VIII Domingo Ordinario
C-2019
El hombre posee un gran regalo del Señor, su razón, su
inteligencia, su capacidad de pensar, todo ello debe llevarle a cumplir y
encontrar su lugar en el mundo, no le debe llevar a desafiar o a negar a Dios,
los libros de la Sabiduría nos hablan de esto, de la capacidad de pensar y
saborear la verdad. La vida en si es una prueba, como prueba el horno al barro,
y nosotros somos el barro y Dios el alfarero, ¿puede el barro revelarse contra
el alfarero? ¿Puede el hombre negar a su autor en nombre de una inteligencia
dada por el Creador?
El ser humano en su grandeza como Hijo de Dios está llamado a
la vida, no a la muerte, está llamado a la vida eterna, por lo tanto la muerte
ha sido vencida y la muerte se convierte en una victoria, es la contradicción
entre la vida y la muerte, y es el mismo Cristo quien nos salva y nos lleva a
la verdadera vida que trasciende nuestra existencia terrenal.
El verdadero aguijón de la muerte es el pecado, porque este
si destruye, y sí que mata de verdad, el hombre no puede matar el alma, pero el
pecado y el demonio sí que puede destruir al hombre, negándose este a reconocer
a Dios, sintiéndose amo y dueño de su vida cuando tarde o temprano la perderá sin
remedio. Así pues, hermanos míos amados, hay que mantenerse firmes,
inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro
trabajo no es vano el Señor.
El Señor nos llama a caminar como Hijos de la luz, saliendo
de la oscuridad, de nuestro pecado, no dejándonos solos, si un ciego guía a
otro ciego los dos caen al hoyo.
El discípulo no está por encima del maestro, por eso es muy
importante estar bien formado y conocer la verdad del Señor, no hay que estar
pendiente del error, del fallo de los demás, de tal manera que no seamos
capaces de ver nuestro pecado.
No podemos ser hipócritas, criticar cuando nuestro error es
mucho mayor, mírate primero a ti mismo en humildad y después podrás estar en
condición de ver a tu hermano.
El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y
el malo, del malo, saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su
boca. Somos lo que somos, y de nuestra lengua habla de lo que rebosa nuestro
corazón.
Javier Abad Chismol