¡AQUÍ ESTOY!
El Señor llama a nuestro padre en la fe, llama a Abraham, le
llama a salir de sí mismo para ir al encuentro de la verdad, pero le llama a
algo que Lo desborda y que incluso nos puede crear cierta rebeldía. El Señor le
pide que le entregue a su único hijo Isaac, que se lo ofreciera en sacrificio,
algo incomprensible ante la razón y la lógica, pudiéndonos hacer ver un dios
tirano, pero esto fue para poner a prueba el amor de Dios y la fidelidad.
El Señor impidió la muerte de Isaac, y premio a Abraham por
escuchar la voz de Dios, debemos profundizar en el significado vital para
nuestra fe, que es escuchar y obedecer la voluntad de Dios, que es
cumplir el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, dejando de lado
los ídolos y la incredulidad.
Dios nos salva y nos da una vocación santa, es una llamada
para poder trascender todo lo que hacemos y todo lo que vivimos, y desde luego
no lo ha hecho por nuestros méritos ni por nuestras buenas obras, lo ha hecho
por puro amor y en gratuidad.
Hoy el Señor se transfigura delante de nosotros, que es como
decir que le reconocemos, y lo hacemos además como Señor, muchos le verán pero
no le verán, muchos oirán su nombre pero no le reconocerán, el Señor se
transforma y a su vez nos transforma a nosotros, Él cambia nuestras vidas.
Cuando el Señor se transfiguró ante los discípulos todos
experimentaron lo bien que se estaba en esa presencia mística, como se
alcanzaba un grado que superaba todo lo terreno, por eso decimos que estar con
el Señor en este mundo, reconocerle, es lo más parecido a la vida eterna, la
cual esperamos, añoramos y deseamos.
En esa presencia mística del Señor, se oyó una voz que decía;
“Este es mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo”.
Esas palabras, ese rostro de luz en el Señor, nos da
confianza aunque nos dé temor, pongamos nuestra vida en manos del Padre y el
transformará nuestras vidas, hará que su rostro brille como el sol y afirmemos el sí de Abraham y el sí de María,
renovemos nuestra confianza y nuestro amor al Señor y acerquemos al misterio de
la trascendencia.
Javier Abad Chismol.
Parroco
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