miércoles, 24 de abril de 2019

II DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA C



DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

¿QUÉ BUSCAMOS? ¿A QUIEN BUSCAMOS?



Todos en la vida buscamos algo, y quizás hoy nos tendríamos que hacer esta pregunta a nivel personal, nos pondríamos cuestionar, ¿qué esperamos de la vida? Ahora en este tiempo de Pascua, después de pasar la Cuaresma y la Semana Santa, no deberíamos cuestionar ¿ha pasado algo en nosotros en la Pasión del Señor?

Escuchamos en el tiempo pascual textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, esos primeros pasos de los primeros seguidores de Jesús, esos pasos que a veces añoramos, porque da la sensación que como creyentes nos hemos agriado algo, o parece que estamos desustanciados, como si nos faltara sal, chispa, ilusión, ¿cómo llevar la alegría de la resurrección a nuestros hermanos si no estamos realmente encendidos de alegría?

Los primeros discípulos lo ponían todo en común, compartían, caminaban a una, y hoy nos debemos cuestionar, ¿animamos también todos nosotros de nuestra comunidad, o esperamos que lo hagan los demás? ¿Predomina en nosotros el amor fraterno o nos apodera nuestra comodidad, orgullo y egoísmo? Es muy importante el grado de implicación en nuestra comunidad y en nuestra parroquia, debemos participar de una manera positiva y constructiva y no ser solos espectadores críticos de lo que hacen los demás.

Hoy invocamos las características de ser seguidor de Cristo, la alegría, la misericordia y la esperanza. Porque cuando todo parecía que estaba perdido, cuando parecía que el demonio y sus secuaces corruptos habían vencido, Dios levanto a Jesucristo como bandera de victoria sobre la muerte y el pecado.

Nos puede pasar como Tomás, que no terminaba de creer que el Maestro y Señor había resucitado, que nos llenamos de peros y de contradicciones, que afirmamos que queremos meter la mano en los agujeros de los clavos, en las manos, en los pies, en el costado de Cristo, y que si no lo hacemos no lo creemos. En ocasiones podemos ser “creyentes” incrédulos, porque nos falta fe, nos falta confianza.

Jesús dijo a Tomás, ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Pidamos que se nos aumente la fe, que seamos testigos del amor misericordioso del Señor que se entrego por todos a nosotros y nos lleva de la mano a la alegría plena de la resurrección.

En este tiempo de Pascua os invito a ser anunciadores convencidos de la misericordia de Dios al proclamar que Cristo ha Resucitado.

Javier Abad Chismol
Párroco

domingo, 21 de abril de 2019

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 2019



LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO




El Anuncio de la Pascua resuena en nuestros corazones, en toda la Iglesia, es la alegría plena que nos da la resurrección de Jesús, Cristo ha vencido a la muerte, ha vencido a las tinieblas, a la oscuridad y al pecado, y por lo tanto viene a rescatarnos, Él es nuestra esperanza, nuestro consuelo y nuestra salvación, porque ha vencido a nuestro gran enemigo que es la muerte, el sufrimiento, la tortura y la injusticia.

Después de vivir con intensidad los días de la Pasión del Señor, hoy contemplamos su gloria, hoy se transforma nuestra tristeza en alegría plena. Nuestra vida cotidiana va íntimamente unida a lo que significa la muerte con la derrota, cuando la muerte se convierte en el final, en la desesperación que se vive como fracaso. Todo el género humano quiere controlarlo todo, no quiere que nada se le escape, y ante la muerte solo está la resignación o el conformismo, o la mayor tendencia de hoy que es maquillar la muerte o incluso encubrirla. Vivir como si la muerte fuera algo que nunca va a ocurrir, o como si fuera algo solo para otros y vivimos al margen de ella.

En la presencia del Señor nos damos cuenta de lo que puede obrar en nosotros, de que la muerte no es una derrota para el ser humano, que la tiniebla se puede convertir en luz, que donde hay desierto puede brotar el agua, porque nuestra fuerza está en el Señor, donde está la muerte está la victoria, porque por puro amor el agua del bautismo nos hace volver a la vida.

Al igual que de la debilidad de los primeros discípulos de Jesús; de su cobardía, de su miedo, de su abandono e incluso de su traición, quiso Dios seguir contando con el hombre e instituyo la Iglesia, la familia de todos los hombres pecadores pero que quieren seguirle como camino, verdad y vida. Por este motivo creemos en una Iglesia que es santa porque es de Cristo pero a su vez de hombres pecadores.

La Pascua es para todos los cristianos signo de nuestra fe en que la vida no termina junto al sepulcro, de que estamos llamados a trascender nuestra existencia terrena, para poder así llegar a una plenitud plena, en definitiva dar la vuelta al sufrimiento, a todo lo que nos desborda y nos hace mal, para que se convierta así en gozo.
Transformamos la huida, el miedo, el abandono, la traición, en vida de esperanza, hoy oímos las palabras del Señor en nuestro corazón, hoy le escuchamos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, en que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, ¿crees esto?”

Hoy queremos ser como esos curiosos que se acercaban a los discípulos para ser curados, curada sobre todo de la incredulidad y de la ignorancia, una ignorancia que nace de la arrogancia del ser humano que no se deja curar por el Señor. Los milagros solo son posibles si tenemos la fe suficiente para que sea así, es decir, ver las maravillas de la humanidad desde la clave del amor bondadoso de Dios.

Tenemos que ser crédulos y no incrédulos, salir de nuestro poderoso ego anclado en la razón para ser hombres y mujeres de fe, que no nos pase como Tomás, hasta que no toco, no creyó, luego vinieron las lamentaciones por no fiarse, pero es que no nos acabamos de fiar, nos falta fe. Apostemos en la Pascua de fiarnos del Señor y que sepamos leer nuestra historia desde la clave de la fe.

Viene el Señor a nuestro encuentro, a nuestros corazones, con la misma alegría que sintió María cuando se encontró con su Hijo, ella, que guardaba todo en los más profundo de su corazón, que supo aguardar y esperar, que supo tener esa paciencia que solo puede darnos la fe, que brota del amor gratuito de Dios.

Por eso hoy estamos gozosos en el encuentro de María con su Hijo, y esa alegría invade nuestros corazones porque es la prueba evidente de que Cristo es la respuesta a la esperanza de todos los hombres, y que ahora nosotros tenemos que ser portadores de esa esperanza, es la bandera de que Cristo ha resucitado, es la alegría de una madre que se encuentra con su hijo después de haber vivido el sufrimiento, el abandono y el ultraje, es el llanto que se convierte en alegría.

Que esta culminación de la Pascua no sea una fiesta más, sino que nos sirva de verdad y de corazón para que seamos mejores hijos de Dios, que de vida al sueño salifico de Dios con todos nosotros, es decir, que de sentido a nuestras vidas. Como en la noche de la Pascua en donde hemos renovado nuestras promesas bautismales, donde hemos reafirmado nuestra fe en el Señor, en la Iglesia como portadora de ese mensaje que debe ser dado como Buena Noticia a todos los hombres, ahora como los apóstoles que se encuentran con el sepulcro vacío, que salgamos a las calles, a las plazas, sin ningún tipo de temor y de miedo, que digamos que Nuestro Señor ha resucitado, que se cumple su palabra.

Hoy nosotros al igual que los apóstoles buscamos los bienes de allá arriba, ponemos nuestra esperanza en aquello que trasciende, y hoy por lo tanto estamos dispuestos a morir por Cristo, porque morir es vivir, y vivir sin Cristo es la muerte que no tiene cura. Que escuchemos las palabras de Jesús en nuestras vidas,

¡PAZ A VOSOTROS!

Y que podamos decir a todos que

¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!


Javier Abad Chismol

viernes, 19 de abril de 2019

Viernes de la Pasión del Señor, 2019



EL SIERVO SUFRIENTE



Resuenan en nuestros oídos los ruidos de los clavos de Cristo, un dolor que se va  clavando en lo más profundo de cada uno de nosotros, porque cada martillazo es un dolor para el mundo, para toda la humanidad, porque es la evidencia de un mundo sufriente carente de Dios, carente de amor fraterno, carente del espíritu de la verdad porque simplemente le cierra las puertas, porque nos tapamos los oídos ante el ruido del mundo y de sus dioses, no queremos ver el rostro de Dios.
¿Hasta cuándo resonarán en nuestros oídos ese ruido de llanto y de dolor? La amargura del Cáliz de la entrega, de la  generosidad de un amor entendido en gratuidad y al precio de la sangre de un inocente. ¿Cuántos inocentes sufren la crueldad en el mundo? ¿Cuántos niños huyen de la guerra y del hambre y les cerramos nuestras puertas y nuestros corazones? Nos invade el terror y el egoísmo, y nos cerramos a los problemas que no parecen nuestros, ¿miraríamos también indiferentes y expectantes la subida de Cristo al Calvario?
¿De que carecemos para ser insensibles ante la cruz de Cristo? Miremos los clavos de Cristo, miremos al árbol de la Cruz donde ha sido clavado el hijo del Hombre, miremos con vergüenza como esos clavos atraviesan las manos y los pies del Maestro y Señor, es el dolor del mundo, es el llanto del abandono, de la guerra y del terror.
Sí, hoy siguen resonando esos clavos, y nos deben llegar hasta lo más profundo de nuestro ser, para que así podamos ser sensibles al sufrimiento y al llanto de nuestros hermanos. En la cruz de Cristo se encuentran nuestras miserias, nuestras cobardías, todo aquello que no nos permite ver el rostro de la verdad, el rostro de un Cristo ensangrentado por la crueldad del poder y de la codicia.
Los clavos de Cristo son la aparente victoria de Satanás, príncipe del pecado y de la tiniebla, esa sombra de muerte que merodea continuamente al hombre, esa sombra que hizo ver a Jesús en el Huerto que el Padre le había dejado solo, como también nos hace sentir a nosotros cuando nos sentimos abrumados por la enfermedad, por la injusticia, por el dolor o por la muerte. Las gotas de sudor de sangre son el precio de la pobreza humana, pero de la grandeza del amor de Dios, si, como si se tratara de una paradoja que no entendemos, ni comprendemos, pero ¿Qué explicación puede tener la cruz de Cristo? Nuestra lógica y razón quedaran desbordadas ante la macabra certeza de la tortura de la cruz y de los clavos de Cristo.
Nos dice el profeta Isaías que el siervo de Dios estaba irreconocible, se quiso revestir de miserable al Salvador, se quiso destronar al que es el rey del Universo, se nos vendió a precio de bandido y de malhechor al Salvador del mundo. En la cruz se ha clavado al amor verdadero, se le ha querido expulsar del mundo, se le quiso desterrar, y por eso hoy seguimos oyendo el ruido de los clavos de Cristo, ¿Cuántos se conmocionarán ante paso de la cruz de Cristo?
Hoy es bueno que miremos la cruz, y que no nos acostumbremos a verla, porque la cruz nos recuerda que el Señor cuenta con cada uno de nosotros, para que se pueda llevar esa cruz como una bandera de esperanza, y que a pesar de la crueldad de algunos, la esperanza siempre es posible, si cargamos todos juntos con la cruz de Cristo, si como el Cireneo ayudamos al Señor a llevar los pecados del mundo, nuestra miseria y la miseria de los demás.
Los clavos de Cristo son nuestras rebeldías, nuestra terquedad por lo fácil y lo cómodo, por intentar vivir sin Dios y huyendo de nuestra cruz y por supuesto de las cruces de los demás.
Contemplemos hoy el misterio de la cruz, escuchemos los clavos de Cristo y recordemos los momentos de la pasión, aquellos en  la que el pueblo entero gritaba hostigado por el poder religioso que liberaran a Barrabas, a un ladrón y a un asesino, muchas veces nuestro mundo aclama antes a personas arrastradas por el poder o incluso por el terror, porque no queremos oír los clavos de Cristo, cuantas veces gritamos el nombre de Barrabas para acallar o expulsar la verdad.
En la cruz se oyen las palabras de la turbe, ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!  ¡Qué sensación de amargura! Camino de la cruz, ultrajado, humillado, expulsado y burlado, despreciado por muchos, traicionado por uno de los suyos, y negado por otro. Se quedaron dormidos en los momentos de amargura y de dolor, solo, despreciado, perseguido y camino de la tortura, ese es el significado de los clavos de Cristo que sigue escuchándose aun en la tierra, por el dolor del pecado y de la infidelidad.
En ocasiones nos quedamos dormidos y no hacemos nada ante dolor del mundo, en otros le negamos o incluso le traicionamos, y en otros al igual que Pilatos, nos lavamos las manos porque pensamos que no es nuestro problema.
Miremos la cruz de Cristo, sus clavos, y miremos ese madero, esa bandera discutida que se alza en lo alto del Gólgota para vencer al mal, para morir por nosotros y llevarnos a la salvación.
Muere por nosotros, sufre por nosotros, carga con nuestras culpas, y obedece y sigue por cumplir la voluntad del Padre, miremos la cruz, miremos la esperanza y la resurrección, y acompañémosle en el tránsito de la muerte a la vida, de la desolación al consuelo, miremos los clavos de Cristo y seamos solidarios por la sangre de tantos inocentes que son víctimas de la codicia humana y de la ausencia de Dios, que nos podamos conmover cuando veamos la cruz y los clavos de Cristo.
Javier Abad Chismol

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