miércoles, 31 de mayo de 2017

DOMINGO DE PENTECOSTES 2017


ENVÍA TU ESPÍRITU


Estamos en el tiempo de la plenitud del Espíritu Santo. Él es nuestro gran defensor, el Paráclito, es el que impulso a Jesús en la vida pública, y ese mismo espíritu guío a la Iglesia en sus primeros pasos y por supuesto también nos acompaña ahora a todos nosotros.

Concluye en Pentecostés los cincuenta días de la Pascua y lo conmemoramos junto con la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos en Jerusalén, los orígenes de la Iglesia y por lo tanto, la misión de la Iglesia, una misión que sigue en marcha y que se va pasado de generación en generación gracias al impulso del Espíritu Santo.

La presencia del Espíritu tiene una triple finalidad: primero continuar en la Iglesia en el plan de la historia de la salvación para con toda la humanidad; segundo: para llevar a término la obra comenzada por Cristo después de la Ascensión del Señor y convertir de esta manera a los discípulos en mensajeros de paz y perdón; y tercero: para que el Espíritu Santo comunique sus dones a sus fieles a favor del bien común y de la Iglesia.

Los seguidores de Jesús se llenaron de coraje para anunciar el Evangelio, salieron de donde estaban escondidos por temor, el Espíritu Santo les llenos de valentía para cumplir la misión que el Señor les encomendaba. Todos entendían el mensaje, lo aceptaran o  no, es la significación de la universalidad de la salvación. Decimos que Pentecostés es lo contrario u opuesto a la Torre de Babel, cuando el hombre ambicionaban ser como Dios y superarlo, cuando se destruyó la torre nadie podía entenderse, por que vivir sin Dios es cerrarse a la verdad y al entendimiento.

Debemos despertar en nosotros los carismas que el Señor nos da cada uno de nosotros, para que seamos capaces de ponerlos al servicio de nuestros hermanos, al servicio del bien común, esa es una de las características del don del Espíritu, que lo que se nos ha dado gratis lo demos gratis a los demás, esa es la plenitud abierta a la generosidad.

Dejemos que el Espíritu actúe en nuestras vidas para llevar a término la misión encomendada a la Iglesia que es el anuncio del Evangelio, de la verdad que nos hace libres.


JAVIER ABAD CHISMOL

jueves, 25 de mayo de 2017

LAS ASCENSIÓN DEL SEÑOR 2017


SERÉIS MIS TESTIGOS


Hoy el Señor asciende a la derecha del Padre, asciende entre aclamaciones de los ángeles, recordamos algo muy importante para nuestra fe, hoy reconocemos que Jesús es Dios, que Jesús es el Mesías, que es el enviado por el Padre para anunciar el camino de la salvación, que es lo mismo que decir que podemos descubrir que podemos ser felices aquí y ahora, que podemos ser hombres y mujeres libres y alcanzar la plenitud.

Celebrar el misterio de la ascensión es reconocer que el Señor ha venido a nosotros por puro amor, por caridad; “nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”. Jesús ha cumplido la misión encomendada por el Padre, una misión que es pura entrega hasta el extremo. Estuvo entre nosotros para hacerse cercano y cotidiano, para que reconocer al Señor no sea algo de unos pocos, o de la superstición, es algo posible y cercano.

En ese hacer de Dios está la sabiduría y la plenitud, está la razón de nuestro existir, y sobre todo la posibilidad de ser felices de verdad, porque no estamos solos, porque tenemos un gran defensor que está a nuestro lado y que nunca nos dejará, es el Espíritu Santo, que nos acompaña todos los días de nuestra vida, esa fuerza no nos dejará, será nuestro guía, nos concederá sabiduría y prudencia, y lo que es muy importante fuerza para ser testigos de la verdad plena.

Nuestra misión es el Anuncio de esa verdad que se nos ha revelado, y ese Anuncio es que Jesús vino al mundo, predico haciendo el bien, nos dio el Evangelio, murió por cada uno de nosotros y resucito de entre los muertos venciendo así a la muerte, y que ascendió al cielo y se encuentra sentado junto a la derecha del Padre para interceder por todos nosotros.


JAVIER ABAD CHISMOL

miércoles, 17 de mayo de 2017

DOMINGO VI DE PASCUA


“SEGUIR AL ESPÍRITU DE LA VERDAD”



Estamos llamados a recibir la fuerza que viene de lo alto, es la fuerza que nos regala el Altísimo, es nuestro gran defensor, aquel que se encuentra con nosotros desde el día de nuestro bautismo, es el Espíritu Santo, Él es capaz de ser nuestro guía, aquel que nos orienta y nos da el impulso para encontrar cual es la plenitud a la que somos llamados.
La alegría es el don del Espíritu, y fue precisamente ese don el que ánimo a los discípulos a seguir adelante, a superar el miedo a pesar de las persecuciones y los martirios a los que fueron sometidos los primeros cristianos, como fue el caso de san Esteban.

Esa alegría nos debe llevar a tener esperanza, a ser testigos valientes y seguros de nuestra fe, transmitir que al Señor resucitado que ha vencido la muerte, y que con su resurrección nos ha sacado a todos nosotros de la tiniebla y de la muerte.

Nuestro mensaje debe ser trasmitido con confianza  y con entereza, con dulzura y con respeto, como aquel que limpia las conciencias, así las calumnias contra los cristianos quedarán disipadas. Que importante es que suframos por el hacer bien y no por hacer el mal.

Nuestra sociedad se queja por todo, de lo injusto que es el mundo, y se buscan soluciones fuera de Dios, y es el error, el ser humano no puede pervertirse de tal manera que no se sepa hacia dónde va, es decir, despreciar el cumplimiento de los mandamientos porque son cargas innecesarias, porque el mundo puede funcionar sin mirar arriba, porque solo el hombre basta por sí mismo, aunque luego en su ceguera e inconsciencia se enfade con todo, porque ese mundo utópico y bucólico sin dios al final es un desengaño triste.

Amar a Dios es cumplir los mandamientos, no se puede decir que se ama a Dios si luego no somos capaces de perdonar, de amar y de pensar solo en nosotros mismos.

Ese es el Espíritu de la Verdad, el auténtico que nos da salvación y la plenitud, es el defensor que nos da la verdadera vida, la que supera y vence al pecado y a la muerte.

Javier Abad Chismol





miércoles, 10 de mayo de 2017

Domingo V de Pascua, Ciclo A

CAMINO, VERDAD Y VIDA



Estamos ante los primeros pasos de una Iglesia primitiva, una Iglesia que se deja guiar por la gracia y por la fuerza del Espíritu Santo, y algo que es vital, y es la necesidad de dedicarse de una manera plena a la misión que el Señor nos encomienda, no tanto lo que queremos hacer, sino lo que realmente debemos hacer, y no siempre resulta ser lo que más nos apetece o lo más fácil, porque la vocación a la misión lleva en si una renuncia a la voluntad propia, para llegar a algo mucho más grande.

Hoy debemos reflexionar sobre el significado claro de lo que es la Iglesia, y algo que es muy vital para nosotros, y es entender la Iglesia como una Madre, no tan solo como una institución o una jerarquía, ver a la Iglesia como el conjunto de todas las personas que siguen a Cristo siendo por lo tanto piedras vivas.

La Iglesia se fundamenta sobre la piedra angular que es Cristo, la piedra que desecharon los arquitectos, aquella que desecho el poder de este mundo, los religiosos, los políticos, y todo porque no era lo que ellos esperaban, porque los prejuicios y los intereses concretos anulan la verdad.

Cristo y su Iglesia interpela al hombre y no deja indiferente, y esta avanza a pesar del pecado que habita en los miembros de la Iglesia, porque nosotros no seguimos a una Iglesia de pecadores, seguimos a Cristo, y un Mesías que contó con hombres y mujeres pecadores como nosotros, o porque es entonces cuando se manifiesta la gracia, se manifiesta que la fuerza de la Iglesia emana de la gracia del Espíritu Santo.

Jesús nos dice que no tiemble nuestro corazón, que no temamos, porque Él nos llevara al Padre, y viene a prepararnos una morada que es la vida eterna, se nos manifiesta como camino, verdad y vida, y para llegar al Padre hay que llegar por medio de Él.

Amemos a la Iglesia, y permanezcamos en ella con puro amor, no estamos por los hombres, no estamos por nuestros pecados, estamos por designio amoroso de Dios para que lleguemos así a la plenitud.

Javier Abad Chismol

                

miércoles, 3 de mayo de 2017

IV SEMANA DE PASCUA (A)


YO SOY LA PUERTA DE LAS OVEJAS


Cristo es nuestro Pastor y nosotros somos ovejas de su rebaño, y estamos por lo tanto llamados a participar en la victoria sobre el pecado y la muerte.

Los discípulos estaban llenos de ánimo y esperanza para seguir anunciando al Señor, para decir en todos los pueblos y en todas las plazas que Cristo había muerto por todos ellos, que se había entregado para la salvación del mundo. No hacían caso de los ataques sistemáticos de los judíos, que no reconocían a Jesús, que afirmaban que era un blasfemo y un farsante, que no se reconocían culpables de la muerte de “ese”, de ese falso mesías.

La envidia les podía, no lo podían soportar, y es curioso, esos eran los considerados religiosos, lo mismo ocurre en nuestro mundo, muchos de los que dicen ser religiosos, cristianos o católicos, luego resulta que no ven nada en Jesús, no cumplen los mandatos, no vive según el Evangelio, la religión como una forma concreta de actitud, es decir, apariencia religiosa pero fondo ateo.

Hoy escuchamos la voz del buen pastor, aquel que da la vida por sus ovejas, que las cuida, las protege, porque no quiere que ninguna se pierda, porque no quiere que andemos como ovejas sin pastor, porque no quiere que caigamos en manos del mal, de los lobos de este mundo que quieren devorar al rebaño.

¿Qué tenemos que hacer hermanos? Eran palabras de Pedro, y es evidente, tenemos que seguir la voz del buen pastor y ponernos en camino, y a su vez escapar de “esta generación perversa”, que son aquellos que se alejan de la verdad y siguen a la tiniebla, al pecado, es decir, los que viven en ausencia de Dios.

Cristo ha venido al mundo para purificarlo y renovarlo, es una misión salvadora, pero a su vez, también dramática, hay que esforzarse por entrar por la puerta estrecha, ¿creemos que lo fácil es lo mejor para nosotros? El pecado puede apoderarse de nosotros, pongámonos en sus manos y pidamos su amparo para no separarnos del camino que nos lleva a la salvación, venzamos nuestras comodidades y pongamos nuestro corazón en aquello que es verdaderamente importante.

Nosotros tenemos que conocer su voz, y descartar a los farsantes, a los bandidos, y de esta manera le seguimos, no es decir un sí con la boca pequeña, es llevarlo a plenitud y en coherencia en nuestra vida como cristianos.

Javier Abad Chismol