EL SEÑOR SALVA A SU PUEBLO,
AMAD A
LOS ENEMIGOS
Nos da muchas veces la sensación de que Dios nos ha dejado de
lado, que nos ha abandonado a nuestra suerte o a la suerte de nuestros enemigos.
De todas formas invocamos el amor de Dios, su misericordia y su paciencia para
con cada uno de nosotros. Es cierto que a veces da la sensación que nos hemos
ganado el castigo de Dios por nuestra terquedad o indiferencia, pero Él siempre
sale a nuestro auxilio, aun sin merecerlo.
El ser humano se reviste de lo humano y de lo espiritual,
como esa posibilidad para amar y servir a Dios como a su vez para negarlo o
atacarlo, es la lucha entre lo que viene de la carne y lo que viene del
espíritu, del bien y el mal, de la bendición y de la maldición. Por eso
descubrimos al verdadero hombre en Cristo que vence el pecado de Adán, de vivir
al margen de Dios y de desobedecerle. El ser humano tiene esa tentación a
crecerse ante sus propias fuerzas, hasta que cae en la cuenta de que se
convierte en su propio enemigo.
Hay una premisa, una idea en el Evangelio que es de difícil
cumplimiento, y todo porque va en contra en apariencia de la condición humana, ¿Cómo
se puede amar a los enemigos? ¿A los que te quieren mal? Es realmente muy difícil,
solo se puede hacer con la gracia y la
ayuda de Dios.
El ser humano muchas veces es capaz de pasar por encima de
cualquiera para conseguir lo que quiere, y más tirano se hace el hombre cuando
no hay nada que le pare, cuando pervierte la conciencia y elimina a Dios como
concepto para sentirse libre para hacer cuanto quiera.
El Señor nos pide que amemos, que perdonemos, que
comprendamos el mal y el pecado, que dando mal por mal no se conseguirá más, al
contrario, el odio genera más odio y violencia. El mal hay que frenarlo, y se
hace con el bien no con el mal.
Pedir por los que os persiguen o nos quieren mal, en
definitiva nos habla de vencer el mal con el bien. La medida que nos ofrece el
Señor es la misericordia, la entrega, la generosidad, no juzgando y no siendo
verdugo de los demás, dejar ser Dios a Dios, y buscar las armas que vienen del
cielo.
Javier Abad Chismol
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