LA VENIDA INMINENTE DEL
SEÑOR
En este cuarto Domingo de Adviento culmina la espera, una
espera que nos llena de esperanza, una corona que ya alumbra nuestra vida,
porque se ha incrementado la luz, es la luz que guía nuestros pasos y alumbra
nuestra vida, necesitamos de esa luz para salir de la tiniebla.
La venida del Mesías está llena de signos que nos hacen caer
en la cuenta de que el Señor está cerca, que está a la puerta. El primero de
los signos es Belén, porque Miqueas anuncia que el esperado por todos nacerá en
la pequeña aldea de Belén.
En Belén se demuestra la sencillez y la pequeñez que ama el
Señor, nace en un lugar pobre y apartado para hacerse cercano a todos, su
pequeñez demuestra su grandeza. El Mesías no nacerá en una ciudad como
Jerusalén, ni nacerá en un palacio, ni siquiera en una cuna, lo hará en una
cuadra, en una aldea y un pesebre.
La venida del Señor es sobre todo para obedecer al designio
salvifico del Padre, es decir, cumplir la voluntad de Dios, no por pura
complacencia, es por algo mucho más grande, es por la salvación de todos los
hombres.
Descubrimos aquí el valor de María e Isabel, todo por puro
amor a la voluntad de Dios, unido al significado vital de la humildad,
reconociendo su pequeñez y viendo la grandeza de Dios.
Hoy también a las puertas de la navidad nos visita también el
Señor a todos nosotros, naciendo en cada hogar, en cada corazón, en nuestras
vidas.
Que podamos acogerlo en los tres signos que recordamos hoy;
el nacimiento en Belén, la visita de María a Isabel y el cumplimiento de la
voluntad de Dios.
Javier Abad Chismol
Párroco
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