LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
ALIANZA DEL SEÑOR CON ABRAHAM,
EL CREYENTE
Abraham cree en el Señor invisible sale de sí mismo, renuncia
a su incredulidad y a sus ataduras, Él puso su confianza en el Señor y fue
capaz de decir sí, supo dejar a sus parientes, amigos, y de esta manera atendió la voluntad del
Señor y se puso a caminar hacia la tierra que el Señor le prometió.
Dios nos salva y nos da una vocación santa, es una llamada
para poder trascender todo lo que hacemos y todo lo que vivimos, y desde luego
no lo ha hecho por nuestros méritos ni por nuestras buenas obras, lo ha hecho
por puro amor y en gratuidad.
Hoy el Señor se transfigura delante de nosotros, que es como
decir que le reconocemos, y lo hacemos además como Señor, muchos le verán pero
no le verán, muchos oirán su nombre pero no le reconocerán, el Señor se transforma
y a su vez nos transforma a nosotros, Él cambia nuestras vidas. Porque son
muchos los que son esclavos de la carne y de los instintos más primarios, y en
ese vivir presos del mundo se cierran a la conversión y a la salvación y andan
como perdidos, buscando donde no hay.
Cuando el Señor se transfiguró ante los discípulos todos
experimentaron lo bien que se estaba en esa presencia mística, como se
alcanzaba un grado que superaba todo lo terreno, por eso decimos que estar con
el Señor en este mundo, reconocerle, es lo más parecido a la vida eterna, la
cual esperamos, añoramos y deseamos.
En esa presencia mística del Señor, se oyó una voz que decía;
“Este es mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo”.
Esas palabras, ese rostro de luz en el Señor, nos da
confianza aunque nos dé temor, pongamos nuestra vida en manos del Padre y el
transformará nuestras vidas, hará que su rostro brille como el sol y afirmemos
el sí de Abraham y el sí de María, renovemos nuestra confianza y nuestro amor
al Señor y acerquemos al misterio de la trascendencia.
Javier Abad Chismol
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