“ESTE HERMANO TUYO
ESTABA MUERTO Y HA VUELTO A LA VIDA”
El Pueblo de Dios, el pueblo elegido ha llegado a la Tierra
Prometida, al encuentro con el Señor, después de pasar cuarenta años en el desierto,
de pasar dificultades, e incluso de enfadarse con Dios por las adversidades del
camino, de fabricar otros ídolos, de maldecir a Dios, de ver la salvación de
los egipcios como otra esclavitud mayor. Nos cuesta mucho a veces ver a Dios en
las dificultades y en los avatares cotidianos.
Esto es similar a nuestra vida, el bautismo es nuestro Sí al
Señor, pero el hecho de estar bautizados, de renunciar al pecado, de querer
seguir la luz de Cristo no nos lleva a creer o mal creer que por este motivo ya
no vamos a tener dificultades de ningún tipo, reconocer al Señor es saber a
dónde vamos, no es librarnos de las piedras del camino, por ello entendamos la
conversión, como la lucha contra los obstáculos, pero hagamos ese trayecto con
confianza y con fe, pidamos fuerza para el camino, no que nos quiten el camino
y la misión que tenemos cada uno en la vida.
Estamos llamados a vivir en Cristo, tenemos una oportunidad
grandiosa de ser hombres y mujeres
nuevos, es el regalo de la cuaresma, la conversión del corazón, la
posibilidad infinita de perdón, no por nuestros méritos, Cristo murió por todos
nosotros, él carga con nuestras culpas, él limpia nuestro pecado, él que es
infinito amor y misericordia.
Todos somos pecadores, y todos podemos redimirnos, Jesús
cuenta la parábola del Hijo Pródigo para aquellos que son duros de corazón,
aquellos que por un lado aprovechan todos los dones que el Señor da, para luego
desperdiciarlo. Aquel hijo que después de gastarlo todo vuelve a la casa del
Padre, pide perdón y él le acoge, humanamente esto es impensable, que después de
malgastarlo todo vuelva como si nada, y seguramente por interés. Pero el Padre
perdona y acoge, lo celebra, es el milagro de la conversión y de la
misericordia infinita de Dios. Y luego también la actitud del hijo mayor ante
la bondad del Padre de perdonar, cuando él ha hecho lo correcto y el otro no.
No podemos tener celos del amor y perdón de Dios, debemos
sentirnos perdonados y alegrarnos del perdón y de la conversión de otros, es
decir vivir la misericordia de Dios y darla a los demás.
Javier Abad Chismol
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