miércoles, 17 de mayo de 2017

DOMINGO VI DE PASCUA


“SEGUIR AL ESPÍRITU DE LA VERDAD”



Estamos llamados a recibir la fuerza que viene de lo alto, es la fuerza que nos regala el Altísimo, es nuestro gran defensor, aquel que se encuentra con nosotros desde el día de nuestro bautismo, es el Espíritu Santo, Él es capaz de ser nuestro guía, aquel que nos orienta y nos da el impulso para encontrar cual es la plenitud a la que somos llamados.
La alegría es el don del Espíritu, y fue precisamente ese don el que ánimo a los discípulos a seguir adelante, a superar el miedo a pesar de las persecuciones y los martirios a los que fueron sometidos los primeros cristianos, como fue el caso de san Esteban.

Esa alegría nos debe llevar a tener esperanza, a ser testigos valientes y seguros de nuestra fe, transmitir que al Señor resucitado que ha vencido la muerte, y que con su resurrección nos ha sacado a todos nosotros de la tiniebla y de la muerte.

Nuestro mensaje debe ser trasmitido con confianza  y con entereza, con dulzura y con respeto, como aquel que limpia las conciencias, así las calumnias contra los cristianos quedarán disipadas. Que importante es que suframos por el hacer bien y no por hacer el mal.

Nuestra sociedad se queja por todo, de lo injusto que es el mundo, y se buscan soluciones fuera de Dios, y es el error, el ser humano no puede pervertirse de tal manera que no se sepa hacia dónde va, es decir, despreciar el cumplimiento de los mandamientos porque son cargas innecesarias, porque el mundo puede funcionar sin mirar arriba, porque solo el hombre basta por sí mismo, aunque luego en su ceguera e inconsciencia se enfade con todo, porque ese mundo utópico y bucólico sin dios al final es un desengaño triste.

Amar a Dios es cumplir los mandamientos, no se puede decir que se ama a Dios si luego no somos capaces de perdonar, de amar y de pensar solo en nosotros mismos.

Ese es el Espíritu de la Verdad, el auténtico que nos da salvación y la plenitud, es el defensor que nos da la verdadera vida, la que supera y vence al pecado y a la muerte.

Javier Abad Chismol





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