sábado, 19 de agosto de 2017

Domingo XX del Tiempo Ordinario A


¡TEN COMPASIÓN DE MÍ!


Aprendamos a guardar el derecho, la justicia, construyamos entre todos un mundo más solidario, basado en la verdad, en que el propio hombre edifique un mundo ante los ojos del Padre, ante lo que el Señor espera de cada uno de nosotros, es la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, y esto se tiene que manifestar de manera plena en todos los momentos de nuestra vida.

Ser servidores de Dios, es servir a los demás, es practicar la justicia, es no quedarnos como puro espectadores sin más, sino cumplir los mandatos divinos del Señor, en oración y en acción acorde con la voluntad divina, es algo tan sencillo como poner al Señor el centro para construir paz y armonía.

Nosotros en otro tiempo, hemos sido en ocasiones rebeldes a Dios, pero al aceptar la verdad se obtiene la misericordia, una misericordia que es entrega, que nuestra rebeldía sea seguir a Dios, que nuestra rebeldía sea ir contra el mundo, su injusticia y su intolerancia, que no seamos puros espectadores dispuestos a esperar que sean los otros los que hagan, o que nuestra vida ante la adversidad sea una queja continua a Dios.

La misericordia de Jesús que se da en una extrajera, en una mujer no judía, y que le pide compasión, que su hija estaba enferma, que tenía un demonio muy malo, un simbolismo de pecado y de querer quedar sano del pecado, del mal, esta mujer sabe dónde está la salud, donde está la curación, un mal que representa la incredulidad del mundo, que se empeña en vivir sin Dios, en dejarle al margen, y luego se da cuenta de que necesita volver a la fuente, a la verdad.

La fe de esta mujer, la insistencia, hizo que el Señor obrara el milagro, aprendamos también nosotros a tener fe y a ser misericordiosos, Jesús recrimina que su misión es a las ovejas descarriadas de Israel, la mujer le contesta sabiamente, diciendo que también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos. Jesús vio tanta fe, que la alabo por convicción.

La salvación, la buena noticia es para todos sin excepción ni distinción, que aprendamos también nosotros a romper las barreras sociales, a no creernos más que otros, sino a sentirnos hijos de Dios y necesitados de misericordia, de confianza y de fe.

Javier Abad Chismol
               


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