LA VERDAD DE MARÍA
Es importante para todo creyente reflexionar sobre la imagen y la figura de María, es
decir, saber qué es lo que se debe creer, que es lo que sebe venerar, y que es
por lo tanto lo que tenemos que procesar con autentica y verdadera fe.
La Iglesia nos propone lo que llamamos los dogmas, que son
aquellas verdades de fe que el magisterio de la Iglesia a lo largo del tiempo
ha ido aprobando para enseñar al Pueblo de Dios, y evitar así el error. Por
este motivo es muy importante que conozcamos lo que la Iglesia, que es nuestra
madre, nos dice de quien es María, porque a su vez también decimos que María es
la madre de la Iglesia y en consecuencia madre nuestra. (DzScho 3011)
Los dogmas deben ser creídos y no puestos en cuestión porque
si lo hacemos así, al final no sabríamos que creer, o tendríamos la tentación
de ir poco a poco inventándonos nuestra fe, y nuestra religión, por ello es
bueno reflexionar en las verdades de fe y de la Iglesia, autorizadas por el
Magisterio a lo largo de los siglos. Los dogmas por lo general han ido
surgiendo desde las herejías y de los errores de unos y otros y que ha obligado
a la autoridad de la Iglesia a decir que debe ser creído y que no debe ser
creído
Negar algunos de los dogmas es negar la misma fe en nuestro
Señor Jesucristo, porque es negar la autoridad de Dios. Por ello no se puede
creer en María sin creer en la Iglesia, que es la que nos lleva a María y a cómo
debemos venerarla.
Debemos reconocer a María
como Madre de Dios, se nos enseña que María es madre verdadera porque
engendró al hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad,
el Verbo, la Palabra encarnada, engendrada milagrosamente y virginalmente por
obra y gracia del Espíritu Santo. Así se definió en el Concilio de Efeso, y se
reafirma en la Encíclica de Pio XI Lux
Veritas 11, se matiza que esta verdad no puede ser rechazada, la Iglesia lo
ha ido renovando, especialmente cuando se trata de piedad popular que en
ocasiones pueden llevar a error, o a un mal uso de lo que significa la devoción
mariana.
El dogma que contiene el reconocimiento revelado de María
como madre de Dios se podría decir que es el más importante de todos, si
negamos que María es madre de Dios, toda la fe revelada podría ser cuestionada,
como de hecho a ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, porque es ahí
donde se encuentra la economía de nuestra salvación, la intervención divina en
la vida del hombre.
María, madre y Virgen es otro de los dogmas marianos, que
también puede producir cierto escepticismo desde el punto de vista
estrictamente humano. Es la virginidad de María antes de la concepción del Hijo
de Dios, es la virginidad perpetua o perfecta.
Por lo tanto María permaneció virgen en el momento de la
concepción del Verbo, de Jesús, porque fue hecha Madre de Dios por obra del
Espíritu Santo, sin intervención de varón, esta verdad ha ido evolucionando y
clarificándose y recogida por el Concilio Vaticano II (LG 57).
María fue Virgen después del nacimiento de Jesús porque como
hemos dicho no tuvo contacto carnal con ningún hombre, viviendo casta y
virginalmente con su esposo san José. La virginidad perpetua de María es
doctrina universal de la Iglesia desde ya una época muy remota. Esto es lo que
debe ser creído por todos y que no debe ser cuestionado aunque pueda desbordar
la razón, la medicina o la lógica, la fe trasciende todo esto, no podemos
entrar en la especulación ni en las demostraciones cuando de trata de la fe,
porque la fe es certeza de lo que no se ve, pero que ha sido revelado a los
hombres y que debe ser creído y aceptado en lo más profundo de nuestro corazón.
El dogma de la Inmaculada
Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia y sin pecado
original, del cual fue preservada de pecado, de la tentación para negar la
voluntad de Dios, el SI de María, es un sí para vencer el pecado, para vencer
la destrucción del hombre, de la corrupción y la tentativa a vivir alejado del
Creador.
Lo podemos también comprobar en LG 61, fue elegida y querida
por Dios toda pura y libre de toda mancha o de pecado, ella no estuvo sometida
al pecado original, estuvo concebida en gracia y en si pecado. Esto lo podemos
ver en la Sagrada Escritura, en Génesis 3, 15, en la que se habla de la
victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, sobre el demonio,
y cuando el ángel se dirige a María: Dios te salve, llena de gracia (Lucas
1,28) también en LG 56. Este dogma fue definido, el de la Inmaculada Concepción
como dogma, como verdad de fe, por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula
Ineffabilis Deus (El Dios inefable).
También veneramos con mucha fe que se refiere a como terminó
su tránsito en esta vida la Virgen María. Nos preguntamos y se lo pregunta la
Iglesia desde todos los tiempos ¿Qué ocurrió con el cuerpo de María?
María al terminar su
vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste, así se determino el dogma por el
Papa Pío XII en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus. No se nos acaba
diciendo si la Virgen murió o no, como los demás mortales, decimos que la muerte
de la Virgen no es dogma. María murió para configurarse con Jesús, que también
se sometió a la muerte, aunque eran libre de pecado y de corrupción. Ahora lo
que ha de ser creído es que el cuerpo de la Virgen no sufrió la corrupción del
sepulcro, que se estima como consecuencia del pecado original. Es la forma de
afirmar que María era Inmaculada, sin macha, es virgen, y sin corrupción
alguna, esto es la afirmación anterior de que María es la Madre de Dios.
Esta verdad de fe tiene su raíz y fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura, el Papa
Pío XII comenta los textos y ciertos lugares bíblicos, por ejemplo en génesis
3,15, que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y
sobre la muerte, que es el último enemigo a batir y vencer, la fiesta de la
Asunción la celebramos desde el siglo VI. Aquí también se une la realeza de
María (LG 68), y también lo podemos ver en el libro del Apocalipsis, como la
mujer que está en estado vence al dragón, al mal, al pecado, a la infidelidad (Apoc.
19,16).
María debe reinar nuestras vidas, debe estar presente, porque
en ella tenemos garantías de poder descubrir el poder de las tinieblas, y no
solo eso, sino que además podamos vencerlo, María es nuestra abogada en los
momentos de más dificultad.
Caminar con María es caminar como hijos de la luz porque ella
nos ilumina en nuestro camino, es lámpara para nuestros pasos, por ello
necesitamos de María, y necesitamos también saber qué es lo que tenemos que
creer, y como tenemos venerar a nuestra madre, para no caer en la idolatría,
sino saber cuál es nuestra fe, y que es lo que Iglesia nos enseña como madre
que es nuestra.
A su vez, la verdad de María nos debe llevar a reconocerla en
nuestra vida de cada día, ver qué lugar ocupa en nuestra existencia, porque ver
a María es ver al Hijo, y ver al Hijo es ver al Padre, que intercede por todos
nosotros para que encontremos el sentido a nuestra existencia, en definitiva,
buscar nuestro lugar en el mundo, que ese el ser del hombre y la inquietud que
todos tenemos en nuestros corazones.
Ver a María y comprender con ayuda de la fe su verdad, una
verdad que se nos ofrece como un regalo por nuestra madre que es la Iglesia,
que a través de la tradición y del magisterio ha ido revelando sobre María lo
que tenía que ser creído y venerado como verdadero. Una fe pura y auténtica de
lo que debemos creer como don y como gracia, y que es superada por la razón,
por la lógica o por la ciencia.
La Virgen María según el Concilio de Trento (sesión sexta,
año 1547), se nos dice que vivió durante su vida inmune de todo pecado venial
en virtud de un privilegio especial de Dios, esto es, que no cometió pecado
alguno , porque nunca ofendió a Dios, también tendríamos que aprender cada uno
de nosotros a no ofender a Dios, a ser dóciles y su palabra como María, con las
palabras al ángel, que se cumpla su voluntad. Deberíamos saber por la fe y por
la gracia que cumplir la voluntad de Dios es acertar de lleno en el sentido de
nuestra existencia, una existencia que nos lleva a la trascendencia de lo
aparente y de lo lógico.
Un escéptico, un científico, un lógico, no encontraría
sentido a los dogmas que hemos numerado, porque le serían un imposible, incluso
puede producir cierta burla ante el imposible de virginidad de María, o su no
corrupción de su cuerpo, pero todo lo creído y venerado es por la fe, es don de
Dios, y es gracia, por este motivo la fe no se cuestiona, la fe se abraza como
regalo de verdad, una verdad que lleva a la libertad del hombre, porque escoge
lo que conviene desde la sabiduría divina que viene de lo alto, como las
palabras del mensajero de Dios, del ángel, que también nosotros podamos
escuchar en nuestras vidas esas palabras que se nos manifiestan a todos
nosotros, en libertad y en plenitud, es el amor a María, en la cual creemos con
gran devoción y amor, porque es pilar fundamental de nuestras vidas, porque que
es nuestra madre, nuestra maestra y defensora, porque ella nos acompaña hasta
el final de nuestras vidas y no nos deja de la mano.
Es importante para todo creyente reflexionar sobre la imagen y la figura de María, es
decir, saber qué es lo que se debe creer, que es lo que sebe venerar, y que es
por lo tanto lo que tenemos que procesar con autentica y verdadera fe.
La Iglesia nos propone lo que llamamos los dogmas, que son
aquellas verdades de fe que el magisterio de la Iglesia a lo largo del tiempo
ha ido aprobando para enseñar al Pueblo de Dios, y evitar así el error. Por
este motivo es muy importante que conozcamos lo que la Iglesia, que es nuestra
madre, nos dice de quien es María, porque a su vez también decimos que María es
la madre de la Iglesia y en consecuencia madre nuestra. (DzScho 3011)
Los dogmas deben ser creídos y no puestos en cuestión porque
si lo hacemos así, al final no sabríamos que creer, o tendríamos la tentación
de ir poco a poco inventándonos nuestra fe, y nuestra religión, por ello es
bueno reflexionar en las verdades de fe y de la Iglesia, autorizadas por el
Magisterio a lo largo de los siglos. Los dogmas por lo general han ido
surgiendo desde las herejías y de los errores de unos y otros y que ha obligado
a la autoridad de la Iglesia a decir que debe ser creído y que no debe ser
creído
Negar algunos de los dogmas es negar la misma fe en nuestro
Señor Jesucristo, porque es negar la autoridad de Dios. Por ello no se puede
creer en María sin creer en la Iglesia, que es la que nos lleva a María y a cómo
debemos venerarla.
Debemos reconocer a María
como Madre de Dios, se nos enseña que María es madre verdadera porque
engendró al hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad,
el Verbo, la Palabra encarnada, engendrada milagrosamente y virginalmente por
obra y gracia del Espíritu Santo. Así se definió en el Concilio de Efeso, y se
reafirma en la Encíclica de Pio XI Lux
Veritas 11, se matiza que esta verdad no puede ser rechazada, la Iglesia lo
ha ido renovando, especialmente cuando se trata de piedad popular que en
ocasiones pueden llevar a error, o a un mal uso de lo que significa la devoción
mariana.
El dogma que contiene el reconocimiento revelado de María
como madre de Dios se podría decir que es el más importante de todos, si
negamos que María es madre de Dios, toda la fe revelada podría ser cuestionada,
como de hecho a ocurrido muchas veces a lo largo de la historia, porque es ahí
donde se encuentra la economía de nuestra salvación, la intervención divina en
la vida del hombre.
María, madre y Virgen es otro de los dogmas marianos, que
también puede producir cierto escepticismo desde el punto de vista
estrictamente humano. Es la virginidad de María antes de la concepción del Hijo
de Dios, es la virginidad perpetua o perfecta.
Por lo tanto María permaneció virgen en el momento de la
concepción del Verbo, de Jesús, porque fue hecha Madre de Dios por obra del
Espíritu Santo, sin intervención de varón, esta verdad ha ido evolucionando y
clarificándose y recogida por el Concilio Vaticano II (LG 57).
María fue Virgen después del nacimiento de Jesús porque como
hemos dicho no tuvo contacto carnal con ningún hombre, viviendo casta y
virginalmente con su esposo san José. La virginidad perpetua de María es
doctrina universal de la Iglesia desde ya una época muy remota. Esto es lo que
debe ser creído por todos y que no debe ser cuestionado aunque pueda desbordar
la razón, la medicina o la lógica, la fe trasciende todo esto, no podemos
entrar en la especulación ni en las demostraciones cuando de trata de la fe,
porque la fe es certeza de lo que no se ve, pero que ha sido revelado a los
hombres y que debe ser creído y aceptado en lo más profundo de nuestro corazón.
El dogma de la Inmaculada
Concepción significa que la Virgen María fue concebida limpia y sin pecado
original, del cual fue preservada de pecado, de la tentación para negar la
voluntad de Dios, el SI de María, es un sí para vencer el pecado, para vencer
la destrucción del hombre, de la corrupción y la tentativa a vivir alejado del
Creador.
Lo podemos también comprobar en LG 61, fue elegida y querida
por Dios toda pura y libre de toda mancha o de pecado, ella no estuvo sometida
al pecado original, estuvo concebida en gracia y en si pecado. Esto lo podemos
ver en la Sagrada Escritura, en Génesis 3, 15, en la que se habla de la
victoria de la mujer y de su descendencia sobre la serpiente, sobre el demonio,
y cuando el ángel se dirige a María: Dios te salve, llena de gracia (Lucas
1,28) también en LG 56. Este dogma fue definido, el de la Inmaculada Concepción
como dogma, como verdad de fe, por el Papa Pío IX, en el año 1854, en la Bula
Ineffabilis Deus (El Dios inefable).
También veneramos con mucha fe que se refiere a como terminó
su tránsito en esta vida la Virgen María. Nos preguntamos y se lo pregunta la
Iglesia desde todos los tiempos ¿Qué ocurrió con el cuerpo de María?
María al terminar su
vida terrestre fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste, así se determino el dogma por el
Papa Pío XII en el año 1950 en la Bula Munificentissimus Deus. No se nos acaba
diciendo si la Virgen murió o no, como los demás mortales, decimos que la muerte
de la Virgen no es dogma. María murió para configurarse con Jesús, que también
se sometió a la muerte, aunque eran libre de pecado y de corrupción. Ahora lo
que ha de ser creído es que el cuerpo de la Virgen no sufrió la corrupción del
sepulcro, que se estima como consecuencia del pecado original. Es la forma de
afirmar que María era Inmaculada, sin macha, es virgen, y sin corrupción
alguna, esto es la afirmación anterior de que María es la Madre de Dios.
Esta verdad de fe tiene su raíz y fundamento en la enseñanza de la Sagrada Escritura, el Papa
Pío XII comenta los textos y ciertos lugares bíblicos, por ejemplo en génesis
3,15, que se anuncia la victoria de la mujer y de su Hijo sobre el pecado y
sobre la muerte, que es el último enemigo a batir y vencer, la fiesta de la
Asunción la celebramos desde el siglo VI. Aquí también se une la realeza de
María (LG 68), y también lo podemos ver en el libro del Apocalipsis, como la
mujer que está en estado vence al dragón, al mal, al pecado, a la infidelidad (Apoc.
19,16).
María debe reinar nuestras vidas, debe estar presente, porque
en ella tenemos garantías de poder descubrir el poder de las tinieblas, y no
solo eso, sino que además podamos vencerlo, María es nuestra abogada en los
momentos de más dificultad.
Caminar con María es caminar como hijos de la luz porque ella
nos ilumina en nuestro camino, es lámpara para nuestros pasos, por ello
necesitamos de María, y necesitamos también saber qué es lo que tenemos que
creer, y como tenemos venerar a nuestra madre, para no caer en la idolatría,
sino saber cuál es nuestra fe, y que es lo que Iglesia nos enseña como madre
que es nuestra.
A su vez, la verdad de María nos debe llevar a reconocerla en
nuestra vida de cada día, ver qué lugar ocupa en nuestra existencia, porque ver
a María es ver al Hijo, y ver al Hijo es ver al Padre, que intercede por todos
nosotros para que encontremos el sentido a nuestra existencia, en definitiva,
buscar nuestro lugar en el mundo, que ese el ser del hombre y la inquietud que
todos tenemos en nuestros corazones.
Ver a María y comprender con ayuda de la fe su verdad, una
verdad que se nos ofrece como un regalo por nuestra madre que es la Iglesia,
que a través de la tradición y del magisterio ha ido revelando sobre María lo
que tenía que ser creído y venerado como verdadero. Una fe pura y auténtica de
lo que debemos creer como don y como gracia, y que es superada por la razón,
por la lógica o por la ciencia.
La Virgen María según el Concilio de Trento (sesión sexta,
año 1547), se nos dice que vivió durante su vida inmune de todo pecado venial
en virtud de un privilegio especial de Dios, esto es, que no cometió pecado
alguno , porque nunca ofendió a Dios, también tendríamos que aprender cada uno
de nosotros a no ofender a Dios, a ser dóciles y su palabra como María, con las
palabras al ángel, que se cumpla su voluntad. Deberíamos saber por la fe y por
la gracia que cumplir la voluntad de Dios es acertar de lleno en el sentido de
nuestra existencia, una existencia que nos lleva a la trascendencia de lo
aparente y de lo lógico.
Un escéptico, un científico, un lógico, no encontraría
sentido a los dogmas que hemos numerado, porque le serían un imposible, incluso
puede producir cierta burla ante el imposible de virginidad de María, o su no
corrupción de su cuerpo, pero todo lo creído y venerado es por la fe, es don de
Dios, y es gracia, por este motivo la fe no se cuestiona, la fe se abraza como
regalo de verdad, una verdad que lleva a la libertad del hombre, porque escoge
lo que conviene desde la sabiduría divina que viene de lo alto, como las
palabras del mensajero de Dios, del ángel, que también nosotros podamos
escuchar en nuestras vidas esas palabras que se nos manifiestan a todos
nosotros, en libertad y en plenitud, es el amor a María, en la cual creemos con
gran devoción y amor, porque es pilar fundamental de nuestras vidas, porque que
es nuestra madre, nuestra maestra y defensora, porque ella nos acompaña hasta
el final de nuestras vidas y no nos deja de la mano.
Javier Abad Chismol