sábado, 9 de marzo de 2013

CUARTA SEMANA DE CUARESMA



ESTE HERMANO TUYO ESTABA MUERTO Y HA VIVIDO


El pueblo de Dios, el pueblo elegido ha llegado a la Tierra Prometida, al encuentro con el Señor, después de pasar cuarenta años en el desierto, de pasar dificultades, de incluso de enfadarse con Dios por las adversidades del camino, de fabricar otros ídolos, de maldecir a Dios, de ver la salvación de los egipcios como otra esclavitud mayor.
Esto es similar a nuestra vida, el bautismo es nuestro sí al Señor, pero el hecho de estar bautizados, de renunciar al pecado, de querer seguir la luz de Cristo no nos lleva a creer o mal creer que por este motivo ya no vamos a tener dificultades de ningún tipo, reconocer al Señor es saber a dónde vamos, no es librarnos de las piedras del camino, por ello entendamos la conversión, como la lucha contra los obstáculos, pero hagamos ese trayecto con confianza y con fe.
Estamos llamados a vivir en Cristo, tenemos una oportunidad grandiosa de ser hombres y mujeres  nuevos, es el regalo de la cuaresma, la conversión del corazón, la posibilidad infinita de perdón, no por nuestros méritos, Cristo murió por todos nosotros, él carga con nuestras culpas, él limpia nuestro pecado, él que es infinito amor y misericordia.
Todos somos pecadores, y todos podemos redimirnos, Jesús cuenta la parábola del Hijo Pródigo para aquellos que son duros de corazón, aquellos que por un lado aprovechan todos los dones que el Señor da, para luego desperdiciarlo. Aquel hijo que después de gastarlo todo vuelve a la casa del Padre, pide perdón y él le acoge, humanamente esto es impensable, que después de malgastarlo todo vuelva como si nada, y seguramente por interés. Pero el Padre perdona y acoge, lo celebra, es el milagro de la conversión y de la misericordia infinita de Dios. Y luego también la actitud del hijo mayor ante la bondad del Padre de perdonar, cuando él ha hecho lo correcto y el otro no.
No podemos tener celos del amor y perdón de Dios, debemos sentirnos perdonados y alegrarnos del perdón y de la conversión de otros, es decir vivir la misericordia de Dios y darla a los demás.
Javier Abad Chismol

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