TE LLAMÉ POR TU NOMBRE
La búsqueda de la voluntad de Dios, el encuentro con el
Señor, su intervención en la historia de la humanidad para que se pueda
alcanzar la verdad es lo que se repite a lo largo de la historia de la
salvación. Dios ama al hombre, y no quiere que ande extraviado, quiere sacarnos
de la esclavitud del pecado, de la codicia, de la autosuficiencia para que
encontremos el lugar que nos corresponde a cada uno, y por ello debemos
descubrir su voluntad en nosotros.
El Señor es que es, y no hay otro fuera de él, unos porque lo
disfrazan, otros porque lo manipulan, otros por que fabrican nuevos dioses o ídolos,
que marcan el comportamiento y la actitud humana. En una sociedad como la
nuestra, parece que no se quiere ningún dios, y menos que pueda ir en contra de
los poderes mundanos y corruptos.
Esforcémonos por la actividad de la fe, el esfuerzo que da el
amor, la voluntad de Dios, el aguante y la perseverancia en Jesucristo, nuestro
Señor, la fuerza del Espíritu Santo, y la convicción de que no nos deja nunca
de la mano. De esta manera la obra de Dios, a través de los hombres y por la
gracia se puede ser lumbrera para el mundo, mostrando así una razón para vivir.
En el Evangelio escuchamos una trampa que los judíos hacen a
Jesús, como los buenos, los religiosos, los devotos, como quieren pillarle, un
texto que muchas veces puede tener ciertas interpretaciones confusos, le
preguntaron si era lícito pagar el tributo, los impuestos al Cesar. Jesús que
se percató de la maldad de los interlocutores, cogiendo una moneda y viendo la
cara del Cesar en ella, les dijo dar al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo
que es de Dios.
Una respuesta que deja desconcertado a “los tramposos”, no
contesta los que quieren oír, y con ello le da valor fundamental a la voluntad
de Dios, y el cumplimiento del mandamiento de la ley de Dios, “amar a Dios
sobre todas las cosas”, y no vale, querer estar con Dios por un lado, y aliarse
con el mundo por interés, como dice el dicho, “poner una vela a Dios y otra al
diablo”, al igual que la tibieza.
En definitiva obedecer antes a Dios que a los hombres, y no
dejarse arrastrar por los poderes de este mundo, porque eso llevaría a la
doblez y a la incoherencia, de ser religioso, pero a su vez secularizado en la
actitud y el comportamiento.
Javier Abad Chismol
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