miércoles, 7 de marzo de 2018

IV Domingo de Cuaresma B


ESCUCHAR A LOS PROFETAS,

 NO CERRAR EL OÍDO


De muchas formas y de muchas maneras Dios ha hablado al hombre a través de los profetas, de los hombres de Dios, de los hombres del Espíritu, Dios no ha dejado nunca al hombre, lo que ha dejado el hombre es de escuchar la voz de Dios, porque no le ha interesado, porque le desinstala de su comodidad y de su apatía, pero el espíritu de Dios nunca ha dejado de soplar.

La ira de Dios no es otra cosa que la consecuencia del pecado y del alejamiento de la verdad, porque haciendo un mal uso de la libertad es el género humano el que se equivoca y se convierte en su propio verdugo, porque los mandamientos de la Ley de Dios no son capricho para oprimir, sino que es para que alcance su plenitud y se libere de las cadenas que no le permite ser libre y desarrollarse en su totalidad.

Hoy experimentamos la alegría que sintió el Pueblo de Israel cuando  fue liberado de la cautividad de Babilonia, Dios a pesar de nuestros pecados es misericordioso, y eso nos debe llenar de alegría porque siempre tenemos posibilidad para redimirnos de nuestros pecados.

Pero Dios es rico en misericordia, por el gran amor que nos tiene, porque estando muertos por nuestros malos actos a causa de nuestros pecados y de nuestros delitos, nos vivificó junto con Cristo, por la fe y por la gracia hemos sido salvados.

Así como Moisés levanto la serpiente en el desierto para salvar al pueblo de las picaduras de la serpiente, de la corrupción del pecado, de nuestra infidelidad, así será levantado el Hijo del hombre sobre la cruz, para que sea bandera discutida para redimirnos de nuestros pecados, porque muere y se entrega por nosotros, es el antídoto para la picadura de serpiente, que son nuestros pecados.

El que cree en Cristo acepta la redención, y lo hace con la alegría que se siente al ser perdonado y salvado, es la experiencia de la entrega por amor, mucha veces sin merecerlo.

La luz vino al mundo, y el mundo la rechazo, todo el que hace mal aborrece la luz, la luz des mascara al pecado y al maligno. Hagamos que la luz de Cristo alumbre nuestro corazón, nuestras vidas, preparémonos para la Pascua del Señor, para la remisión de nuestra culpa, abiertos a la esperanza y a la misericordia.

Javier Abad Chismol




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