miércoles, 30 de enero de 2019

IV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO: EL PROFETA Y LA CARIDAD.



TE HAGO LUZ DE LAS NACIONES



El profeta es la boca de Dios, el profeta es el enviado, es aquel que acepta su misión en la vida, aquel que es capaz de ir contra todo lo establecido, incluso de su propia gente, porque para el profeta tiene sentido de verdad el cumplimiento más importante del amor a Dios sobre todas las cosas, ahí se cumple la radicalidad del seguimiento al Señor.
No es que el profeta quiera, siempre está la resistencia humana, ¿Quién quiere ponerse en contra a los suyos? ¿Quién está dispuesto incluso a perder la vida? Pero nadie puede frenar la labor del profeta, aunque materialmente lo destruya o lo haga callar, la verdad se impone porque el hombre no es capaz de callar a Dios, solo puede huir de él, negar la verdad y en consecuencia destruirse porque niega a su creador.
En el camino de perfección, el Señor nos quiere mostrar un camino mejor, un camino que nos lleve a la plenitud, aspiremos al amor, a la caridad, a morir a nosotros mismos, las características del amor nos superan, como le supera al profeta su misión, pero no por ello no nos debemos poner en camino, debemos vencer los miedos, nuestros límites, nuestros egoísmos, y de esta manera seremos capaces de entender el amor, el verdadero, el incondicional, el que vale para todas las cosas y situaciones de la vida, esa es la autenticidad del Evangelio, ese amor en grado de perfección solo es posible con la fuerza que viene de lo alto, del Espíritu Santo. Sin amor no somos nada, todas las cualidades, virtudes y dones se convierten en nada, en vanidades y en perdición, el amor que nos lleva a la fe ya la esperanza de que sea el Señor el que hace la obra buena en nosotros.
Hoy se cumple la Escritura en nosotros, hoy se nos presenta el Señor ante nuestros ojos, hoy todo tiene sentido, hoy también somos a veces incrédulos, no reconocemos al Profeta, como a Jesús que lo rechazaron en su tierra, abramos el oído y pongamos al Señor como luz para las naciones.
Javier Abad Chismol

martes, 29 de enero de 2019

LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - "LA CANDELARIA"

José y María llevaron a Jesús al templo de Jerusalén, también se conoce como Fiesta de la Candelaria


Origen de la fiesta:

Esta costumbre tiene su origen en la celebración litúrgica de la fiesta de la purificación y la presentación del Niño Dios al templo.
En tiempo de Jesús, la ley prescribía en el Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días que hubiese dado a luz. Si el hijo nacido era varón, debía ser circuncidado a los ocho días y la madre debería permanecer en su casa durante treinta y tres días más, purificándose a través del recogimiento y la oración.
Ya que se cumpliera la fecha, acudía en compañía de su esposo a las puertas del templo para llevar una ofrenda: un cordero y una paloma o tórtola. Con respecto al niño, todo primogénito debía ser consagrado al Señor, en recuerdo de los primogénitos de Egipto que había salvado Dios. Lo mismo pasaba con los animales primogénitos.
José y María llevaron a Jesús al templo de Jerusalén. Como eran pobres, llevaron dos palomas blancas. Al entrar al templo, el anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, tomó en brazos a Jesús y lo bendijo diciendo que Él sería la luz que iluminaría a los gentiles. Después, le dijo a María que una espada atravesaría su alma, profetizando los sufrimientos que tendría que afrontar.

Explicación de la fiesta:

El día 2 de febrero de cada año, se recuerda esta presentación del Niño Jesús al templo, llevando a alguna imagen del Niño Dios a presentar a la iglesia o parroquia. También ese día, se recuerdan las palabras de Simeón, llevando candelas (velas hechas de parafina pura) a bendecir, las cuales simbolizan a Jesús como luz de todos los hombres. De aquí viene el nombre de la “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”.

miércoles, 23 de enero de 2019

III Semana del Tiempo Ordinario (C-2019)


VOSOTROS SOIS EL CUERPO DE CRISTO



La Ley viene a nosotros, y viene para que la veneremos, pero para venerarla y a su vez que nos produzca la liberación, la Ley no vino para que el mundo y sus actitudes fueran inflexibles, para esclavizar al hombre en letra muerta, vino a algo mucho más grande, vino para que descubriéramos el  amor de Dios, la Ley del amor que nos da la libertad del corazón.

La Ley no vino para que nos sintiéramos desgraciados porque resulta que no somos capaces de funcionar sin normas, vino para algo mucho más grande, para que tuviéramos conciencia propia de nuestra condición humana y nos reconociéramos como hijos de Dios, ¿puede el hombre huir de su conciencia y de su creador? Si lo hace está perdido, porque se dejará llevar por una conciencia pervertida por el mundo, por el pecado y por el diablo.

La Ley nos hace caer en la cuenta de lo que somos, y también por la gracia y la fuerza del Espíritu Santo somos capaces de reconocer nuestro lugar, como cada uno de nosotros formamos parte del Cuerpo de Cristo, somos miembros diversos, y hoy nosotros gracias a la vocación y la llamada, descubrimos esa labor que tenemos que desempeñar en su conjunto, una obra grandiosa y misionera que es la Iglesia de la que todos formamos parte, en donde se rompan las cadenas del pecado, de la envidia, de los celos, de la codicia, del orgullo, de la soberbia, de aquellos atributos que pervierten al hombre y que están continuamente acechando a la Iglesia y a sus miembros, y por tanto también a todos nosotros.

Hoy se debe cumplir en nuestras vidas la Escritura, hoy viene el Señor a nuestras vidas, hoy se anuncia a los pobres la Buena Noticia del Evangelio, se nos libera de nuestras ataduras, hoy se proclama el año de gracia.

Javier Abad Chismol
Párroco