«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.»
Saldrá un vástago del tronco de Jesé. El Señor reaviva en
nosotros su Venida, nos invita a que nos preparemos, y esa preparación es la
conversión de los corazones, su Nacimiento no puede quedar tan solo como un
recuerdo histórico, ni tampoco podemos quedar presos del montaje social
navideño.
El adviento es tiempo de conocer el Espíritu de sabiduría,
de inteligencia y de prudencia, de consejo y fortaleza y todo eso nace del
encuentro con el Señor y en la inquietud
que debe nacer en nuestro corazón que nos lleva a la conversión plena. Es el
signo visible de la luz, de la Corona de Adviento, que va ganando luz según se
acerca el nacimiento del Salvador.
“Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará
con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los
conducirá”. Todo ello solo puede brotar del obrar del amor de Dios, para que
rompa los prejuicios del mundo y se pueda vencer al mal y al pecado que quiere
destruir a la humanidad.
Todo lo escrito en anterioridad nos dirá San Pablo, es bueno
y positivo para nuestro crecimiento, y para que mantengamos la esperanza plena,
y de ahí ha de nacer la paz y el consuelo que nos debe caracterizar como Hijos
de Dios, como Hijos de la luz.
“Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo
árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. Juan Bautista
vino a predicara la conversión, la venida del Salvador, vino a bautizar con
agua, para purificar de los pecados y de la incredulidad. Pero será el Mesías
el que bautizará para dar la gracia del Espíritu Santo, que es la verdadera
fortaleza para la conversión.
Javier Abad Chismol
Párroco
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