miércoles, 1 de noviembre de 2017

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario A

EL CAMINO VERDADERO DEL AMOR A

 DIOS ES EL

 DEL SERVICIO


Debemos glorificar el nombre del Señor, debemos esforzarnos en ser coherentes en lo que vivimos y en lo que hacemos, el creyente  debe trasparentar en su vida el amor de Dios, y hacerlo además incluso en el pecado, y todo ello porque somos capaces de pedir perdón. Conocer a Dios no significa ser perfecto, conocer a Dios significa estar en camino, significa esforzarse por alcanzar el amor de Dios como un reto, haciéndolo nuestro primero y luego dándolo a los hermanos.

Bendición y maldición está a nuestro alcance, vivamos como hijos de la luz y no de las tinieblas, alcancemos la meta en sinceridad y en honestidad, busquemos aquello que agrada a Dios para des mascarar al mal y a la corrupción por el pecado.

El profeta nos marca el camino, nos dice que tengamos cuidado en la perversión de la ley y del amor a Dios porque podemos tropezar nosotros y hacer tropezar a los demás, es decir, que en nombre de Dios podemos perdernos y llevar a la perdición a otros. No nos alejemos del camino recto y pongamos en el centro a Dios.

Sigamos agradeciendo a Dios su amor, porque no nos deja nunca de la mano, porque siempre se hace presente, porque su bondad es infinita y acogemos la verdad del Evangelio no como palabra de hombre sino como palabra dada por Dios para nuestra salvación.

El Señor nos propone de nuevo que cumplamos la Ley, pero que vayamos con cuidado en no refugiarnos en la hipocresía y en la falsedad de otros. Cuando uno se vende al mal y es incoherente, y no hace lo que dice, hace un daño muy grande a la fe, porque sirve de excusa para que otros se alejen de Dios por el mal ejemplo o por la incoherencia, ¿a quién seguimos, a Dios o a los hombres?

“pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas”

El amor de Dios supera la incoherencia, la soberbia, el orgullo, la hipocresía, por eso se nos dice que hagamos lo que haya que hacer, la Ley de Dios, pero no nos quedemos quietos por aquellos que han pervertido la misión de Dios, y que con su actitud alejan a hombres y mujeres dispuestos a trabajar por el Reino y que quedan achantadas por los empujones, por los primeros puestos, por los honores, y por los derechos adquiridos.
El amor de Dios se demuestra en el servicio y en el servicio a la comunidad y a las personas, no en los honores, los últimos serán los primeros y primeros irán a las últimas filas, por soberbia y por usurpar el santo nombre de Dios.


Javier Abad Chismol

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