LA ALEGRÍA DEL ENCUENTRO CON EL SEÑOR, LA
VUELTA A CASA
El Señor tiene que estar siempre pendiente de nosotros,
cuando menos nos damos cuenta nos alejamos del camino, como le ocurrió al
Pueblo de Israel, que una vez salió de la esclavitud de los egipcios, se acomodaron
y fueron infieles al Señor fabricando el becerro de oro.
¿Cuántos becerros de oro nos fabricamos en la vida? ¿Cuántas veces
llamamos dioses a la obra de nuestras manos? Muchas veces no negamos a Dios, lo
que ocurre es que le vamos poniendo cada vez en un lugar menos importante, lo
relegamos a los últimos puestos.
Nuestra fortaleza y nuestra confianza debe ser el Señor, no
confiar en nuestros falsos dioses o en nosotros mismos, es esa fuerza la que
nos convierte, la que nos cambia el corazón, por eso podemos pasar de blasfemo
a seguidor como nos dice Pablo, de perseguidor a seguidor, en ese cambio se
percibe la fuerza de Dios, en donde aumenta la fe y la caridad, es la paciencia
de Dios con nosotros que nos salva y luego nos convierte en instrumentos para
la evangelización.
Jesús fue criticado por acercarse a los pecadores, y esto es
lo mismo que cuestionar que un médico se acerque a los enfermos, Jesús quiere
sanarnos de nuestro pecado, de aquello que nos destruye. Las parábolas que decía
el Maestro son para que comprendiéramos en significado real de la misericordia.
Cuando habla del pastor que va en busca de la oveja perdida dejando a buen
recaudo el resto, es la alegría de la conversión y de volver al redil. O la
mujer que pierde una moneda y luego se alegra y comparte cuando la encuentra.
Al igual que la Parábola del Hijo Pródigo, en donde un
hermano de los dos pide la herencia a su padre para poder gastárselo libremente,
se va de casa, lo gasta todo de mala manera, y cuando pasa hambre vuelve a casa
de su padre, y este en vez de rechazarlo lo perdona y lo acoge con alegría,
aunque su otro hijo no lo comprenda, es que la misericordia de Dios es
infinita, y el Padre que nos ama espera siempre que volvamos a casa sin tener
en cuenta nuestro pecado y nuestra infidelidad.
Javier Abad Chismol
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