viernes, 4 de agosto de 2017

LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR


EL SEÑOR SE NOS MANIFIESTA



La Transfiguración del Señor, en la que Jesucristo, el unigénito, el amado del eterno Padre, se manifiesta así la gloria ante los santos apóstoles, es la transformación por la gracia en la humildad de nuestra naturaleza asumida por Él, dando así a conocer la imagen de Dios, conforme a la cual fue creado el hombre, y que, corrompida en adán, fue renovada por Cristo.  

Esta fiesta recuerda la escena en que Jesús, en la cima del monte Tabor, se apareció vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago.

Dios nos salva y nos da una vocación santa, es una llamada para poder trascender todo lo que hacemos y todo lo que vivimos, y desde luego no lo ha hecho por nuestros méritos ni por nuestras buenas obras, lo ha hecho por puro amor y en gratuidad.

Hoy el Señor se transfigura delante de nosotros, que es como decir que le reconocemos, y lo hacemos además como Señor, muchos le verán pero no le verán, muchos oirán su nombre pero no le reconocerán, el Señor se transforma y a su vez nos transforma a nosotros, Él cambia nuestras vidas.

Cuando el Señor se transfiguró ante los discípulos todos experimentaron lo bien que se estaba en esa presencia mística, como se alcanzaba un grado que superaba todo lo terreno, por eso decimos que estar con el Señor en este mundo, reconocerle, es lo más parecido a la vida eterna, la cual esperamos, añoramos y deseamos.

En esa presencia mística del Señor, se oyó una voz que decía; “Este es mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo”.

Esas palabras, ese rostro de luz en el Señor, nos da confianza aunque nos dé temor, pongamos nuestra vida en manos del Padre y el transformará nuestras vidas, hará que su rostro brille como el sol, renovemos nuestra confianza y nuestro amor al Señor y acerquemos al misterio de la trascendencia.

Qué cuando el Señor pase por nuestra vida, cuando pase a nuestro lado tengamos la gracia de poder reconocerle en todo lo que nos rodea, en nuestras circunstancias, en la gente que el Señor pone en nuestro camino, que en todo podamos ver la mano de Dios, y afirmemos que bien estamos con el Señor y que con Él solo queremos morar.

El resplandor de la luz de Cristo debe iluminar nuestro rostro, para que sea nuestra luz, que nosotros podamos ser luz para nuestros hermanos, conocer el mensaje de salvación, para vividlo y transmitirlo, para que así de esta manera la transfiguración del Señor transforme nuestras vidas para ser testigos de ese encuentro, y ser testigos de la luz.


Javier Abad Chismol

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