miércoles, 4 de septiembre de 2019

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO C-2019




¿Quién comprende lo que Dios quiere? Queremos comprender lo que Dios quiere sin conocerlo y sin acercarnos al misterio, es más, vivimos al margen de este y luego, se le piden explicaciones de lo que nos acontece en la vida. Es como si compráramos algo y tiráramos las instrucciones a la basura y después denunciáramos al fabricante porque no sabemos utilizarlo, eso es vivir sin Dios, es necedad, y no sabiduría, porque no podemos negar lo que somos y una rebeldía de esa magnitud solo nos lleva a nuestra propia destrucción, ¿puede el hombre eliminar a su Creador? Podrá negadlo, apartarse, pero no por ello dejara de existir Dios, podemos no creer en Él, pero este siempre creerá en nosotros.

Nuestros pensamientos son frágiles, nuestro cuerpo corruptible, la sabiduría es la  verdadera oración para entender los designios de Dios, unos designios que nos son revelados cuando decimos Si a Dios y dejamos que intervenga en nuestra vida.
La nueva y verdadera sabiduría se manifiesta en el “reconocimiento” de la voluntad de Dios, y esta se basa en la libertad, el Señor nos ama y nos deja que nos equivoquemos, el Señor nos quiere libres, y para eso nos da la libertad, un precioso tesoro que puede convertirse en nuestra perdición.

Tenemos que estar dispuesto a amar al Señor sobre todas las cosas, de esta manera experimentaremos lo que es la verdadera libertad y la felicidad, no podemos querer más las cosas de este mundo, cosas frágiles como nuestra debilidad humana que tarde o temprano perdemos, el sabio es el que escucha al Espíritu, el que carga con la cruz y sigue al Señor sin condiciones.

En la vida tenemos que ser previsores, no querer ser como dioses, sobre valorando nuestras fuerzas y negando a Dios, o lo que es más común, dejarlo de lado, sin negación hay ausencia, es el creyente no practicante, el que cree solo en su vida, sus proyectos, sus fuerzas, y Dios aparecerá cuando no haya remedio, es un dios tapa agujeros. Pidamos para que descubramos al Señor antes de que sea demasiado tarde, antes que nuestra frágil condición humana se marchite y agote.

Javier Abad Chismol

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