“YO SOY TU DIOS”
¿Cuántas veces no reconocemos a Dios? ¿Cuántas veces le
dejamos al margen en nuestras vidas? ¿Qué lugar ocupa en nuestro día a día?
Creer en Dios no es solo decir de palabra que creemos en él, es hacer gestos
auténticos de fe, es como decir a una persona que la quieres, pero no le
dedicas tiempo, ni la escuchas, ni compartes, el amor al igual que la fe no es
solo palabra vacía, es algo mucho más, es una palabra que llega a los más
profundo de nuestro corazón y por lo tanto da frutos.
Por ello debemos renunciar a otros ídolos e imágenes a los
que damos culto, muchas veces no nos damos cuenta, porque nuestra lengua afirma
que cree en Dios, y seguramente será cierto, pero lo dejamos arrinconado y
recurrimos a él cuando lo necesitamos, y el verdadero y único Dios se convierte
en uno más de los que veneramos junto con los del mundo, junto con nuestros
dioses.
Por ello “Yahveh” se reafirma su condición frente a la
tentación del hombre a huir, a rechazar o ignorar su condición de hijo de Dios,
el castigo de los falsos dioses no son tiranía del único Dios, son las
consecuencias del pecado y del culto a los ídolos, a las estatuas con pies de
barro, que se desmoronan y arruinan nuestra vida y nuestra existencia. Cumplamos
los mandatos de la Ley de Dios, el amor a Dios, el amor al prójimo y el respeto
a uno mismo, en definitiva vivir en caridad y humildad y obedecer la voluntad
de Dios.
Nosotros predicamos a un Dios, a un Cristo que esta
crucificado, que rompe la lógica del mundo, es una necedad para muchos, es una
derrota, y nosotros hacemos una victoria y una bandera de la cruz de Cristo.
Porque la necedad divina es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la
fuerza de los hombres.
Jesús quiere que amemos bien, que amemos las cosas de Dios
con respeto y veneración, que no pervirtamos lo sagrado, que huyamos de la
blasfemia de la burla o de todo aquello que deje de lado la verdadera fe, que
es en definitiva el amor de Dios que se plasma en la sinceridad y en la
humildad.
Jesús se enfrentó en el Templo con los que hacían comercio
para las ofrendas, y siente una gran ofensa y echa a los mercaderes por
pervertir las cosas de Dios, por desacralizar lo sagrado, por mundanizar. Decía
que no se convirtiera la Casa de mi Padre en un mercado, ahí pronuncia las
palabras que le servirían para su condena a muerte, porque los sacerdotes, los judíos,
los religiosos, no estaban dispuestos a permitir ese ultraje. Cuando Jesús dijo
que destruir este Santuario y en tres días lo levantaría. Es verdad que se
refería a su muerte y resurrección, pero muchos no lo entendieron.
Amemos al Señor, de todo corazón y con todo el alma,
practiquemos la justicia, la sinceridad, la honradez y la humildad, hagamos
vida lo que creemos por la fe.
Javier Abad Chismol