miércoles, 26 de julio de 2017

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo A


PÍDEME LO QUE QUIERAS



Es vital para el creyente la alabanza y la petición, que es lo mismo que dejar que el Señor sea el centro de nuestra vida, y a su vez reconocer que nuestra fortaleza no viene de nosotros por méritos propios, sino que nuestra fortaleza viene del Creador,  y que cuando dejamos a Dios ser Dios, es cuando somos verdaderamente fuertes.

Salomón ora a Dios, habla con el Padre, ve su pequeñez, se ve joven, un muchacho falta de habilidades para desempeñar la tarea de gobernar al pueblo, pero Salomón que es sensato y sabe pedir, pide con sabiduría y prudencia, pide un corazón dócil para poder discernir el bien y el mal. El Señor alabó a Salomón por no pedir ni poder ni riquezas, porque pidió discernimiento, capacidad de escuchar, un corazón sabio e inteligente.

También nosotros tenemos que aprender a pedir, que nuestra petición no se centre solo en nuestro bienestar, que salgamos de la dimensión de uno mismo para mirar en clave de comunidad y de generosidad, que el señor nos de sensatez para gobernar nuestra vida y para aportar a la sociedad y a todo aquello que nos ponga el Señor delante, en definitiva que aprendamos a vivir.

Es amar la voluntad de Dios para cada uno de nosotros en la vida, hacer de su voluntad nuestra voluntad, el que ama al Señor ama el bien, porque ese el designo de Dios que es el bien. Con ese convencimiento querremos abrazarnos en los brazos del Señor, un abrazo de Padre que sabe lo que nos conviene y aquello que calma la ser del corazón.

Esa voluntad, que es verdad, que es sabiduría, es revelada en la sencillez de lo pequeño, de la pobreza, de lo sencillo, porque se esta manera nadie queda fuera, de ahí la predilección del Señor por los pobres, por los débiles y por los más pequeños.

Tenemos que seguir la senda que nos dan las parábolas, las palabras de Jesús para que entendamos la venida del Reino de los Cielos a todos nosotros, y que ese Reino empieza aquí y ahora.

El Reino es un tesoro escondido que aquel que lo encuentra lo deja todo porque ha encontrado lo más valioso, aquello que vale la pena. No es un tesoro lleno de riquezas y de oro, ni de perlas finas, ni lleno de esencias de poder, sino que el tesoro se basa en la sabiduría y en la sensatez que es cumplir la voluntad de Dios.

Es venderlo todo por el Señor, es darle lo mejor de nuestra vida, también nuestros defectos, nuestros pecados, el Señor nos ama con lo que somos, también en nuestra debilidad, pero Él cuenta con ello porque es nuestro Padre y sabe nuestra condición, no nos frene ponernos en camino nuestro pecado, nuestra pobreza y nuestra limitación.

El Reino de los cielos es como una red que recoge peces buenos y malos y luego el juicio misericordioso de Dios es de amor, se selecciona no por su valía, sino por su sensatez y aceptación de la verdad.

Dejemos a Dios ser Dios, sepamos pedir lo que nos conviene, y sepamos que el Reino de los Cielos ya está con nosotros, que su encuentro es tan grandioso que estamos dispuestos a venderlo todo por el Señor.

Javier Abad Chismol



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