EL SIERVO SUFRIENTE
Resuenan en nuestros oídos los ruidos de los clavos de
Cristo, un dolor que se va clavando en
lo más profundo de cada uno de nosotros, porque cada martillazo es un dolor
para el mundo, para toda la humanidad, porque es la evidencia de un mundo
sufriente carente de Dios, carente de amor fraterno, carente del espíritu de la
verdad porque simplemente le cierra las puertas, porque nos tapamos los oídos
ante el ruido del mundo y de sus dioses, no queremos ver el rostro de Dios.
¿Hasta cuándo resonarán en nuestros oídos ese ruido de
llanto y de dolor? La amargura del Cáliz de la entrega, de la generosidad de un amor entendido en gratuidad
y al precio de la sangre de un inocente. ¿Cuántos inocentes sufren la crueldad
en el mundo? ¿Cuántos niños huyen de la guerra y del hambre y les cerramos
nuestras puertas y nuestros corazones? Nos invade el terror y el egoísmo, y nos
cerramos a los problemas que no parecen nuestros, ¿miraríamos también
indiferentes y expectantes la subida de Cristo al Calvario?
¿De que carecemos para ser insensibles ante la cruz de
Cristo? Miremos los clavos de Cristo, miremos al árbol de la Cruz donde ha sido
clavado el hijo del Hombre, miremos con vergüenza como esos clavos atraviesan
las manos y los pies del Maestro y Señor, es el dolor del mundo, es el llanto
del abandono, de la guerra y del terror.
Sí, hoy siguen resonando esos clavos, y nos deben llegar
hasta lo más profundo de nuestro ser, para que así podamos ser sensibles al
sufrimiento y al llanto de nuestros hermanos. En la cruz de Cristo se
encuentran nuestras miserias, nuestras cobardías, todo aquello que no nos
permite ver el rostro de la verdad, el rostro de un Cristo ensangrentado por la
crueldad del poder y de la codicia.
Los clavos de Cristo son la aparente victoria de Satanás,
príncipe del pecado y de la tiniebla, esa sombra de muerte que merodea
continuamente al hombre, esa sombra que hizo ver a Jesús en el Huerto que el
Padre le había dejado solo, como también nos hace sentir a nosotros cuando nos
sentimos abrumados por la enfermedad, por la injusticia, por el dolor o por la
muerte. Las gotas de sudor de sangre son el precio de la pobreza humana, pero
de la grandeza del amor de Dios, si, como si se tratara de una paradoja que no
entendemos, ni comprendemos, pero ¿Qué explicación puede tener la cruz de
Cristo? Nuestra lógica y razón quedaran desbordadas ante la macabra certeza de
la tortura de la cruz y de los clavos de Cristo.
Nos dice el profeta Isaías que el siervo de Dios estaba
irreconocible, se quiso revestir de miserable al Salvador, se quiso destronar
al que es el rey del Universo, se nos vendió a precio de bandido y de malhechor
al Salvador del mundo. En la cruz se ha clavado al amor verdadero, se le ha
querido expulsar del mundo, se le quiso desterrar, y por eso hoy seguimos
oyendo el ruido de los clavos de Cristo, ¿Cuántos se conmocionarán ante paso de
la cruz de Cristo?
Hoy es bueno que miremos la cruz, y que no nos acostumbremos
a verla, porque la cruz nos recuerda que el Señor cuenta con cada uno de
nosotros, para que se pueda llevar esa cruz como una bandera de esperanza, y
que a pesar de la crueldad de algunos, la esperanza siempre es posible, si
cargamos todos juntos con la cruz de Cristo, si como el Cireneo ayudamos al
Señor a llevar los pecados del mundo, nuestra miseria y la miseria de los
demás.
Los clavos de Cristo son nuestras rebeldías, nuestra
terquedad por lo fácil y lo cómodo, por intentar vivir sin Dios y huyendo de
nuestra cruz y por supuesto de las cruces de los demás.
Contemplemos hoy el misterio de la cruz, escuchemos los
clavos de Cristo y recordemos los momentos de la pasión, aquellos en la que el pueblo entero gritaba hostigado por
el poder religioso que liberaran a Barrabas, a un ladrón y a un asesino, muchas
veces nuestro mundo aclama antes a personas arrastradas por el poder o incluso
por el terror, porque no queremos oír los clavos de Cristo, cuantas veces
gritamos el nombre de Barrabas para acallar o expulsar la verdad.
En la cruz se oyen las palabras de la turbe, ¡Crucifícalo!
¡Crucifícalo! ¡Qué sensación de
amargura! Camino de la cruz, ultrajado, humillado, expulsado y burlado,
despreciado por muchos, traicionado por uno de los suyos, y negado por otro. Se
quedaron dormidos en los momentos de amargura y de dolor, solo, despreciado,
perseguido y camino de la tortura, ese es el significado de los clavos de
Cristo que sigue escuchándose aun en la tierra, por el dolor del pecado y de la
infidelidad.
En ocasiones nos quedamos dormidos y no hacemos nada ante
dolor del mundo, en otros le negamos o incluso le traicionamos, y en otros al
igual que Pilatos, nos lavamos las manos porque pensamos que no es nuestro
problema.
Miremos la cruz de Cristo, sus clavos, y miremos ese madero,
esa bandera discutida que se alza en lo alto del Gólgota para vencer al mal,
para morir por nosotros y llevarnos a la salvación.
Muere por nosotros, sufre por nosotros, carga con nuestras
culpas, y obedece y sigue por cumplir la voluntad del Padre, miremos la cruz,
miremos la esperanza y la resurrección, y acompañémosle en el tránsito de la
muerte a la vida, de la desolación al consuelo, miremos los clavos de Cristo y
seamos solidarios por la sangre de tantos inocentes que son víctimas de la
codicia humana y de la ausencia de Dios, que nos podamos conmover cuando veamos
la cruz y los clavos de Cristo.
Javier Abad Chismol
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