El adviento es el tiempo de la espera y venida de Dios en el
corazón del hombre actual.
La tensión de la espera y la no-espera, no se sabe esperar,
hay impaciencia, se busca la inmediatez, se quieren respuestas rápidas.
No sabe esperar, por eso les cuesta tener esperanza, se busca
la respuesta en: la ciencia, la medicina, las leyes, los astros.
Todo, menos Dios, este se queda en el último lugar, es
comodín final. Resurge la brujería, la adivinación, aquello que no compromete
pero si soluciona, es la época de la droga, de la alucinación.
Realmente el hombre sigue buscando la salvación y siente en
el corazón como un vacío, un desierto en busca de oasis, algo que le lleve a
una paz que no sabe bien donde se encuentra.
Conocemos la historia de esperando a Godot de dos mendigos,
esperan sin saber lo que esperan, ni a quien, ni como, ni fecha e incluso el
lugar de la fecha, de pronto llega un muchacho indicando que va llegar al día
siguiente, pero al día siguiente llega con la misma misiva de mañana, y los dos
pobres siguen esperando.
Alguno puede verse reflejado en esta espera de Godot, de
Samuel Beckett, es la situación del hombre postmoderno, un condenado a esperar
algo que nunca llega, es el drama absurdo, son castillos de arena de la playa.
La espera constituye la misma trama de la vida. Es su fuerza
y debilidad. Impaciente y serena, la espera es compañía de la vida en sus
búsquedas y encuentros. Contiene sus secretos. A veces es su freno y su
trampolín de lanzamiento, su memoria y latido de corazón... La espera es de
algún modo nosotros mismos, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras
certezas y nuestros interrogantes, con nuestras necesidades y nuestros deseos.
(E. Debuyst).
La Palabra de Dios que se proclama en el adviento resume las
esperas y búsquedas del hombre iluminada cuando se agita el corazón y la mente.
No es como el caso de Godot, sabemos a quién esperamos y sabemos que va a
llegar.
El adviento es tiempo de esperanza y de conversión, que no
perdamos esa perspectiva, no nos acomodemos a nuestra vida, y ya por
resignación no esperemos nada.
Javier Abad Chismol
Párroco
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