Conmemoramos el amor más grande
que ha tenido Dios con todos nosotros, un amor que llega hasta el extremo, que
llega a sus máximas consecuencias.
El jueves santo es para nosotros
el memorial de aquella reunión de un grupo de hombres que se juntaron en una
pequeña habitación para celebrar la última cena, la última cena del Hijo de
Hombre con sus discípulos, con sus amigos, con su pequeño grupo de seguidores.
Nos reunimos alrededor de la mesa
del altar, para compartir el pan bajado del cielo, el misterio más grande de
amor que el Señor ha dado a toda la humanidad, es el mismo Jesús que a través
de las palabras de la consagración del pan y el vino se convierten en su Cuerpo
y en sus Sangre, y se nos da a todos nosotros, pasa a formar parte de cada uno,
es la culminación máxima de amor. Al hacerse accesible a la humanidad nosotros
nos configuramos con Cristo, y es entonces cuando estamos capacitados para asemejarnos
a Él, para que se pueda cumplir en nosotros pobres pecadores, la llamada a la
santidad, a ser como Cristo y peregrinar por este mundo siguiendo las huellas
del Maestro, que se hizo uno como nosotros para acompañarnos hasta el Padre.
Tanto amo Dios al mundo que nos
entregó a su único hijo, y todo lo ha hecho por amor, Cristo a pesar de su
condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, se hizo uno más con
nosotros, pero además lo hizo para servir y amar a la humanidad entera hasta
llegar hasta el extremo.
Se arrodillo ante sus discípulos
para lavarles los pies, un gesto de humildad y de servicio, y es que el Hijo
del Hombre ha venido a servir y no ser servido, ¿qué Dios se pone a servir?
¿Qué amo de la casa sirve a sus criados? Sólo aquel que es el verdadero amor y
busca el triunfo en la salvación de todos los hombres, que no quiere que
ninguno de los que le ha dado el Padre se pierda, es el Buen Pastor que da la
vida por sus ovejas.Pedro se negó a que Jesús le lavara los pies, pero aun así,
Jesús le dijo con rotundidad, “si no te lavo los pies, no podrás contarte entre
los míos”, y Pedro afirmo con rotundidad que sí, que las manos e incluso la
cabeza.
Hoy conmemoramos y recordamos ese
momento, la humildad del Señor, su entrega, su servicio, y su disposición a
hacer la voluntad del Padre.
Hoy vemos a un Jesús sufriente,
esperando que se cumpla la voluntad del Padre, Jesús sufre por nuestros
pecados, por nuestra debilidad, y está dispuesto a cargar con nuestros pecados.
Él que no había tenido pecado va a recoger los pecados de todos nosotros, se va
a inmolar como el cordero de la pascua de los judíos, es el paso de Dios por y
para toda la humanidad, ¡que amor tan grande!
Y es la sangre del cordero la que
marca nuestras vidas, nuestras casas, nuestros acontecimientos, es ahí donde se
encuentra la grandeza del Jueves Santo, es lo que celebramos hoy con gozo pero
tristeza. Hoy contemplamos a un Jesús en el Huerto, sudando gotas de sangre,
llorando, vemos al ángel del Señor ofreciéndole el cáliz de la salvación y de
la redención, escuchamos al Jesús hombre, un Jesús sufriente que le pide al
Señor que si el posible que pase este cáliz de amargura, un dolor que entrega
hoy por todos nosotros, el es “el cordero de Dios que quita el pecado del
mundo, dichosos los que están invitados a la Cena del Señor”.
Hoy nos consideramos indignos
hijos tuyos, viendo nuestro pecado y nuestra miseria, no nos vemos dignos de
que el Señor entre en nuestro interior, en nuestra casa, pero sabemos que solo
un gesto, una palabra nos salvará y nos dará la gracia de la verdadera alegría
y de la salvación.
Vamos a vivir y a actualizar esos
grandes misterios, la humildad del Señor para darse por nosotros, para que con
el gesto del lavatorio de los pies lave nuestro pecado, nuestras idolatrías,
nuestras miserias, nuestras dudas y prejuicios, hoy le dejamos al igual que
Pedro que nos lave aunque no lo entendamos, pero no importa porque eso es la fe
y la confianza., es la figura del sacramento del Bautismo.
Celebramos también que nos da su
Cuerpo y su Sangre, nos da la Eucaristía, y nos hace estar en Comunión el Señor
todos los días de nuestra vida, hoy compartimos ese momento con el Señor porque
queremos ser contado entre sus amigos y seguidores.
Y por último, le acompañamos a
Jesús en el Monte de los Olivos, contemplamos a unos discípulos que se duermen
que no saben estar vigilantes al igual que nos ocurre a nosotros, porque no
somos capaces de estar atentos, que abandonamos a Jesús porque tenemos muchos
quehaceres y cosas que nos despistan. Hoy sentimos esa llamada a estar
vigilantes porque no sabemos ni el momento ni la hora.
Acompañemos a Jesús en el
misterio del amor, acompañemos a Jesús en su camino del calvario, compartamos
esos mismos sentimientos que se reavivan en nosotros, y que nos recuerdan que
Cristo se entregó por nosotros y nos amó hasta el extremo.
JAVIER ABAD CHISMOL
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