martes, 25 de abril de 2017

Domingo III de Pascua, Ciclo A

LE CONOCIMOS AL PARTIR EL PAN


¿Cuándo somos capaces de reconocer al Señor? ¿En donde le buscamos? Estamos en la Pascua del Señor, en el paso glorioso del Señor por nuestras vidas. En primer lugar sería vital que no perdiéramos la memoria, porque el ser humano tiene capacidad de olvidar pronto todo aquello que le obliga al esfuerzo, al sacrifico y al compromiso.

Por este motivo las lecturas en Pascua son una continua llamada de atención a la memoria, a los hechos acontecidos con Jesús de Nazaret, de esta manera y por ello, Pedro alzaba la voz para recordar al pueblo, a las gentes, a los judíos, la verdad evidente del hecho acontecido con el Hijo de Dios, de cómo lo quisieron destruir, de cómo no lo quisieron escuchar, de cómo lo convirtieron en un bandido y un malhechor. Esa es la realidad, de que murió, que el Cordero de Dios muere y se entrega por todos nosotros, y además lo hace sin que nosotros lo merezcamos, lo hace por puro amor misericordioso.

Los toques de atención avivan nuestra memoria y el compromiso, y en este tiempo de pascua nos propones que nos pongamos en camino, que no nos quedemos de puros espectadores, que seamos parte del proyecto evangelizador del Anuncio, ¿seremos capaces de llenarnos de la gracia para ser entrega generosa y auténtica?

Los discípulos de Emaus caminaban con el Señor sin saberlo, porque estaban en lo suyo, como nos pasa muchas veces a nosotros en las comunidades, estamos tan pendientes de nuestras cosas, de nuestro grupo, de nuestra pastoral propia, que nos olvidamos del Señor, y hablamos de Él, pero ni le conocemos ni le reconocemos.

Estos seguidores de Jesús fueron experimentando en el trayecto un acompañamiento pleno, y descubrieron que les ardía el corazón al escuchar las Escrituras, y como se les abría el entendimiento, que es algo tan sencillo como ver la obra de Dios en nosotros y en nuestros hermanos, ese es el gran regalo de la Fe.

Y lo más importante, y es que reconocieron al Señor al partir el pan, en la Eucaristía, ¿reconocemos al Señor nosotros en la Santa Misa? En ocasiones la costumbre y la repetición hace que perdamos en cierto modo la esencia del Sacramento de la Eucaristía. Se nos propone que hagamos esto en Memoria Suya, que reavivemos ese amor, esa entrega y ese misterio. Porque cada vez que participamos en la lectura de la Palabra de Dios y en la Misa el mismo Señor se nos hace presente y nos da el impulso que necesitamos, nos da la gracia del Espíritu Santo.

Que arda nuestro corazón, que se nos abra el entendimiento, que hagamos memoria de la entrega del Señor en su Pasión y resurrección que le reconozcamos al partir el pan, que le pidamos con fe que queremos permanecer con el Señor, que necesitamos de Él y que nuestro mundo sigue necesitando la Buena Noticia que no se marchita ni pasa de moda.


Javier Abad Chismol

jueves, 20 de abril de 2017

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

II DOMINGO DE PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA A


¿A QUIEN BUSCÁIS?




Todos en la vida buscamos algo, y quizás hoy nos tendríamos que hacer esta pregunta a nivel personal, nos pondríamos cuestionar,¿qué esperamos de la vida? Ahora en este tiempo de Pascua, después de pasar la Cuaresma y la Semana Santa, no deberíamos cuestionar ¿ha pasado algo en nosotros en la Pasión del Señor?

Escuchamos en el tiempo pascual textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, esos primeros pasos de los primeros seguidores de Jesús, esos pasos que a veces añoramos, porque da la sensación que como creyentes nos hemos agriado algo, o parece que estamos desustanciados, como si nos faltara sal, chispa, ilusión, ¿cómo llevar la alegría de la resurrección a nuestros hermanos si no estamos realmente encendidos de alegría?

Los primeros discípulos lo ponían todo en común, compartían, caminaban a una, y hoy nos debemos cuestionar, ¿empujamos también todos nosotros de nuestra comunidad, o esperamos que lo hagan los demás? ¿Predomina en nosotros el amor fraterno o nos apodera nuestra comodidad, orgullo y egoísmo?
Hoy invocamos las características de ser seguidor de Cristo, la alegría, la misericordia y la esperanza. Porque cuando todo parecía que estaba perdido, cuando parecía que el demonio y sus secuaces corruptos habían vencido, Dios levanto a Jesucristo como bandera de victoria sobre la muerte y el pecado.

Nos puede pasar como Tomás, que no terminaba de creer que el Maestro y Señor había resucitado, que nos llenamos de peros y de contradicciones, que afirmamos que queremos meter la mano en los agujeros de los clavos, en las manos, en los pies, en el costado de Cristo, y que si no lo hacemos no lo creemos. En ocasiones podemos ser “creyentes” incrédulos, porque nos falta fe, nos falta confianza.

Jesús dijo a Tomás, ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Pidamos que se nos aumente la fe, que seamos testigos del amor misericordioso del Señor que se entrego por todos a nosotros y nos lleva de la mano a la alegría plena de la resurrección.


Javier Abad Chismol

sábado, 15 de abril de 2017

DOMINGO DE RESURRECCIÓN 2017

LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
¡ALELUYA! CRISTO HA RESUCITADO


El Anuncio de la Pascua resuena en nuestros corazones, en toda la Iglesia, es la alegría plena que nos da la resurrección de Jesús, Cristo ha vencido a la muerte, ha vencido a las tinieblas, a la oscuridad y al pecado, y por lo tanto viene a rescatarnos, Él es nuestra esperanza, nuestro consuelo y nuestra salvación, porque ha vencido a nuestro gran enemigo que es la muerte, el sufrimiento, la tortura y la injusticia.

Después de vivir con intensidad los días de la Pasión del Señor, hoy contemplamos su gloria, hoy se transforma nuestra tristeza en alegría plena. Nuestra vida cotidiana va íntimamente unida a lo que significa la muerte con la derrota, cuando la muerte se convierte en el final, en la desesperación que se vive como fracaso. Todo el género humano quiere controlarlo todo, no quiere que nada se le escape, y ante la muerte solo está la resignación o el conformismo, o la mayor tendencia de hoy que es maquillar la muerte o incluso encubrirla. Vivir como si la muerte fuera algo que nunca va a ocurrir, o como si fuera algo solo para otros y vivimos al margen de ella.

En la presencia del Señor nos damos cuenta de lo que puede obrar en nosotros, de que la muerte no es una derrota para el ser humano, que la tiniebla se puede convertir en luz, que donde hay desierto puede brotar el agua, porque nuestra fuerza está en el Señor, donde está la muerte está la victoria, porque por puro amor el agua del bautismo nos hace volver a la vida.

Al igual que de la debilidad de los primeros discípulos de Jesús; de su cobardía, de su miedo, de su abandono e incluso de su traición, quiso Dios seguir contando con el hombre e instituyo la Iglesia, la familia de todos los hombres pecadores pero que quieren seguirle como camino, verdad y vida. Por este motivo creemos en una Iglesia que es santa porque es de Cristo pero a su vez de hombres pecadores.

La Pascua es para todos los cristianos signo de nuestra fe en que la vida no termina junto al sepulcro, de que estamos llamados a trascender nuestra existencia terrena, para poder así llegar a una plenitud plena, en definitiva dar la vuelta al sufrimiento, a todo lo que nos desborda y nos hace mal, para que se convierta así en gozo.
Transformamos la huida, el miedo, el abandono, la traición, en vida de esperanza, hoy oímos las palabras del Señor en nuestro corazón, hoy le escuchamos: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, en que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, ¿crees esto?”

Hoy queremos ser como esos curiosos que se acercaban a los discípulos para ser curados, curada sobre todo de la incredulidad y de la ignorancia, una ignorancia que nace de la arrogancia del ser humano que no se deja curar por el Señor. Los milagros solo son posibles si tenemos la fe suficiente para que sea así, es decir, ver las maravillas de la humanidad desde la clave del amor bondadoso de Dios.

Tenemos que ser crédulos y no incrédulos, salir de nuestro poderoso ego anclado en la razón para ser hombres y mujeres de fe, que no nos pase como Tomás, hasta que no toco, no creyó, luego vinieron las lamentaciones por no fiarse, pero es que no nos acabamos de fiar, nos falta fe. Apostemos en la Pascua de fiarnos del Señor y que sepamos leer nuestra historia desde la clave de la fe.

Viene el Señor a nuestro encuentro, a nuestros corazones, con la misma alegría que sintió María cuando se encontró con su Hijo, ella, que guardaba todo en los más profundo de su corazón, que supo aguardar y esperar, que supo tener esa paciencia que solo puede darnos la fe, que brota del amor gratuito de Dios.

Por eso hoy estamos gozosos en el encuentro de María con su Hijo, y esa alegría invade nuestros corazones porque es la prueba evidente de que Cristo es la respuesta a la esperanza de todos los hombres, y que ahora nosotros tenemos que ser portadores de esa esperanza, es la bandera de que Cristo ha resucitado, es la alegría de una madre que se encuentra con su hijo después de haber vivido el sufrimiento, el abandono y el ultraje, es el llanto que se convierte en alegría.

Que esta culminación de la Pascua no sea una fiesta más, sino que nos sirva de verdad y de corazón para que seamos mejores hijos de Dios, que de vida al sueño salifico de Dios con todos nosotros, es decir, que de sentido a nuestras vidas. Como en la noche de la Pascua en donde hemos renovado nuestras promesas bautismales, donde hemos reafirmado nuestra fe en el Señor, en la Iglesia como portadora de ese mensaje que debe ser dado como Buena Noticia a todos los hombres, ahora como los apóstoles que se encuentran con el sepulcro vacío, que salgamos a las calles, a las plazas, sin ningún tipo de temor y de miedo, que digamos que Nuestro Señor ha resucitado, que se cumple su palabra.

Hoy nosotros al igual que los apóstoles buscamos los bienes de allá arriba, ponemos nuestra esperanza en aquello que trasciende, y hoy por lo tanto estamos dispuestos a morir por Cristo, porque morir es vivir, y vivir sin Cristo es la muerte que no tiene cura. Que escuchemos las palabras de Jesús en nuestras vidas,

¡PAZ A VOSOTROS! 

Y que podamos decir a todos que 

¡CRISTO HA RESUCITADO! ¡ALELUYA!


Javier Abad Chismol