miércoles, 8 de noviembre de 2017

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario A

LA SABIDURÍA DE DIOS Y LA 

PRUDENCIA



Tenemos un gran regalo de Dios que se hace presente en nuestras vidas, ¿Quién podrá descubrirlo? Quien lo encuentra tiene un gran tesoro, es la sabiduría, la sensatez y la calma que da saborear la verdad, la sabiduría es radiante que resplandece en nuestras vidas, tenemos que desearla, buscarla y amarla.

Ser prudentes, ser hombres sensatos, sin prisas, en busca de la verdad que da sentido a nuestro existir y obrar, debemos desearla, debemos alcanzarla, debemos llenarnos de ella, porque representa a la misma divinidad, representa el buen hacer de Dios.

Tengamos sed de Dios, tengamos sed de la sabiduría que viene a nosotros, que viene a nuestras vidas, y que debe venir con nosotros para quedarse, ver con los ojos de la sabiduría es ver con los ojos de Dios, es ver más allá de lo aparente, de lo visible, es llegar a ver desde lo alto el lugar que ocupa el hombre en el mundo, el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, creado en armonía como culmen de la creación.

Por ello no ignoremos la verdad del hombre, no ignoremos lo que significa la suerte del hombre, porque tenemos que estar llenos de esperanza y de consuelo, porque en la sabiduría de Dios estamos llamados a la trascendencia.

Consuelo, sabiduría y esperanza, nos une al anhelo de vida, de vida en plenitud y en resurrección, conociendo el sentir del ser del hombre, que es terreno pero llamado a la esencia de la resurrección plena que nos lleva a la prudencia de entender los tiempos del hombre y los tiempos de Dios.

Por eso tenemos que estar en vela, tenemos que estar atentos a los signos de los tiempos, al actuar de Dios y al papel del hombre en el mundo, tanto a nivel particular, como de comunidad, como de pueblo de Dios, el cristiano se salva salvando a otros.

Para cuando llegue el esposo, cuando llegue el amado, nos encuentre con nuestras lámparas encendidas, que no nos encuentre durmiendo, como si hubiéramos vivido con la necedad de que nunca llegaría la hora del encuentro y que por lo tanto no podemos estar dormidos.

Por eso nuestra vida debe ser coherente y sin doblez, debe ser autentica, no para aparentar ante los hombres, sino ser honestos ante Dios, que nuestra vida no sea una farsa en apariencia, sino que realmente seamos hijos amados de Dios, a la espera del Mesías, a la espera del Salvador y del juicio de amor.

Javier Abad Chismol




               

                

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