Celebramos la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo, celebramos la mayor entrega de amor que se ha realizado en toda la
historia de la humanidad. El Padre que nos amó sin medida nos dio a su único
Hijo Jesucristo para anunciarnos el camino de la salvación, y la entrega del
Hijo fue sin medida, se entregó hasta la muerte, y una muerte de cruz, y todo
para redimirnos de nuestras culpas y pecados, es la sangre dada para nuestra
redención, a precio de un inocente, cuyo pecado fue la obediencia al Padre y el
amor a toda la humanidad.
Tanto nos amó que se entregó por nosotros en la cruz, cargó
con nuestros pecados y nuestras infidelidades, Cristo es puro amor, es pura
entrega y gratuidad. En la cruz está clavada la salvación del mundo, que se
convierte así en bandera discutida.
Una vez terminado su camino por este mundo nos dejó la
Eucaristía como viático, como alimento para el camino. Su alimento es para la
vida eterna, camina con nosotros y cada vez que comulgamos el Señor pasa a
formar parte de cada uno de nosotros, nos configuramos con Él y por lo tanto el
Sacramento nos da la comida espiritual que necesita nuestra alma, para así
alcanzar la plenitud y gozar ya del amor de Dios en nuestra vida mortal.
En la Eucaristía se nos ofrece el remedio de la inmortalidad
y la prenda de la resurrección. La Eucaristía es el misterio de la fe, todos
los días la celebramos, pero en esta solemnidad tiene que ser de una manera
especial.
El Sumo Sacerdote Melquisedec agradece a Dios la victoria, y
lo hace con el pan y con el vino.
La multiplicación de los panes es el anuncio de la
Eucaristía, pero lo es como algo que nos llevará mucho más allá de nuestra vida
mortal, nos da la verdadera vida, la que no perece y se marchita, es el
alimento que nos dará la fuerza para seguir en la misión que cada uno tenemos
encomendada en nuestra vida, solos, sin brújula, ni mapa, no podemos seguir,
tenemos que reconocer a Cristo como; camino, verdad y vida.
Acerquémonos al misterio del altar, en que el Señor mismo se
nos da a cada uno de nosotros.
¡ALABADO SEA EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!
¡SEA POR SIEMPRE BENDITO Y ALABADO!
Javier Abad Chismol.