismos, y por lo tanto incumplimos el amor al prójimo y a uno mismo, nos cerramos al amor de Dios.

Perdonar el error del otro es ser misericordioso, porque al perdonar estamos entrando en la gracia de la misericordia, y también reconocer que cada uno de nosotros también pecamos, y que cuando nuestra actitud no es acertada también queremos la comprensión de los demás. Perdonar que no sea justificar el mal, el pecado, sino que sea abrirse a la conversión.
Sí queremos vivir en plenitud, tenemos que acercarnos al Señor, estar sin Dios es como si ya estuviéramos muertos, vivir es estar en la gracia, y misericordia es amar la vida, es saborear cada momento como un regalo de Dios que nos ha otorgado a cada uno, siendo conscientes de nuestra limitación y de nuestra finitud en este mundo, si vivimos para el Señor morimos para el Señor, en la vida y en la muerte somos del Señor, y el encuentro con el Padre es amor y perdón.

¿Cuántas veces tengo perdonar? Es una pregunta que muchos se hacen, incluso piensan que eso debe tener un límite, y eso no es así, el perdón no tiene un cupo, el perdón es siempre, el Señor contesta hasta siete veces siete, que es la plenitud de los tiempos, que es la misericordia de Dios que perdona e ilumina nuestras vidas ante la culpa, que es en definitiva la condición del perdón, propósito por superar nuestros pecados y nuestra debilidad y no hacerlo solo por nuestros méritos sino hacerlo como don.

El Señor les explicaba para que comprendieran a que se parecía el Reino de los Cielos, la historia de un rey que tenía que ajustar cuentas con uno de sus súbditos y lo llamo a uno de ellos que le debía una considerable cantidad de dinero, como no podía pagarlo el rey decidió castigarlo por la deuda, pero al final el rey tuvo lastima y le perdono.

Al poco ese mismo empleado que había sido perdonado resulta que  un compañero tenía una pequeña deuda con él, y no fue capaz de perdonarle y le denunció para que lo metieran en la cárcel. Cuando el rey se enteró de la actitud de aquel a quien había perdonado, mando que le condenaran hasta que pagara toda su deuda, le llamó ¡siervo malvado! Por la actitud que había tenido, que es la capacidad de no perdonar, y además del egoísmo, de pensar solo en sí mismo sin pensar para nada en los demás.

Ser misericordiosos como nuestro Padre del Cielo es misericordioso, el amor, la caridad, la generosidad, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, emanan del acercamiento a Dios, sentirnos perdonados y amados por el Padre para que luego nosotros podamos hacer los mismo, dejar que Jesús sea nuestro maestro en el caminar de la vida, de esta manera tendremos un corazón abierto al amor, abierto a la gente, solidario y tolerante, pero a su vez ser buscadores de la justicia para que triunfe el bien en nuestro mundo, un mundo muchas veces demasiado egoísta, sin empatía, y que se mira demasiado el ombligo, en definitiva, generosidad y amor de Dios en nuestras vidas.

Javier Abad Chismol