¡Inmenso e intenso dolor!
Somos muchos los que sentimos como
una daga, de dolor intenso, clavada en lo más profundo de nuestras entrañas,
por cuanto ha sido y sucedido este primero de octubre, en España, y dentro de
ella, en la querida Cataluña. Lamento cuanto ha acontecido para dolor y
vergüenza de todos. Me preocupa muchísimo esto, creo que a la gran mayoría de
españoles y catalanes nos preocupa y nos duele porque amamos y queremos a
España, porque amamos y queremos a Cataluña; porque deseamos lo mejor para
ambas inseparablemente, lo mejor que no puede ser la una sin la otra: las
amamos y queremos con verdad e intensidad, en justicia, porque creemos que
Cataluña no es sin España, ni España es sin Cataluña, desde que se constituye
la unidad de España, la que, hoy, es y que, históricamente, ha asumido formas
diversas, porque la unidad y la pluralidad son posibles y compatibles: así lo
confirma la realidad de siglos. Día 2 de octubre, incluso el primero de octubre
entrado el día, deberíamos empezar a reflexionar, y mucho, con
desapasionamiento y razón, y sacar conclusiones, y enderezar caminos.
Ha sido muy grave lo acontecido: un acto de sedición, un
fraude, una traición, un golpe contra el estado de derecho, una vulneración de
la normalidad constitucional de la Nación y convivencia en libertad de todos
los españoles, un acto que rompe, origina heridas y confrontación entre las
familias, entre los amigos y vecinos; o una serie de actos reprobables,
contrarios a la verdad, Urge superar, en la medida que corresponda a cada uno,
el desencanto, la tristeza y el mal causado, que es grande.
No hablo como político ni querría, en modo alguno, pisar el
terreno que no me corresponde. Hablo como un ciudadano al que le importa muy
mucho lo que sucede, que tiene, comparte y ofrece una convicciones, asentadas
sobre unos principios que han dado lugar y han fundamentado, innegablemente, lo
que es este proyecto común que somos, integrador de gentes y pueblos, en una
empresa común y enriquecedora, que llamamos España. Las convicciones y
principios a los que me refiero, son principios de razón y, por eso también,
cristianos, emanados del Evangelio, que apela y convoca no a la fragmentación y
a la división, sino a la unidad y a la integración, que no es confundible con
la absorción ni con la eliminación de la singularidad o singularidades
legítimas, ni es imposición de nadie sobre nadie, ni tampoco búsqueda de un
interés particular sobre el interés de todos, sino aceptación del bien común,
del mejor bien para todos que es el bien común que afecta al conjunto, ese
conjunto que somos como realidad y empresa común: España que no es sin
Cataluña, y Cataluña que es España y no es sin ella.
Cuando era niño, oía a mi buen y querido padre, cuyo primer
destino como telegrafista fue el puesto de Lés, en el Valle de Arán, hablar con
verdadera admiración y fruición de Cataluña y de sus gentes, y así lo sentía
yo, al menos; de esto me he sentido y me siento orgulloso, porque me siento
orgulloso de todo lo bueno que constituye la riqueza y la grandeza de España,
su singular e inapreciable bondad y belleza, y ahí está Cataluña y las otras
nacionalidades de la Península ibérica. Pero conforme he ido creciendo y
madurando en la vida, hasta el día de hoy, esto ha ido consolidándose en mi
manera de ser y de ver las cosas. Hoy, lo confieso sin ningún reparo y sin
ningún alarde, esto forma carne de mi carne: llevo muy dentro Cataluña, porque
llevo muy dentro España. Pero no escribo esto para hablar de mí que tan poco
importa a nadie, sino para mostrar que, cuando otras veces he reconocido la
unidad de España como un bien moral, porque lo es y negarlo es ir contra la
verdad y contra Cataluña y la diversidad de pueblos, regiones, comunidades, e
inhibirse del bien común para exaltar el bien particular en detrimento de los
otros-, cuando he reconocido públicamente este bien moral digo, estoy peleando
a favor de Cataluña y del conjunto unido de pueblos y comunidades autónomas que
somos. La vertebración es un bien para el organismo viva, el cuerpo vivo que
formamos; la desvertebración, por el contrario, es algo que daña, hiere y
perjudica a ese cuerpo, lo priva, en cuanto tal cuerpo, de vitalidad e incluso
puede llegar a hacerle perecer.
Por fidelidad a la verdad, y, por ello, para no traicionar
el bien común que incluye el bien de las personas y su verdad, siento no poder
justificar un pretendido derecho a decidir que no tiene en cuenta el bien
común, precisamente porque desvertebra y debilita e conjunto que entraña el
bien común y hace del sujeto que decide -sea individuo o colectividad- la
fuente y base de comportamiento. Con sencillez y reconocimiento leal, agradezco
a nuestra Conferencia Episcopal su magisterio lúcido, libre, objetivo,
imparcial, verdadero, y desapasionado, que a lo largo de los años ha expresado
con fidelidad el pensamiento social cristiano del magisterio de la Iglesia, que
tiene que ver tanto con el tema que ahora nos preocupa a todos, y cito dos
textos suyos: el primero de 28 de febrero de 1981, tras la intentona golpista
del 23F, a la que preferimos olvidar, y el otro en la Instrucción Pastoral
sobre el terrorismo de 22 de noviembre del año 2002, que ofrece tan hondas y
acertadas reflexiones; uno y otro texto escritos en ocasiones difíciles para
nuestra convivencia democrática y pacífica: "Es de todo punto necesario
recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo
ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la
Constitución". "España es fruto de uno de esos complejos procesos
históricos. Poner en peligro la convivencia de los españoles, negando
unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las consecuencias que esta
acción podría acarrear, no sería prudente ni moralmente aceptable. La
Constitución es hoy el marco jurídico ineludible de referencia para la
convivencia. La Constitución española de 1978 no es perfecta, como toda obra
humana, pero la vemos como el fruto maduro de una voluntad sincera de
entendimiento y como instrumento y primicia de un futuro de convivencia
armónica entre todos. Se trata, por tanto de una norma modificable, pero todo
proceso de cambio debe hacerse según lo previsto en el ordenamiento jurídico.
Pretender unilateralmente alterar este ordenamiento jurídico en función de una
determinada voluntad de poder, local o de cualquier otro tipo, es inadmisible.
Es necesario respetar y usar el bien común de una sociedad
pluricentenaria". Necesitamos recuperar aquel espíritu de los años 70, los
de la transición, en los que lo que importaba era España, la reconciliación, la
armonía entre todos tras tiempos traumáticos a los que nunca debemos volver.
Lo suscrito y escrito por los Obispos, en ambas ocasiones,
es plenamente válido hoy. Es necesario pedir perdón, perdonar, y todos juntos
restañar las heridas ocasionadas, desandar los pasos mal dados y enfocar un
nuevo futuro. Estos criterios de los Obispos son y siguen siendo válidos al día
siguiente del pasado primero de octubre, que ya es pasado, pero no olvidado, y
es necesario recomponer, rectificar, y reconstruir, mirar al futuro y caminar
hacia él todos juntos, unidos, con eficacia y esperanza.
Antonio Cañizares Llovera
Cardenal Arzobispo de Valencia
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