miércoles, 17 de octubre de 2018

XXIX domingo del Tiempo Ordinario (B-2018)


EL SEÑOR VINO PARA SERVIR


El Señor nos invita a reflexionar sobra la humildad y la sencillez, a que seamos capaces de ser sencillos como palomas, pero a su vez seamos astutos. La sencillez, el servicio, la entrega, la disposición, no es lo mismo que el “buenismo”, es ser capaces de aceptar y cumplir la voluntad de Dios, que significa muchas veces no hacer tanto lo que se quiere como lo que se debe.

Es la experiencia del profeta, del hombre de Dios, que se hace violencia, porque el cumplimiento del envió puede llevar a la persecución, a la injusticia, e incluso a perder la vida por el anuncio de la verdad que debe ser dada a los hombres.

Soportar las culpas de los demás, cargar con las culpas es un sacrificio que debe hacer aquel que siga al Señor, ¿Por qué el bien engendra el mal? ¿Por qué la verdad es abatida por la mentira? Es la fuerza del mal y del pecado, es la soberbia del hombre que hace un pulso a Dios, se puede incluso en nombre del mismo Dios matar, mentir, destruir, recordemos que Jesús fue acusado de blasfemo.

Defendamos la verdad, aunque signifique romper estructuras, o salir de nuestra comodidad, dejar de ser espectadores para ser actores, que no nos importe ensuciarnos por la verdad ¿queremos ser más que el maestro? No pensemos que Jesús no fue un buen diplomático y nosotros en cambio sí.

El hombre de Dios no puede renunciar a sus principios para ser aceptado por el mundo, debe anunciar y denunciar desde la prudencia pero no desde la negación de los principios del Evangelio.

Aprendamos de la humildad y del servicio que da el Señor por todos nosotros, las preguntas de los discípulos por ser los primeros, por recibir el premio de seguir al Señor.

Jesús habla muy claro, hay que estar dispuestos a ser los últimos, de no quererse poner en los primeros lugares, de evitar figurar y que se reconozcan públicamente los méritos.

La verdadera obediencia, lleva al servicio, lleva a la entrega, no a las peleas por los puestos, servir y renunciar, el Señor llegó al máximo de esta expresión y dio la vida por todos, murió siendo inocente, y lo hizo por los pecados del mundo, es la contemplación del misterio de la cruz, incomprensible para el ser humano que vive sin Dios o al margen de este. ¿Era necesario ese sufrimiento? ¿Por qué ese castigo? Fue el precio que pago por la maldad del hombre, una maldad que sigue existiendo, que se viste de bondad, de justicia y de verdad, pero lo que hace es aniquilar la fuerza del único Dios verdadero.

Javier Abad Chismol
Párroco de San Miguel Arcangel

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